miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Cruz de las aulas II

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En la cuestión que nos da pie para estos comentarios, lo mismo que en otros hechos parecidos, una de las cosas que se ha alegado es la neutralidad del Estado. Por lo general, esto es algo que se da por cierto. Como éste, hay muchos otros elementos de cimentación de nuestra vida social que vigen sin haber sido siquiera mínimamente pensados o discutidos. Con lo que con respecto a ellos lo que hay es la creencia propia del carbonero; socialmente tenemos una propensión sumamente rebañega a tomar por cierto lo que se dice, lo que se lleva, lo que se opina. Pero, ¿es verdad que el Estado tiene que ser neutral en materia de religión? Permitámonos el lujo de hablar sobre lo que habitualmente no se habla.

Lo primero que habría que pensar es si aconfesinalidad es sínonimo de neutralidad. Como mucho sería una de las posibles formas de entenderla, pero no la única, y, desde luego, no está dicho explícitamente en la actual y comatosa Constitución que así haya que entenderla en el orden actual.

Pero si no es neutral, entonces tendrá que ser parcial –podría pensar alguno–. Ahora bien, neutral no es sinónimo de imparcial, es decir, de no tomar partido por una sola de las partes. Los órganos e instituciones estatales tienen que ser imparcianles, pero esto no quiere decir que tengan que ser neutrales. Neutral no es sinónimo de imparcial.

¿Qué es ser neutral? En rigor, echando mano al latín, neutral (de neuter= ni uno ni otro) es el que no es ni de uno ni de otro. Entonces, ¿para quién está el Estado? La aconfesionalidad llevaría a que el Estado no favoreciera ni una ni otra ni ninguna confesión religiosa, incluida la fe en el no-Dios (a-theos) o el anti-Dios. Pero esto no quiere decir que el Estado deba tener una neutralidad absoluta en todos los sentidos.

Respecto a las personas, el Estado no debe ser neutral. Si el Estado no fuera ni de unos ni de otros, ¿entonces para qué lo querríamos? El Estado está al servicio de las personas, por tanto, tiene que estar al servicio de unos y de otros, de todos y cada uno. En latín, hay una palabra emparentada con neuter y es uterque que significa uno y otro. Vamos que, en vez de hablar de la neutralidad del Estado, habría que hablar, si se me permite el vocablo, de uterquidad.

Así lo entiende la Constitución (art. 9.2). Los órganos estatales tienen que favorecer el que los ciudadanos, todos y cada uno de ellos, puedan ejercer sus derechos, incluida, claro, la libertad religiosa. Pero incluso, según ese artículo, tienen que facilitar el que se den las condiciones necesarias para que sea posible la vida de los grupos a que pertenezcan las personas, lo que abarcaría las confesiones religiosas. Es que hay derechos, que no se pueden ejercer en solitario; sin otros, su ejercicio es un brindis al Sol. Por tanto, aunque los poderes públicos no tengan que favorecer las distintas religiones, mucho menos una en concreto, sí tienen que facilitar que se den las condiciones para que la libertad religiosa sea posible individual y grupalmente. No se trata de propagar una fe religiosa o todas, sino de estar a favor de que las distintas confesiones puedan llevar a cabo sus fines legítimos.

El concepto de neutralidad está bien para determinados individuos de colmenas y termiteros, pero no para una sociedad, a no ser que el modelo sea el de esas colectividades animales, por tanto, a-personales. El concepto de neutralidad creo que lleva a la castración social, a la anulación de un aspecto importante para cualquier ciudadano, a que del espacio público se expulse algo. La neutralidad, so capa de respeto a todos, al final, no respeta a nadie y toma partido por una postura, la de aquellos que consideran que hay un derecho que no tiene publicidad en su ejercicio: la libertad religiosa.

Habrá que seguir pensando sobre esto.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Es curioso que se alegue la neutralidad del estado en este tema y en otros, cuando todos los días estamos viendo el posicionamiento de cada una de las instituciones del estado. ¿Por qué nos tratan de "tontos"? ¿A quién quieren engañar?
Hago mías las palabras de Pablo "yo creí por esto hable" y no acepto ser neutral. Mi fe me pide que hable y que reclame la libertad de hablar. El estado que se mantiene con "el sudor de mi frente" me lo debe.