martes, 6 de enero de 2009

El Mesías de Händel XVI

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El bajo nos ha cantado Ml 3,1 y ha dicho que ese Señor-Mensajero entrará en el Templo "de pronto". Es decir, de manera impredecible. Así es la Epifanía del Señor, así será también su Parusía, así irrumpe también en nuestra vida. Impredecible no porque aún los hombres no tengamos suficiente ciencia para calcularlo, ni porque no tengamos capacidad, sino porque Dios y su obrar son en sí mismo misterio. Si no podemos predecir, si no podemos meterlo en nuestros cálculos, si no tenemos capacidad, no es tanto por defecto nuestro sino por sobre-abundancia suya. Su realidad es pura santidad, trasciende cualquier inteligencia.

Y, como el Mensajero de la Alianza viene y ésta no es impuesta -Dios no nos condena a ser felices-, el oráculo del profeta nos insta: "miradlo entrar". Cada uno de los sentidos nos da la realidad de una manera. Hemos escuchado las palabras de Malaquias, bellamente musicalizadas por Händel, y nos han dado la realidad en noticia. Los sonidos de algo nos llegan, pero al oirlos nos dicen que la realidad que los ha emitido está lejos; son nuncios, pregoneros de ellas nos entregan la realidad en noticia.

La vista nos da la realidad en presencia. Cuanto entra en lo que abarca nuestra mirada se nos hace presente. Es como si entrara en nuestro mundo. Y el Señor-Mensajero, por ser Mensajero, nos trae noticia, pero, por ser Señor, hace presente la realidad divina. Y nos dice que miremos, que a su venida abramos el ámbito de nuestro mundo, que abramos nuestro templo, para que Él se haga presente.

María ha escuchado el oráculo y se ha abierto totalmente para que la gloria del Señor entre en su templo. Y qué es el camino espiritual sino abrir las puertas a la presencia divina para que su gloria haga realidad nuestra vocación a ser Templo suyo. Y así también la Iglesia. La presencia del esplendor de su gloria atrae hacia ella a todas las gentes (cf. Is 60); no, por ella, sino por la gloria de su Señor.

Aprendamos a abrir, en todo momento, la mirada a esa imprevisible venida. Presente en todo lugar, aunque especialmente en algunos -los necesitados, su Palabra, la asamblea reunida en su nombre, eminentemente en la Eucaristía, etc.-, impredeciblemente nos la hace patente en ocasiones y quiere hacerse más presente. No le basta, para nosotros, con la presencia que tiene en cualquier criatura; quiere que seamos hijos, que participemos en la presencia que cada una de las divinas personas tiene en las otras.

Para acoger su presencia y la manifestación de ésta, que no esté nuestra atención embriagada por otras cuestiones, sino sobria y en vela para acogerlo a Él y a la posible manifestación de su presencia; cuando Él quiera y como quiera. Y si nos regala su oscuridad, alegrémonos, porque no deja de estar presente y, en su tiniebla, más nos manifiesta su trascendencia.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cómo puedo mantener mi atención sobria, abrirme y acoger su presencia?

Me siento como Adan y Eva escondiendose de Dios porque se dieron cuenta de que estaban desnudos.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

Zaqueo, te repito lo mismo que el otro día. Búscate un buen maestro. Desde un blog se pueden escribir principios muy generales. Pero cada uno está en un lugar concreto. De todas formas, si estas glosas, en algo han servido para acrecentar tu deseo de tener la atención en Él puesta, ya has sacado mucho; y yo doy gracias a Dios por no haber estorbado mucho a ello.