viernes, 23 de enero de 2009

El Mesías de Händel XXIII

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María recibe como misión dar un nombre al Niño. El ángel le comunica que se trata del Hijo del Altísimo, por eso, el nombre no es una invención. Lo mismo que Moisés en el episodio de la zarza recibe la revelación del nombre divino, así María escucha el nombre del que va a ser su Hijo. Pero es también el nombre del Hijo del Hombre. Tiene una misión, la recibida del Padre; su nombre es también su misión.

Normalmente decimos que María dice sí. Es verdad, pero lo dice con otras palabras: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Nosotros decimos muchas veces sí, en distintas circunstancias y a distintas personas. El sí de María son estas palabras, no podemos confundir su sí con los nuestros.

El sí de María para nada tiene ningún tinte de soberbia; los nuestros normalmente sí. Hasta cuando alguien nos ofrece gratuitamente algo sin debérnoslo ni tener nosotros derecho a ello, si decimos sí, solemos afirmarnos a nosotros mismos desde nosotros mismos.

María cuando dice sí empieza diciendo "aquí está". Podría parecer una obviedad. ¿Dónde estamos? ¿Acaso no es inevitable estar aquí? En el ámbito de la Naturaleza así es. ¿Pero dónde estamos realmente? ¿Estamos en la realidad de lo que somos o vivimos en el allí y entonces de nuestras ensoñaciones, del mundo ilusorio que hemos creado desde nuestra soberbia? No estamos en nuestro aquí, estamos fuera del Paraíso que es nuestro verdadero aquí.

María está totalmente aquí, en la realidad que Dios ha creado, en el ahora histórico largamente tejido a lo largo del tiempo desde la salida del Paraíso y en el mistérico aquí querido por Dios desde la eternidad. María está en totalidad en la tierra que le corresponde, en su humus: es humilde. María es la mujer paradisíaca y el verdadero discípulo camina de vuelta al Paraiso; por ello, la senda espiritual es, en buena medida, poder decir "aquí estoy".

Todos estamos respectivamente hacia Dios; aunque nuestra relación con Él sea en negación, este rechazo está sobre el suelo de esa respectividad, ni en el infierno se deja de ser una realidad respecto de Dios. Nuestro allí y entonces, nuestro estar fuera del Paraiso es una foraneidad respecto de Dios.

Él, en cambio, no. Él lo trasciende todo, no necesita de la creación, no es mundano; Dios es en sí mismo, nunca respecto a nada que no sea Él. María es respectiva a Dios, como todos los hombres, pero esa respectividad cobra una carne determinada en una relación concreta: obediencia. Es la que siempre escucha la Palabra y responde afirmativamente a ella; es la esclava del Señor. Adán en el Paraíso era pura obediencia; era el señor de la creación porque era el servidor de Dios.

Tendremos que seguir glosando Is 7,14.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Podría explicarme: "Hasta cuando alguien nos ofrece gratuitamente algo ....... solemos afirmarnos a nosotros mismos desde nosotros mismos."?
Lo que me preocupa es esta actitud con respecto a lo que recibo gratuitamente de Dios.

¿Cómo ser auténtico al decir "Aquí estoy... Hágase". Creo que sólo lo puedo decir desde Él. Y sólo así entonces ni siquiera lo sé.

Alfonso Gª. Nuño dijo...

¿Hay algún momento en que no lo recibas todo de Él?
Se trata del camino de la humildad; es decir, desnudarse, quitarse todos los postizos para palpar la propia miseria y así poder ser un mendigo ante Dios.