jueves, 12 de marzo de 2009

El Mesías de Händel XXXVIII

[<-El Mesías de Händel I-]

Con el último versículo de Isaías, el libretista de Händel nos ponía en los umbrales del NT. Como atrio para entrar en él, escuchamos una pifa, tras la cual la soprano cantará.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turnos el ganado (Lc 2,8).
Y allí es donde nos encontramos todos: en aquella región. Es decir, en la misma en la que el evangelista ha narrado el nacimiento de Jesús. El Hijo de Dios se ha hecho hombre; solemos decir que ha venido a nuestra tierra, pero nuestro mundo, aunque siempre fue suyo por ser su Creador, ahora queda definido, de modo nuevo, por Él. Nuestra tierra, donde vivimos, podemos decirla desde muchos puntos de vista, pero el verdadero discípulo, por encima de cualquier otra circunstancia, sabe que vive en aquella región, donde nació su Salvador.

Y, como ya nos había anunciado Isaías, el acontecimiento tiene lugar en medio de la noche. Allí es donde al hombre le sale al encuentro la gloria de Dios. Y el hombre en la oscuridad de la lejanía de Dios se encarga de guardar un ganado. Y lo tiene que hacer por turnos porque, fuera del Paraíso, el hombre pecador se fatiga y su labor está fragmentada, ha perdido la unida. Y trabaja cuidando de lo ajeno (cf. Lc 15,15). Pero esto no le sacia.

Por ello, el alma, en su desamparo, en lo más profundo de sí, aunque esto lo acallemos en el plano consciente con mil ruidos, tiene el mismo clamor de la esposa del Cantar de los cantares, porque lo único que la puede saciar es la divinidad:
Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros (Cant 1,7).
Sí, anhelo de estar con el buen Pastor, al mediodía, en la plenitud del Sol que nace de lo alto, con su rebaño, y no sin rumbo, detrás de los asuntos de los hombres, de quienes por su Encarnación, el Hijo del Padre se ha hecho compañero.

Y S. Gregorio de Nisa, comentando este paso del Cantar de los Cantares, dice:
¿Dónde apacientas, pastor bueno, que llevas sobre tus hombros todo el rebaño? Toda la naturaleza humana es una oveja que has llevado sobre tus hombros. Dime dónde descansas, cónduceme a buenos pastos con que yo me alimente, llámame por mi nombre para que yo, tu oveja, oiga tu voz y por tu voz me venga la vida eterna.

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