domingo, 28 de diciembre de 2008

A conciencia

Como sabréis, recientemente el Gran Duque de Luxemburgo se negó a sancionar y promulgar la ley de eutanasia que había aprobado el parlamento de su país. Me quiero hacer eco de algo que dijo Enrique I en su mensaje navideño en referencia a este hecho: "Detrás de la institución que representa la unidad y la continuidad de nuestro Estado, hay también un hombre. Un hombre que respeta al máximo vuestra libertad, pero también un hombre que tiene su propia conciencia".

Un hombre y con conciencia. Algo que parece evidente y, sin embargo, da la impresión de que era necesario recordarlo. ¿Por qué? No se nos escapa que el nihilismo lo va invadiendo todo, también, como no podía ser de otra manera, el ámbito moral. Detrás de ello está el eclipse de Dios. Si no hay ni Dios ni vida eterna, el final de toda vida humana es la aniquilación total, la nada. Y, como al hombre le acompañan sus obras, el valor de éstas es el mismo, nada. Da igual lo que se haga, no hay nada bueno ni malo, porque todo tiene el mismo final.

La única diferencia entre unas obras y otras sería la conveniencia o utilidad de las mismas, pero, para discernir sobre ello, no es necesaria la conciencia moral. Es más, ésta incluso me puede incomodar. Mejor vivir sin complicaciones innecesarias. Si no hay vida eterna, comamos y bebamos que mañana moriremos. Y lo que estorbe a esto es mejor eliminarlo.

Este reduccionismo de la vida humana, está acompañado por una concepción materialista del hombre. El nihilismo va siempre de la mano de expresiones como "el hombre no es más que..." Y, si solamente es materia, fácilmente puede ser tratado como elemento de una masa o engranaje de un mecanismo. El Gran Duque de Luxemburgo, al decir esto, ha reivindicado que es un hombre entero. Pero también ha dicho que todos lo somos. Que no podemos escondernos ni en la mecánica del Estado ni en la inercia de la masa ni en unas normas morales. Sí, ni siquiera en esto. Porque la norma moral sin conciencia es una inmoralidad.

La mayoría -no sé si todos- de los contertulios de este blog no ocupamos un lugar relevante; sin embargo, todos tenemos la posibilidad de hacer dejación o no de nuestra conciencia. En una sociedad que tanto parece exaltar la libertad, se da la contradicción de que la conciencia sea algo arrinconado. Unos se deben a la disciplina de partido, otros a lo que se lleva, muchos a evitarse problemas y cuántos se atrincheran en lo que llaman prudencia y que no es otra cosa sino conveniencia social. Sin embargo, donde más brilla la libertad es en quien se debe solamente a su conciencia.

Atrevámonos a vivir a conciencia. El que así obre se convertirá en una paradoja andante. Por mucho que los de su entorno quieran hacer oídos sordos a la suya propia, él será una pregunta permanente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Porque la norma moral sin conciencia es una inmoralidad."

Conozco a personas -padres y madres de familia- que por no tomar sobre sí el trabajo que supone situarse frente a algún problema delegan, en la "opinión" de algún sacerdote de su confianza, y le obedecen como si fuera su conciencia. Creen que, por haber obedecido, la responsabilidad derivada de esa acción no es suya.
El resultado es que no saben por qué hacen lo que hacen, por qué creen en lo que creen, etc...

¿Es esto cobardía? ¿memez? ¿o es otra forma de pobreza mental por falta de uso?

No nos dejemos engañar, todos tenemos conciencia y ese lugar es terreno sagrado, sólo Dios habita ahí.