martes, 30 de diciembre de 2008

El Mesías de Händel XII

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"...y agitaré cielo y tierra, mar y continente; sacudiré los pueblos" (Ag 2,6s). Por la esperanza, nos está presente lo ausente; por ello, la vivencia del tiempo es distinta. Y lo que esperanzadamente aguarda el creyente es una intervención del Señor Sebaot, es decir, de aquel que tiene bajo su mando los ejércitos celestes; visto desde la otra cara, de Aquél a quien sirven las jerarquías celestes. El Señor del ámbito celeste es también quien rige los ámbitos de la Naturaleza y la Historia.

El camino del nuevo éxodo desde el destierro babilónico prefigura uno más radical, el del destierro fuera del Paraíso. La reconstrucción de la tierra prometida es otra imagen de la recuperación del Paraíso. Por el pecado, la Naturaleza y la Historia están distorsionadas; cada uno, desde sí mismo, al margen de Dios y de todo, ha ordenado las cosas dándoles un relieve valorativo en cuya cúspide no está Dios. Fuera del orden de valores por Él querido, estamos fuera de nuestro lugar propio. En un mundo ordenado desde nuestro endiosamiento, desde nuestra soberbia, estamos en una tierra destruida y sin Templo; todo está como pro-fanado. Reconstruirla con nuestras solas fuerzas es imposible; Dios tiene que con-sagrar lo que hemos mancillado con el pecado.

Como cuando cogemos, por ejemplo, una blusa arrugada, al sacarla de la lavadora, y la sacudimos para estirarla, así será la intervención de Dios. Él lo va a sacudir todo para recolocarlo. "Vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este Templo" (Ag 2,7). Lo mismo que Dios iba a obrar para que todo lo necesario confluyera para la reconstrucción de Jerusalén, así hace para que todo quede ordenado entorno al único centro. Todo convergerá hacia su gloria. Esto que esperamos ocurra en su plenitud al final de los tiempos, ya está teniendo lugar. Quien va paso a paso tras el Señor, quien lo va poniendo como centro de su vida, nota cómo va siendo recolocado. Las cosas son las mismas en su entorno, pero todo cobra un peso distinto al que tenía antes.

Al principio puede causar extrañeza. Puede dar la impresión de que ya no le importa a uno nada. Pero lo que está ocurriendo sencillamente es que las cosas han cambiado de valoración. Aquello a lo que mi mentalidad le daba mucha importancia ya no la tiene y, por eso, puede darme la sensación de que no me importa ya nada. Las conversaciones, por ejemplo, sobre temas que antes podían tener interés, ahora resultan hueras. Incluso me puede dar la impresión de que me he convertido en una persona rara. Sí, en medio de esta sociedad, el verdadero discípulo es como un extraño; viviendo en su país, se ha convertido en un extranjero. Sin moverse de su ciudad, ha empezado a experimentar la virtud de la xeniteia, que decían los antiguos Padres del desierto. Empieza a palpar lo que es ser ciudadano del cielo; el mundo parece nuevo.

[Seguramente quien haya seguido el texto inglés que usa Händel se habrá dado cuenta de dos divergencias con la traducción empleada aquí. Algo parece cambiado y algo parece sobrar. ¿Por qué? Cuando empecemos con el paso de Malaquías, lo aclararemos.]

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Es extraña esta experiencia de que suavemente cambie mi escala de valores y llegue a preguntarme ¿qué es lo importante en mi vida? ¿qué es lo que deseo de verdad?
¿hacia donde se inclina mi corazón?
¿cómo puedo llenar este vacío inmenso?
Al leer lo que ha escrito Ud. creo entender que debajo de mis pies hay un camino y no estoy suspendido en el vacío.
Dice usted que es una virtud ¿Que es la xeneteia?

Anónimo dijo...

Feliz año a Vd. y a todos los seguidores del blog.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

Xeniteia sería la estancia en el extranjero. Había monjes que lo hacían literalmente.

Dios le pide a Abraham que salga de su tierra y vaya a una que Él le va a dar. Respecto a la primera va al extranjero, aunque en realidad va a su tierra verdadera. Estamos lejos del Paraíso y creemos que estamos en nuestra verdadera tierra.

Respecto a nuestro punto de partida, ir al Paraíso es ir al extranjero. Salir de la óptica mundana, que creemos ser lo normal, y ponerse en el punto de vista de Dios es emigrar, aunque en realidad es volver a la casa del Padre. Esto tiene distintos niveles según sea la maduración espiritual. Yo he hecho referencia a un momento en concreto, en el que ha habido ya una purificación más profunda que dejar el pecado mortal.