miércoles, 22 de abril de 2009

El Mesías de Händel XLV

Tras el unísono canto de alabanza de los ángeles y los hombres, vuelve la misma soprano con la que empezaron a cantarse los textos de NT. Pero ahora en su voz sonará un oráculo profético. El AT se reconoce en el Nuevo y éste realiza a aquél. Es la misma palabra, solamente hay una.

Con el anuncio del ángel, no solamente canta el coro que interpreta el oratorio con las miríadas celestes, sino que también se regocija todo el Antiguo Testamento, anticipo del gozo que experimentará Adán y todos los justos muertos, cuando Jesús descienda a los infiernos a anunciarles, Él mismo, la salvación.

"Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; [...] dictará la paz a las naciones" (Za 9,9s).
La Encarnación es la venida del Rey a ejercer su soberanía. Es una buena nueva, el Reino de Dios está cerca. Viene justo y victorioso, pero en la humildad de un pesebre como alta cuna, de un pollino como cabalgadura, de una cruz como trono. Y al final de los tiempos en gloria sobre las nubes.

Esto es motivo de regocijo para Jerusalén y también para los paganos. No va a dictar la paz a los vencidos por las armas, a someterlos bajo la soberanía de un Israel terreno, sino que va a darles la paz de la comunión de todos y toda la creación en su amor.

[Nota: el texto inglés, el que se canta, de la KJV traduce "Saviour", igual que la Vulgata, en vez de victorioso. Desde el poquísimo hebreo que sé, ambas lecturas me parecen posibles, aunque el contexto guerrero invitaría a inclinarse por victorioso, como hace la traducción española para la liturgia]

Continuaremos.

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