domingo, 31 de mayo de 2009

Antífona de Comunión. Vigilia de Pentecostés


El último día de las fiestas, Jesús en pie gritaba: "El que tenga sed, que venga a mí y beba". Aleluya (Jn 7,37).

Jesús, en la antífona de comunión de la Vigilia de Pentecostés, cuando vamos a comulgar, normalmente solamente bajo la especie del pan, nos invita a beber. Y lo hace en pie; no es un ídolo que no pueda escuchar nuestra oración: "¡Levántate y sálvanos!" (Jr 2,27). El Señor se ha puesto en pie para salvar y llama con fuerza.

A los que tengan sed. La eucaristía es un banquete para sedientos, para necesitados de divinidad. Por ello, prepararse a la eucaristía es sentir cada vez más acuciantemente la necesidad de Dios. Y acercarse a comulgar es acercarse al que me llama para beber. Pero, ¿para beber qué? Cuando comulgamos el cuerpo de Cristo, comulgamos el cuerpo atravesado por la lanza en el costado y de cuya herida mana sangre y agua (cf. Jn 19,34). Jesús en su misterio pascual se dona a sí mismo (sangre) y, por medio de Él, el Padre nos dona al Espíritu (agua). En la eucaristía nos alimentamos con la roca de la que mana el agua.
Como dice la Escritura: De sus entrañas manarán torrentes de agua viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él (Jn 7,38s).

sábado, 30 de mayo de 2009

Estar sediento y beber. Juan 7, 37ss


El evangelio de la Vigilia de Pentecostés tiene lugar el día más solemne de la fiesta de las Chozas. En ella, se actualizaba litúrgicamente el éxodo. En el camino desde Egipto hasta la tierra prometida, Dios había dado de comer con el maná al pueblo escogido; Jesús, en el capítulo anterior del evangelio de S. Juan, se ha presentado como el pan vivo bajado del cielo. En el desierto, el pueblo también bebió del agua que manaba de la roca. En esta fiesta, hay dos signos importantes, uno es el agua, el otro la luz. En el siguiente capítulo, Jesús va a decir que Él es la luz. Pero Él no es el agua.
El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: "El que tenga sed, que venga a mí y beba quien crea en mí". Como dice la Escritura, de sus entrañas manarán torrentes de agua viva (Jn 7,37s).

Todos los hombres tenemos sed de divinidad. Unos tratan de acallarla aturdiéndose, intentan no sentirla; otros, en cambio, aunque la sienten, prefieren saciarla con diversos sucedáneos. Por paradójico que parezca, hasta el "cristianismo" puede ser usado como un anestésico o como un sustitutivo. Sin embargo, no podemos prescindir de esa sed. Esa necesidad determina nuestra vida. Nuestra respuesta a ella puede ser muy variada, pero lo que no podemos es eliminar la pregunta de nuestra existencia porque es lo más entrañado del hombre; fuimos creados para la filiación divina y, sin ella, nuestra vida está incompleta, pendiente de sentido y realización.

Jesús hace una llamada a quien tenga sed. Desde la necesidad de Él es cómo mejor puedo escucharle, cuanto más sienta esa sed, más profundamente penetrará su llamada. Dios empieza regalándonos la verdad de nuestra menesterosidad, haciéndonosla sentir. En la medida que creemos que podemos solventar la vida desde nosotros mismos, nos imposibilitamos para acoger el don de Dios. Pero cuando sentimos la sed, olemos la humedad y siguiendo su rastro llegamos a la fuente. Su llamada me lleva a Él.

Y en Él hay que creer para poder beber. Creer que de Él hablaba el profeta Ezequiel (Ez 47). Jesús es el verdadero templo de Dios y de su costado abierto manan abundantemente las aguas que llevan la vida a lo que estaba muerto.
Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él (Jn 7,39).

viernes, 29 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LVII


Y la contralto continúa llevándonos a un versículo del tercer canto del Siervo de YHWH. Lo hace con un recurso ya empleado al final de la primera parte del oratorio. Lo que es dicho en primera persona en la Biblia se canta en tercera del singular. La cantante nos remite más allá de ella misma.
Ofreció la espalda a los que lo apaleaban, las mejillas a los que mesaban su barba; no se tapó el rostro ante ultrajes ni salivazos (Is 50,6).

El testimonio de este versículo podría dar la impresión de que nos estuviera diciendo la razón por la que afirmaba anteriormente (Is 53,3) que era despreciado y evitado de los hombres, por qué no hay en Él nada que atraiga la mirada. Sin embargo, lo que resulta repulsivo para el desnudo entendimiento humano, cuando es elevado por la fe, al percibir no solamente lo que la razón alcanza, sino también el misterio divino, al verdadero discípulo le resulta atrayente.

Y la atracción de la belleza, aparentemente oculta, no lo es solamente para movilizar el amor hacia Él, sino también para hacer de ese misterio de gloria divina la respuesta a la pregunta sobre la configuración del propio ser. El camino para llegar a ser quien debo ser pasa por hacer de esa afirmación del profeta un hábito de la propia conducta. ¡Qué distinto al modo de proceder que nos dicta el mundo!

Ahora, en vez de huir del dolor, del sufrimiento, de las humillaciones,... el discípulo encuentra que el camino de la plenitud del ser pasa por lo que aparentemente es la anulación de éste. La madurez del creyente no se queda en soportar el mal, sino que llega a ofrecer las espaldas. ¿A qué?

Tenemos miedo de aquello que amenaza destruir el bien en que tenemos puesto nuestro corazón, en lo que ciframos nuestra vida. Vivimos en el miedo porque todo puede ser destruido. Si Dios fuera nuestro bien supremo, nada nos haría temer, porque nada podría destruir nuestra vida, porque nuestra vida sería Él. Matarnos, sí pueden matarnos biológicamente; pero para el creyente ni esto es un mal, porque la muerte es para él la puerta a la vida eterna. El único mal es el rechazo de Dios.

La purificación del corazón supone soledad, silencio y quietud. Y ésta comporta no coger nada ni huir de nada. Todo lo que podemos coger no es Dios, todo aquello por lo que podemos huir tampoco lo es. Solos de lo externo, podemos entrar en nuestro interior. Gracias al silencio oímos lo que allí pasa. Y nada de lo que atrae hay que cogerlo ni de nada de lo que asusta hay que huir.
Buscando mis amores
iré por esos montes y riberas,
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras
y pasaré los fuertes y fronteras (S. Juan de la +).

miércoles, 27 de mayo de 2009

Para que no me aborten ni te aborten


Ya estoy de regreso. Me remito a mi artículo homónimo de Libertad Digital. Si queréis dejar algún comentario sobre él podéis hacerlo aquí.

martes, 26 de mayo de 2009

lunes, 25 de mayo de 2009

Más allá de la colmena

En una entrevista al escritor canadiense, Michael O'Brien, al ser preguntado si caminábamos hacia una tiranía disfrazada de libertad, contestaba:
Vamos en esa dirección, pero el resultado aún no es seguro. En buena parte depende del coraje de las Iglesias locales en cada nación, y de la capacidad de la familia y de las asociaciones religiosas para crear un frente unido contra las fuerzas que reducen la libertad en nombre de la Libertad y destruyen vidas humanas en nombre del Humanismo.

La dirección hacia la que nos encaminamos socialmente no parece que ofrezca ninguna duda. Las políticas de ingeniería social, con todos los medios a su alcance, especialmente de propaganda, van limando poco a poco todo lo que sea autentica humanidad, es decir, lo propio del espíritu: religión, libertad, amor a la verdad, etc. Y, a la par, lo van dejando en pura individualidad, eliminando cualquier atisbo de personalidad y auténtica socialidad. De sujeto de la Historia, el hombre está siendo trasladado a ser nada más elemento de la Naturaleza; el proceso de masificación está en marcha y muy avanzado.

Ahora bien, como señala el novelista canadiense, no está dicha la última palabra. Sin embargo, el resultado, aunque va a depender de muchos factores, va a suponer un gran sufrimiento. ¿Se evitará la caída en el termitero humano, aun a costa de mucho esfuerzo? ¿O nos meteremos en un largo túnel oscuro cuya longitud dependerá de lo que hagamos ahora? ¿Tenemos que trabajar por conservar o más bien por ir más allá de lo que ya se nos viene encima? ¿El proceso está lo suficientemente avanzado como para que no sea posible detenerlo? Acaso para muchos esto sea pesimista, aunque visto desde otra perspectiva es signo de optimismo, pero me da la impresión de que no es tiempo de estrategias de conservación, la inercia creo que ya es muy fuerte, aunque haya también que ganar tiempo. Creo que habría que trabajar para superar, no para evitar, lo que se avecina y ya, en buena medida, está aquí.

En cualquier caso, de una o de otra forma, tiene razón M. O'Brien, todo va a depender mucho de lo que hagan algunos de los actores del drama, principalmente familias e Iglesias locales. Y, claro, es evidente que para poder actuar, quien haya de hacerlo no solamente ha de ser consciente de su misión y aceptarla, es necesario que el sujeto esté capacitado para llevar a cabo la tarea. Y mirando la Iglesia en España, no hay por menos que decir que se encuentra, con todos los signos de esperanza que en ella se dan, en una situación de mucha debilidad. En mayor o menor medida, así está un gran número de diócesis en el mundo. La primera labor se me antoja que debe ser la de definición y fortaleza interna, de lo que se beneficiarán, sin duda, las familias.

¿Y cómo hacerlo? De eso ya hemos dicho algo y habrá que seguir diciendo.

domingo, 24 de mayo de 2009

Dime tu nombre

Para que no me maten ni te maten,
recuerdo que el Sol brilla
y el viento calla.
Para que no te olvides,
trato que me recuerdes,
riego las rosas
abiertas en la casa que anhela el cielo,
soplo las rojas brasas
que aún aguardan ser fuego
en tu hondo hogar.
Y quiero ser palabra que me vele
para decirLe.

Antífona de Comunión. Ascensión


Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Aleluya (Mt 28,20).

Jesús se va, se despide, pero no lo hace como el mundo (cf. Jn 14,27). Cuando los hombres se ausentan, de ellos, en el mejor de los casos, queda el recuerdo, mas ya no están. Jesús marcha a la gloria eterna, a regir el mundo entronizado a la diestra del Padre. Nos falta la perceptibilidad que tenía en su vida mortal, su cuerpo resucitado está en la intimidad trinitaria; se ha ido, sí, y, no obstante, está presente.

Presente de muchas maneras. Presente en el corazón del justo, en los necesitados, en el acontecer cotidiano, en la asamblea que se reúne a celebrar en su nombre, en el sacerdote, en la Palabra proclamada y eminentemente en la Eucaristía. Ahí está además sustancialmente presente su Cuerpo y su Sangre.

En la celebración de la Ascensión, en el momento de la comunión, las palabras de la antífona tienen una fuerza especial. Cuando Jesús se nos da en alimento, somos testigos del cumplimiento de su promesa. Está con nosotros todos los días. Y esto, que por fe vemos, es la sustancia de la esperanza en que, si ha sido así hoy, lo será hasta el fin del mundo. Y más allá. Pues quien quiere estar con nosotros todos los días quiere también que estemos con Él toda la eternidad. Y la esperanza despierta el amor hacia quien está conmigo y quiere que esté con Él, que quiere que lo mismo que el Padre y Él están mutuamente el uno en el otro, así también quiere que sea nuestra relación con Él; su estar es un estar de amor que a amor mueve.

Y la celebración termina y ahí está. Sigue presente en el sagrario.

sábado, 23 de mayo de 2009

A toda la creación. Marcos 16,15-20


Las primeras palabras que Jesús dirige a los Once, en el evangelio de este día de su Ascensión, son una manifestación de lo universal e ilimitado del amor divino: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15).

Jesús en su descenso a los infiernos llevó el anuncio de la salvación a todos los justos que habían muerto antes que Él. Los que eligió fueron testigos de su resurrección. Y esta Buena Noticia tiene que llegar a todos y a todo. Los Apóstoles tienen que ir hasta el último rincón de la tierra, tienen que ir por todas partes, la Iglesia tiene que seguir caminando hasta el último rincón, para proclamar el Evangelio.

¿Cuál es el límite? A toda la creación. Todo y todos tienen que recibir el anuncio. Nada tiene que quedar sin la alegría de la Resurrección de Cristo, porque todo fue afectado por el pecado. A todas las personas con las que me encuentro tengo que hacerles partícipes de la Buena Noticia, pero no solamente a ellos. En todas nuestras actividades, en todo aquello con lo que entramos en contacto tenemos que dejar la impronta de la victoria de Cristo sobre el pecado, el mal y la muerte.

Y al mismo tiempo todo debería de ser para nosotros una pregunta y una llamada: ¿Me has hecho llegar el Evangelio? Las injusticias nos dicen que hay espacios que no hacen eco de la Resurrección. Los destrozos en la naturaleza nos hablan de que hay que hacer llegar también allí el anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios. Mi pequeño mundo es un espejo que me dice si yo de verdad he creído esa Buena Noticia y vivo conforme a ella. El mundo nos dice que todavía hay muchos que no la han escuchado o que no la han creído.

Esta universalidad del amor de Dios también incluye la libertad del hombre. Él nos ama y no niega nada de lo que ha creado, por eso no anula nuestra libertad. El anuncio es solamente eso, anuncio. No es imposición, no es coacción, no es forzar a nadie a nada. Las criaturas que no son libres se pliegan, no pueden no hacerlo, a la voluntad divina; el hombre puede rechazarla. El anuncio debe llegar a todo y a todos, pero esto no es garantía de que todos lo vayan a aceptar. De ahí los claroscuros con que está pintada la historia, de ahí que, a la espera de la venida en gloria del Señor, entre el trigo crezca también la cizaña.

Y este envío tampoco tiene límite de tiempo. La evangelización es permanente. Siempre habrá alguien que necesite oírla y siempre necesitaré escucharla aún más a fondo.

viernes, 22 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LVI


Después de la indicación de Juan el Bautista, C. Jennens, el libretista, nos va a sumergir, como sugería el coro en el pasaje anterior, en el cuarto cántico del Siervo de YHWH, para lo cual Händel va a hacer uso de una tesitura más grave, pero sin brusquedad; en vez de la soprano, será la contralto la que nos va a decir qué significa ser el Cordero/Siervo de Dios:
Despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos (Is 53,3).

Cuando Juan el Bautista nos lo ha señalado entre los hombres, cuando alguien anuncia el Evangelio, invita a volver la mirada, la atención, los anhelos y deseos más profundos, hacia alguien que es despreciado y evitado por los hombres. Jesús es precisamente aquél que antes de la conversión ha sido despreciado y evitado por mí, es aquél a quien desprecio y evito cada vez que decido construir la vida desde mí mismo y de espaldas a Dios. Y la conversión está precisamente aquí, mirar con ojos nuevos a quien antes rechazaba.

Pero quien anuncia el Evangelio, no señala al despreciado de los hombres como alguien ajeno a él mismo, sino como alguien por él querido, como aquél que es el centro de su corazón, el sentido último de su vida y su vida misma. Por ello, el heraldo señala al Siervo de YHWH en la medida que él mismo también se ha hecho, para los hombres, alguien despreciado y evitado. Así de paradójica es la Buena Noticia, el Evangelio; la vida está donde se cree que está la muerte, lo verdaderamente codiciable es lo que se ha rechazado.

Y el profeta continúa. El Cordero/Siervo es un varón de dolores, alguien acostumbrado al sufrimiento. No se trata simplemente de que pasivamente haya sufrido, esto es algo que le pasa a todos los hombres. Sino que ha hecho suyo el sufrimiento, se ha apropiado de él, lo ha hecho un hábito. Jesús es el manso, el que sabe escuchar en todo acontecimiento de la historia, también en los que solemos calificar como negativos, una palabra de amor de Dios. Por eso, ha escuchado con todo su ser esas palabras. También el pecado, también las que van directamente contra Dios, porque ni esas son un paño que pueda velar la luminosidad divina: "Aprendió sufriendo a obedecer" (Hb 5,8). El dolor no solamente fue palabra escuchada, sino amor al que respondió.

Mas, aunque ahí se quede nuestro oratorio, Isaías continúa en ese versículo diciendo: "Ante el cual se ocultan los rostros" (Is 53,3). Y nosotros con San Agustín nos podríamos preguntar por qué, si en Él no hay nada atractivo, ¿cómo es que el salmista dice: "Eres el más bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia? (Sal 45,3)" Los que están en vías de salvación, los que son atraídos por la Cruz, se dejan seducir por la belleza de su gloria.

jueves, 21 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LV


La primera parte del Mesías termina con una inclusión, pues comienza con el consuelo (Is 40,1ss) y acaba con el alivio (Mt 11,28ss). La segunda etapa va a comenzar con una serie de elementos de continuidad y cambio. Musicalmente la unión con lo anterior viene dada porque es el coro el que canta las palabras de Juan el Bautista:
Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1,29)
Poco antes de concluir la anterior parte, habíamos escuchado desde Is 53,4s una referencia al Buen Pastor y a las ovejas. Pero ahora se va a producir un giro importante que va a dar, de entrada, el tono a la sección central del oratorio. El que cargaba con las ovejas es el Cordero que quita el pecado del mundo y también el Siervo, pues en arameo tanto cordero como siervo se dicen con la misma palabra.

Así pues, Jesús es presentado como quien cumple las palabras de Isaías sobre el Siervo sufriente (Is 52,13-53,12) que, aun siendo inocente, carga sobre sí los pecados de la multitud y se ofrece como cordero en expiación. Por otra parte, es también el cordero que ocupa el lugar de Israel en el sacrificio (Gn 22,13) y el cordero del sacrificio de la Pascua, de la celebración de la liberación de Egipto (Ex 12,1-28). Como cumplimiento de las promesas, lo celebra el cristiano que tiene a Cristo como Pascua inmolada (1Cor 5,7) y es también una imagen de esperanza que remite al Cordero apocalíptico, a la liberación y victoria finales (Ap 5,6.12).

En el gesto del Bautista, todo el Antiguo Testamento está mirando a Jesús y todo él se convierte en una invitación a seguirle a Él. S. Pablo nos dirá que para unirnos a la Pascua de ese Cordero/Siervo, tenemos que quitarnos la levadura vieja para ser una masa nueva, pues la vocación del cristiano es ser pan ácimo en la celebración pascual (cf. 1Cor 5,7).

miércoles, 20 de mayo de 2009

Nos están abortando


Muchos dicen que el maremoto abortista de ahora es una campaña para cubrir otros problemas. No dudo de que en algún momento pueda cumplir ese papel, pero responde a unas finalidades claras, cumple un papel relevante en un proyecto político. Pero además es que me parece que debería de ser ocasión para sacar a la luz cuestiones fundamentales, porque, en ello, se manifiestan bien a las claras las ideas de hombre y sociedad que inspiran todo un proyecto de cambio.

Que una (vice)ministra diga que un feto de trece semanas, aunque sea un ser vivo, no es un ser humano es ciertamente una salvajada y una muestra de evidente ignorancia y de irracionalidad, como muchos le han reprochado. Pero es mucho más. Es la base que justifica un modo de obrar. Y no solamente en este caso concreto. En estas declaraciones de Aído, hay dos cuestiones que afectan a todo el entramado legislativo y, por consiguiente, al social y a cada uno en concreto.

En primer lugar, estamos legislando para alguien que no sabemos qué es; el sujeto de derechos es algo indefinido y parece que preferiblemente en permanente indefinición. En principio, el titular de derechos y deberes es el hombre, pero, si nos ponemos a pensar, nos podremos ir dando cuenta de que eso se está desdibujando. Si no está claro qué es un ser humano, esta indefinición está ya afectando no solamente a los fetos, sino a todos, sin distinción de edad o sexo. Y la nebulosa que cae sobre el titular afecta también a los derechos. Más allá de lo jurídico, socialmente cada vez es más difícil reconocer a alguien como un , cada vez vamos siendo más un algo que un alguien; esto en las relaciones sexuales se da ya en niveles extremos. E individualmente también, paulatinamente la capacidad de reconocerse uno mismo como persona se va obturando.

Pero además lo que se está institucionalizando poco a poco es la irracionalidad. Dan igual los conocimientos científicos; estos se convierten solamente en arma arrojadiza, en un pedrusco para lanzar contra alguien en defensa de unas tesis tomadas previamente de manera irracional, por emotividad e instinto; no son elemento para la discusión y la búsqueda de la verdad. En estos casos, lo que se produce en la sociedad es la vuelta a lo pre-histórico, para lo cual no es necesaria la máquina del tiempo. Con lo pre-histórico no me estoy refiriendo a la edad de piedra; lo pre-histórico propiamente es la animalidad, porque la historia no es el registro de hechos, es, antes que nada, el espacio de esas criaturas espirituales que son los hombres. Y, en estas situaciones de regresión animalesca, se impone la ley del más fuerte.

El remate lo ha puesto Zapatero. ¡Qué transparente es en sus juegos de labios! Lo del aborto sin permiso paterno para las menores es, según su benéfico parecer, para que los padres no interfieran en esa decisión. En las colmenas o termiteros, no hay familias. Tampoco hay personas, solamente individuos. Caminamos hacia una sociedad animal o mejor habría que decir hacia un Estado animal.

No estamos ante unas opiniones diferentes dentro de una cosmovisión común. El reto es de una concepción de la realidad y del hombre totalmente distinta. La libertad de pensamiento y expresión son siempre respetables, pero hay ideas que no lo son. En este caso concreto, no es que me parezcan discutibles esas posturas o que no esté de acuerdo con ellas, sencillamente estoy en contra, abiertamente en contra. Con todos los medios moralmente lícitos me voy a oponer a que intenten cegar en los hombres lo más propio de ellos, lo que hace que no seamos cosas sino personas, lo que hace que seamos alguien y no algo. Ante la animalización, lo más revolucionario es la espiritualización, que no es negación del cuerpo o la materia, sino la máxima afirmación de ambos. Sé que muchos me tacharán de espiritualista, no me importa. Estoy convencido de que lo mejor que puedo hacer por los demás es despertar, acrecentar o cultivar lo más íntimo y más humano de todos: el anhelo de divinidad. Lo demás viene por añadidura y, sin esto, ¿qué hay?

martes, 19 de mayo de 2009

De la taxidermia a la evangelización


El otro día leí una entrevista breve, pero muy interesante, a Dominique Rey, obispo de Toulon. En ella, no solamente acertaba a calificar el punto de partida y el de destino en el cómo de la evangelización, sino que también hablaba de la configuración de ésta. Aunque nada de esto sea novedad; lo que no es frecuente es que los obispos hablen de ello y lo hagan con tanta claridad. De una situación de gestión y mantenimiento, decía, hay que pasar a una de engendramiento.

¿Pero cómo? Para él, hay un momento fundamental, que Dios toque el corazón de la cabeza de la diócesis, que es el obispo. Entonces, la vida de ésta tiene unas posibilidades de cambio impensables de otro modo. El dibujo que él hace es sencillo: "La clave está en insistir en el kerygma, el primer anuncio cristiano. Primero va el kerygma o anuncio, luego la didaché o catequesis, después la vida sacramental y litúrgica y por fin entrar en la vida de servicio o diaconía. Ése es el orden eficaz hoy: pero primero, el kerygma". Qué interesante sería que los que se encargan de presentar las ternas al Papa para nombrar obispos se fijaran en quienes ya tengan así tocado el corazón, aunque no tuvieran el doctorado en teología.

Esto supone, en realidad, unos cambios muy profundos en los que no entra el pastor francés. Intentaré sacar algunas consecuencias. El planteamiento que él hace conlleva una serie de etapas en la vida del creyente. La primera de las cuales es que antes de serlo no lo es; por perogrullesco que parezca, esto es fundamental. Y también que la vida de fe no está marcada por la edad biológica, sino que tiene un ritmo distinto. Por consiguiente, este obispo hace un planteamiento que requiere discernimiento y diferenciación. Lo cual no es nada novedoso, está presente en infinidad de documentos de la Iglesia. Pero aún o no nos hemos enterado o hemos preferido mirar a otro sitio. A cada uno, hay que darle lo que necesita.

Lo decisivo es dónde está la persona. Si no es creyente, da igual la edad que tenga o que haya hecho tres años de "catequesis", lo que tiene que escuchar es el primer anuncio del evangelio. Si ha empezado a creer, lo que no viene definido ni por la fecha de nacimiento ni por los años en un grupo parroquial, entonces es cuando podrá recibir catequesis. Antes, aunque haya estado haciendo algo con ese nombre, en realidad, no ha recibido catequesis, pues para ello se precisa una fe inicial viva. ¡Cuántos no quieren ser cristianos y hasta reciben los sacramentos de la iniciación cristiana!

Una vez madurada suficientemente la fe en la etapa catecumenal, empieza un nuevo período. Entonces, si no había recibido antes los sacramentos, es cuando está en verdadera disposición para hacerlo. Ahora empieza la etapa propiamente pastoral y en la que, después de haber sido receptor, se convierte en misionero, catequista, o la tarea a que esté llamado. Pero este planteamiento requiere algo más. Quien ha madurado su fe tiene que encontrarse con la posibilidad de vivirla. ¿Qué quiero decir con esto? No dudo que podrá participar en la eucaristía dominical, escuchar la predicación, confesarse, etc. A lo que me estoy refiriendo es a vivir con otros su fe. Los cristianos no somos francotiradores, entre nosotros tenemos que amarnos como Jesús lo ha hecho; en esto conocerán que somos sus discípulos. La vida comunitaria de la fe no es un suplemento lujoso, es un mandato del Señor, una necesidad del creyente y, a la vez, es imprescindible para el primer anuncio del evangelio.

¡Cuánto por hacer y qué hermoso!

lunes, 18 de mayo de 2009

Un apunte sobre la conciencia


[Comparto con vosotros este apunte a partir de una lectura de V. Frankl. Perdonad lo que tenga de enrevesado y pedantesco]

La conciencia tiene también una profundidad inconsciente, que es precisamente donde está su raíz; sería menester diferenciar entre conciencia y consciencia. De hecho, las grandes decisiones humanas son irreflejas y, por tanto, inconscientes o acaso habría que decir mejor pre-conscientes y, en cuanto son posteriormente conceptualizadas, intra-conscientes. En este sentido, la conciencia es pre-lógica; lo que no quiere decir que sea antilógica o ilógica, sencillamente es que la conciencia nos da un conocimiento de los valores previo a la tematización de los mismos con la razón. Pero esto no quiere decir que sea un conocimiento antirracional, pues se trata de un conocer que está abierto a ser tematizado y razonado; pero esto es solamente un acto segundo que tiene su base precisamente en ese conocer pre-lógico.

Análogamente a un conocimiento del ser, es decir, de la actualidad de la realidad en la respectividad del mundo, previo al logos, así también tenemos un conocimiento no del ser en cuanto que es sino de un ser que aún no es, es decir, de cómo debería de ser esa actualidad de la realidad, de un ser que debe ser; otro tanto podría decirse del conocimiento de la belleza. Precisamente como ese ser aún no es, pues debe serlo, su conocimiento, antes de su efectiva actualidad, tiene lugar mediante la intuición; la conciencia tiene una función esencialmente intuitiva. Pero esto también es así porque la conciencia no tiene que ver con un deber ser en abstracto, sino con el deber ser de alguien en concreto e individual. La conciencia es intuitiva porque no descubre un deber ser, sino que me descubre quien debo ser yo. «Se trata de esa única y exclusiva posibilidad de una persona concreta en su situación concreta […]. En ningún caso es cognoscible racionalmente, sino sólo intuitivamente. Y esta función intuitiva es de hecho la que corresponde a la conciencia» (Frankl).

Mientras que el instinto se queda en lo general y es incapaz de lo individual concreto, la conciencia puede traducir la ley moral a la correspondiente situación concreta de una determinada persona. Lo cual no es inventar el deber para mí, sino ver desde el presente concreto de alguien, por tanto, desde una situación única e irrepetible, cuál debe ser la respuesta concreta de esa persona única. Se pueden escuchar muchos consejos de los demás, pero la voz de la conciencia es única, sólo audible por mí, y el deber ser concreto de cada uno es intransferible e indelegable. Una vida desde la conciencia, una vida a conciencia, es siempre una vida personal; mientras que quien delega, quien no escucha la voz de la conciencia y está pendiente de lo que hacen los demás o de lo que le dicen que debe hacer, va despersonalizando su vida y haciéndose masa.

Este carácter anticipador e intuitivo del deber ser, en mi opinión, también es válido de cara a las acciones pasadas. La conciencia, en este caso, también nos descubre un deber ser mirando al futuro, concretamente una figura del yo arrepentida de algo que hizo. Más que una mirada al pasado, es mostración de un yo arrepentido que debo llegar a ser. Así pues, más que preguntarse en el llamado examen de conciencia por lo malo que se ha hecho, que más que tener que ver con la conciencia es un ejercicio de memoria, si ahí se queda, la cuestión sería escuchar a la voz de la conciencia qué me dice que debo ser, en qué sentido debo rectificar el rumbo desde esta situación concreta en que me hallo. Sospecho que muchas patologías y escrúpulos se vencerían saliendo de una mirada clavada en el pasado y situarse en una que se orienta hacia el futuro. Más que mirar lo malo del pasado, es mirar hacia lo bueno que en concreto, no en abstracto, debo ser yo, desde la realidad concreta del presente, en el que hay mal, y que me donará en intuición anticipadora la conciencia. 

domingo, 17 de mayo de 2009

Antífona de comunión P-D VI

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dice el Señor. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros. Aleluya. (Jn 14,15s).
La antífona de comunión de este domingo, lo mismo que en el evangelio, son unas palabras de Jesús en la Última cena. Como los discípulos en el cenáculo, al ir nosotros a comulgar, escuchamos palabras de la primera eucaristía.

La comunión es un acto de amor, Jesús nos ha amado primero y es su donación la que nos mueve a amarle, nos atrae hacia sí. "Si me amáis". Si de verdad es un acto de amor a Cristo, la comunión va unida al cumplimiento de los mandamientos del Señor, es decir, que nuestra vida será también una comunión con el cuerpo de Cristo que es la Iglesia: "Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15,12).

Un amor recíproco como el de Jesús que no se quedó en palabras o en sentimientos bonitos, sino que amó con el hecho de la entrega de sí mismo. En la eucaristía, Jesús nos hace partícipes de su sacrificio en la cruz; comulgar es entrar en comunión con esta oblación.

Y una vida verdaderamente eucarística es una vida en comunión con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia; una comunión que está tejida de la entrega mutua de unos por otros. Si así fuera nuestra vida, si fuera vida comunitaria, quienes no creen asistirían diariamente, al vernos, a una procesión del Corpus.

Y, cuando nos acercamos a recibir el don eucarístico, que es Jesús mismo, nos habla de otro don: Jesús en la eucaristía está con su costado abierto. Si estamos en esa comunión de amor con Él y entre nosotros, el pedirá al Padre otro defensor. La eucaristía es el manadero del Espíritu. Vamos a recibir a Jesús y Él con sus palabras nos abre el deseo del don del Espíritu. En su misterio pascual, Jesús se nos da y nos da el Espíritu.

sábado, 16 de mayo de 2009

Como el Padre. Juan 15,9-17

En el espacio de amor de la Última Cena, escuchamos este domingo la continuación del evangelio del anterior (Jn 15,1-8). Jesús nos ha puesto en su amor, Él nos ha amado primero y unido a sí , la verdadera vid, para que su savia nos trasmita la vida divina y podamos dar frutos de vida eterna.

No está en nosotros y desde nosotros incorporarnos a su amor. Él nos pone ahí y, al ponernos, nos capacita para continuar, para permanecer. Sin Él no podemos nada. Es un comienzo de nueva vida. Lo mismo que no podemos ponernos en el ser, sino que, puestos en la existencia, permanecemos en ella o podemos decidir salir de ella, así ocurre con la vida divina. Fuera de ella, sin ella, no podemos alcanzarla con nuestras fuerzas meramente humanas. Dios siempre tiene la iniciativa; nuestro sí es una ratificación, desde esa existencia nueva incoada, de esa vida, de ese amor regalado.

Somos puestos en el ser y desde el primer momento somos nosotros. No nos ponemos en el ser y, sin embargo, no hay ningún momento de nuestra existencia que no seamos nosotros los que estemos siendo. Dios nos pone en la vida de la gracia, nosotros no podemos ponernos en ella y, sin embargo, desde el primer instante es cada uno de nosotros quien la vive. Y ese vivir es permanecer en la vida divina.

¿Y cómo permanecer en su amor? "Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,10). Permanecer en su amor es vivir como Jesús vivió, pues Él ha guardado la voluntad del Padre y ha permanecido así en su amor.

Y el mandamiento de Jesús -tres veces lo dice en la última cena- es éste: "Que os améis unos a otros como yo os he amado" (Jn 15, 12). Y Jesús nos ha amado como lo ha amado el Padre (cf. Jn 15,9). Jesús nos ha amado como se ama en el seno de la Trinidad, sin límites, sin estar sometido a ninguna condición fuera del amor mismo. Y ese amor ilimitado e incondicionado, en un mundo marcado por el pecado, es un amor que no encuentra freno en la violencia que se ejerce sobre él, que se dilata más allá de la frontera de cualquier negación.

Jesús nos pone en ese amor y nos llama a permanecer en él. Entre los discípulos podemos amarnos ilimitadamente porque Él nos ha amado, porque nos da su savia. "La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros" (Jn 13,35). En ese amor ilimitado, verán el triunfo de la Cruz, se les hará perceptible su Cuerpo glorificado, porque verán un amor ilimitado; podrán palpar, anticipadamente en la tierra, el amor trinitario.

El amor entre los discípulos es la vida del discípulo y la manifestación de esa vida de amor divino recibida. ¿Es esto perceptible en nuestra vida? ¿Se masca en nuestras eucaristías?

viernes, 15 de mayo de 2009

Nueva etapa de Glosas Marginales

A partir de ahora, el blog también aparecerá en Religión en Libertad. Las entradas originales serán las de esta dirección y luego allí las copiaré. De momento, no coincidirán exactamente, hasta que, en no pocos días, estén sincronizadas. Ahora bien, eso no quiere decir que vaya, en el futuro, a publicar allí todo lo que publique aquí. La marcha y vuestros comentarios me ayudarán a discernir qué sea lo más conveniente.

El Mesías de Händel LlV

Después del sosegado canto de la soprano, el coro, dando voz a los que nos han precedido en la fe, va a ratificar, como colofón de la primera parte del oratorio, lo dicho hasta ahora. Y, para ello, el texto se va a servir del mismo recurso; la primera persona del singular va a ser transformada en tercera persona del singular. El que ha escuchado la llamada de Jesús y ha respondido, habla por propia experiencia y puede decir a los demás:

Su yugo es llevadero y su carga ligera (cf. Mt 11,30).
Cargar con la Cruz, con su voluntad, llevar la misma carga que Él llevó, pues no portó otra que la voluntad divina, es llevadero. Sin su peso sobre los hombros, mirándola a distancia, se antoja imposible y así es en verdad para las solas fuerzas humanas. Las cargas de este mundo son llevaderas en relación a la capacidad de quien tiene que soportarlas. La voluntad del Señor es llevadera no por la capacidad de quien vaya a cargarla, sino porque Dios es capacitante; su voluntad es la que capacita para ser cumplida y lo que se ha de cumplir.

Y es ligera. Nuestra palabra alegría viene del latín alacerque significa ligero, pronto, presto. La cruz es ligera y, desde nuestro romance castellano, alegre. Es la fuente de la bienaventuranza.

El coro, en esta obra, da voz a todos los testigos de Cristo a lo largo de la historia.

En consecuencia, una nube ingente de testigos nos rodea: por tanto, quitémonos lo que nos estorba y el pecado que nos ata, y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando a la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios (Hb 12,1s).

Continuaremos, empezando la segunda parte.

miércoles, 13 de mayo de 2009

¿Hablamos de algo o hay que callarse?

Hoy remito a mi artículo homónimo en Libertad Digital. Si queréis dejar comentarios podéis hacerlo aquí.

El Mesías de Händel LlII

En Jesús, se dan unidas máximamente la voluntad de Dios y su cumplimiento, por eso, puede decir de sí mismo que es manso y humilde de corazón; su voluntad humana es totalmente dócil a la voluntad divina. Y esta obediencia sin par lleva en sí el donar descanso a los que están cansados y agobiados. En la configuración a Jesús, se encuentra el reposo.

Al concluir la creación, nos dice el libro del Génesis (2,3) que Dios descansó. No en el sentido de que necesitara reponerse de la fatiga del trabajo. Dios no puede cansarse, es plenitud de acción, acto puro, es omnipotente. De lo que nos está hablando el autor sagrado es de la santidad divina. Dios no necesita crear para ser Dios, no es parte del mundo. Estando presente en todo, está más allá de todo.

Por eso, el día séptimo, el sábado, es día de descanso, es día de santidad (Ex 20,8-11; Dt 5,12-15). El hombre está llamado a la santidad divina y, para ello, hay un día dedicado especialmente a la imitación de Dios, que está por encima y más allá de este mundo; ese día lo ocupa en exclusiva y en primer plano el tuétano de la vocación de cada momento de la vida. El sábado es día de reposo y santidad, de cesar de las tareas para vacar en la santidad divina, de estar más libres de la realidad para estar más plenamente en el misterio divino.

Una y otra vez el pueblo de Israel fue incapaz de guardar el sábado y los profetas lo llamaron a cuidar de ese día: "Entonces el Señor será tu delicia: 'Yo te haré cabalgar sobre las alturas del país y te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob'. Ha hablado la boca del Señor" (Is 58,14).

El cansancio del peso de los falsos dioses que nos aplasta contra la tierra, sólo es posible de él librarse si entramos en el descanso divino, en la santidad verdadera, si entramos por la puerta que es su yugo, si cargamos con su cruz. Entonces, viviremos el domingo, el día de la resurrección; livianos cabalgaremos por encima de todo y, por la mansedumbre a la voluntad de Dios, poseeremos la heredad de Jacob. Pero entrar en la imitación de Cristo solamente es posible con su gracia.

El domingo es el día de la santidad, el día de la resurrección. Vivirlo, un don de Dios. Y el cielo, un domingo eterno.

Continuaremos.

martes, 12 de mayo de 2009

Anticoncebidos

¿Cuál es el estado de la nación? No es necesario atender al debate que, sobre él se está desarrollando en el congreso español. Bastaría con prestar atención al anuncio de la ministra de "Sanidad", hecho ayer, para percatarse de dónde estamos. A partir del mes de agosto y dentro de la Estrategia de Salud Sexual y Reproductiva, se venderá sin necesidad de receta médica y sin límite de edad la píldora abortiva del día después. Sí, contrariamente a lo que apresuradamente haya dicho el diario El País, es abortiva. Y, en contra de lo que diga la ministra, no es un método anticonceptivo, sino anticoncebido.

Lo de la estrategia de salud, lo será nada más en algunos aspectos fisiológicos y no precisamente para el embrión. Lo de sexual, en realidad, se queda en genital, porque la sexualidad es algo que abarca todas las dimensiones de la persona. Y lo de reproductiva, se reducirá seguramente a productiva de beneficios y no pequeños para algunas industrias , empresas... y particulares.

Como hay que vender la medida como algo benéfico, la ministra T.J. dijo que era para evitar embarazos no deseados y reducir el número de abortos. Los embarazos no se evitarán, sino que se impedirá que lleguen a término, y los abortos tampoco se reducirán, serán más baratos y sin efusión de sangre.

Sin querer ser agorero, me atrevo a augurar que los embarazos no deseados, aunque de ellos no haya constancia, y los abortos, aunque no aparezcan en estadísticas, aumentarán. La razón es muy sencilla, todas estas políticas van en la misma dirección y unas refuerzan a otras. Lo que se va a fomentar es la irresponsabilidad y la animalización de las personas y de la sociedad.

¿Cuál es el estado de la nación? Cada vez queda menos. Lo que hay es turba, masa. Alguno podrá aducir que son temas complejos y que para comprenderlos hace falta una preparación especial. No creo que mayor que para hacer la declaración de la renta, manejar una vídeo-consola o leer el manual de un lavavajillas; es más cómoda la pereza mental. Una sociedad instalada en la delegación de todo, especialmente de la responsabilidad, es una sociedad que se está suicidando como tal.

Sin esperanza viva en la vida eterna, nos hemos instalado en un materialismo atroz. Todas las desgracias que nos puedan ocurrir no serán casuales y frente a las que lo sean, vamos a ir careciendo de suficientes resortes morales e intelectuales para afrontarlas. ¿Tendremos todavía capacidad de reacción? Creo que podemos ofrecer mucho y lo mejor, por ser lo más radical, es el anuncio de la resurrección.

lunes, 11 de mayo de 2009

Antífona de comunión P-DV

Yo soy la verdadera vid, vosotros los sarmientos -dice el Señor-; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya (Jn 15,1.5).
La antífona de comunión del pasado domingo nos trae una imagen vegetal. Hay muchos que tienen la pretensión de ser vides y alimentar a los sarmientos con su savia. Pero Jesús que se ofrece en alimento, cuando nos vamos a acercar a comulgar, nos dice que Él, no otro, es la verdadera vid.

Comulgar no es solamente recibir el alimento de Cristo. La comunión es permanecer en Él y Él en nosotros. En la vida del cristiano, tiene lugar anticipadamente la vida del cielo, porque ésta es participación de la vida trinitaria, en la que cada una de las Personas está en las demás y, a la vez, en cada una están las otras.

Este permanecer en Cristo tiene lugar por la fidelidad a lo recibido. Sin su gracia no podemos dar frutos de vida eterna. Pero, a la vez, el dar frutos de vida eterna es lo que nos hace permanecer en Él, pues es así cómo somos fieles a lo recibido. Jesús tiene la iniciativa, sin Él no podemos hacer nada. Pero una vez que nos hace capaces, estamos en situación de permanecer fieles a aquello en donde estamos. Y, como eso es el Amor, amando, que es el fruto de vida eterna, es cómo permanecemos en el Amor.

Aleluya. Sea por ello Dios alabado.

domingo, 10 de mayo de 2009

La omnipotencia de la dependencia. Juan 15,1-8

Tendemos a pensar que lo podemos todo; en nuestra cultura, si cabe, aún más. No solamente porque con la técnica hagamos cosas hasta ahora casi impensables. Una de las cuestiones más presentes en nuestro mundo, aunque de ello muchos no se den cuenta, a pesar de vivir bajo sus supuestos, es la concepción de la libertad como libertad-de toda moral previa -hay que emanciparse de todo- y como libertad-para crear el bien y el mal.

Si somos independientes de todo, todo lo de cada uno depende únicamente de cada uno. Cada quien es omnipotente, puede crear el bien y el mal. Pero sólo como un mini-dios -dentro de los falsos dioses la categoría ínfima-, pues tarde o temprano morirá y no creará con su voluntad lo que es bueno o malo para él, sencillamente vivirá en el engaño de una ilusión.

En el evangelio de este quinto domingo de pascua (Jn 15,1-8), se nos habla también de omnipotencia, pero de otra manera. Sí, es verdad lo que nos dice el demonio, pero sólo a medias (cf. Gn 3,5). Nuestra vocación es la divinización, más el medio para ello es otro.

"Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Sin Jesús, no es que no podamos algunas cosas, es que no podemos dar ningún fruto. En cambio, alimentados con su savia, sí. Pero tenemos que darlo, el que se nos dé la capacidad no suple el que nosotros tengamos que hacerlo; el que se nos dé la gracia para cumplir la voluntad de Dios, no exime de vivir conforme a ella.

Sin Él no podemos nada. Pero con Él, ¿qué podemos? "Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseéis, y se realizará" (Jn 15,7). Permanecemos en Jesús si obramos conforme a la savia que nos dé; su palabra permanece en nosotros si no la disecamos en concepto o idea recluida en nuestra mente, sino si como palabra viva la acogemos en la totalidad que somos y la hospedamos en nosotros.

Entonces, se realizará todo lo que pidamos, porque pediremos lo que deseemos -sí, lo que deseemos, no lo que pensamos que tal vez debiéramos pedir- y lo que deseemos entonces será lo que esa Palabra desee en nosotros. Así el hombre es omnipotente. Consigue lo que quiere, quien quiere lo que Dios quiere. ¿Y qué quiere Dios? Nuestra divinización.

sábado, 9 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LII

Jesús que ha dicho de sí que no ha venido a abolir la Torah, sino que la va a llevar a término (Mt 5,17), al invitarnos a cargar con su yugo y a aprender de Él (Mt 11,29), nos está diciendo qué es llevar a plenitud la Torah. Él es esa voluntad de Dios y es a Él a quien hemos de rumiar día y noche. Y es lo que nos canta también la soprano.

Todos los demás yugos son rotos (Is 10,27); de todas las demás voluntades a las que estoy sometido, soy liberado; y de todas las cargas que pesan y agobian, soy aligerado y encuentro anchura en hacer de Jesús mi voluntad, el último fin, el último sentido de mi existencia.

Y Jesús se dice a sí mismo como el manso y humilde de corazón. Jesús es el Profeta que se esperaba después de Moisés (Dt 18,15), que es caracterizado como el hombre más manso y humilde de la tierra (Nm 12,3), porque era quien más se plegaba a la voluntad divina. Pero Jesús es ese Profeta porque, al ser el Hijo eterno, es la manifestación misma de la bondad de Dios (Sal 31,20; 86,5).

Su alimento es hacer la voluntad del Padre. Y lo es de una manera absolutamente radical. Su humanidad nunca ha estado sin estar unida a la naturaleza divina. El hombre Jesús es un imposible separado o dividido de la naturaleza divina. Pero ésta, no anula la humanidad, no la absorbe, no la mezcla, no la confunde con la divina. Alimentarse de la voluntad del Padre, en su caso, es más que hacer su voluntad, es estar unida la humanidad hipostáticamente a la única naturaleza divina. Es estar así en el eterno diálogo de amor que hay entre las tres divinas personas. La obediencia de Jesús en la tierra, su cumplimiento de las Sagradas Escrituras, son la manifestación de ese eterno conversar.

Su voluntad es su amor y nos invita a gustarla (Sal 34,9) día y noche (Sal 1,2). Gustar de Jesús es conocer el sabor de la sabiduría de su amor, más delicioso que la miel de un panal que destila (Sal 19,11; 119,103; Ez 3,3). Alimentándonos de Él nos va haciendo como Él y nos introduce en esa tierra prometida que es el diálogo intratinitario. Por ello, nos dice:

Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,4).
Continuaremos.


viernes, 8 de mayo de 2009

El Mesías de Händel LI

Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,2).
Es raro ver hoy a una pareja de bueyes uncida a un yugo. En la antigüedad, no solamente los animales lo llevaban, también lo portaban algunos hombres, especialmente esclavos. Era un instrumento curvo de madera, para ponerlo detrás del cuello sobre algo almohadillado y servía para llevar cargas equilibradas. Hoy, en algunos lugares, se sigue usando algo parecido.

Jesús hace una llamada para aliviar de la pesadez y agobio de la vida y no me dice que vaya a cambiar mis circunstancias, que vaya a eliminar todo aquello que yo encuentro que me amarga la existencia. Como si no necesitara que mi trabajo fuera otro ni que mi mujer fuera más guapa ni que hablaran bien de mi ni que mi salud fuera estupenda ni ser yo más inteligente. Sí, todo eso me pesa mucho y, sin embargo, no dice que me vaya a descargar de ello.

Al contrario, me habla de una carga. Y no dice que vaya Él a resolverlo sin mi. Me invita a que sea yo quien cargue con su yugo, como si yo no tuviera ya poco. ¿No iba Él a cumplir las Escrituras? ¿Por qué en vez de romper yugos como anunciaba Isaías (cf. Is 10,27) invita a cargar con otro?

El yugo, para el piadoso judío, era imagen de la sujección a la Torah; cargar con él era especialmente entregarse al estudio de ella, a asimilarla por la constante meditación.

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos
ni se sienta en la reunión de los cínicos,
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche (Sal 1,1s).
Continuaremos.

jueves, 7 de mayo de 2009

El Mesías de Händel L

Cansados y agobiados (Mt 11,28) y sin la posibilidad de salir de ahí por nosotros mismos. Nuestra situación es como la de la hemorroísa (Mc 5,25-34). Sus hemorragias la situaban en una impureza permanente, es decir, sin poder tener acceso a lo santo, especialmente al Templo. Para curarse, había gastado todos sus bienes y no solamente no obtenía provecho alguno, sino que incluso iba a peor.

Nosotros, por el pecado, partimos de la lejanía de lo santo y el vacío, la necesidad de saciar el anhelo de divinidad, intentamos apagarlo con nuestros medios que solamente alcanzan a míseros sucedáneos de lo eterno. Y, lejos de curarnos, lo que crece en nosotros es la soberbia y, con ésta, la insatisfacción que intentamos acallar aturdiéndonos y entreteniéndonos con mil cosas.

Ya es una gracia el caer en cuenta de esta situación, ya es un gesto de misericordia de Dios que en nuestro interior resuene que estamos cansados y agobiados y que nada ni nadie nos puede aliviar. La derrota puede ser el comienzo de nuestro triunfo.

Desde ahí es como podemos hacer nuestra la llamada. Todos los hombres sufren esa angustia y cansancio, pero cuando Dios nos ha regalado el sentir nuestra impotencia, entonces podemos sentirnos aludidos cuando oímos: "Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré" (Mt 11,28).

¿Y qué será este alivio? ¿Solamente no sentir cansancio y agobio o será también ligereza y alegría? ¿Y cómo será esto posible? ¿Cómo me aliviará Jesús?

Continuaremos.

miércoles, 6 de mayo de 2009

El Mesías de Händel XLIX


La soprano hace, nos hace, un llamamiento a los cansados y agobiados. ¿Pero de qué? Porque los hombres nos cansamos y agobiamos por muchas cosas. Pero todas esas fatigas tienen de fondo una común, la insatisfacción sobre la propia existencia.

El hombre es alguien que nace por hacer, por hacerse. No simplemente porque se tenga que desarrollar fisiológicamente como cualquier otro animal, sino porque tiene que darse una personalidad, tiene que moldearse a sí mismo.

Este hacernos lo llevamos a cabo obrando con todo lo que nos rodea. Pero toda nuestra actuación está inscrita en un sentido último que, aunque nos viene ofrecido, aunque sea el deseo más íntimo de nuestro interior, no nos viene dado y tenemos que elegirlo.

Esta finalidad última colorea toda nuestra existencia. Nuestros cansancios tienen un sabor distinto según sea el "hacia" que hayamos elegido, y nuestras decisiones las tomamos a partir de él.

Pero el fin último de todo que elijamos no es indiferente. Por eso los hombres tenemos una fatiga añadida. Hemos sido creados para Dios y mientras no lo elegimos a Él como nuestro sentido último, nuestra vida está insatisfecha y corremos desesperadamente detrás de algo que apague la sed de divinización que hay en nosotros. Pero, en vez de aliviarla, no solamente no la distraemos, sino que la insatisfacción se añade a la necesidad de divinidad.

Continuaremos.

martes, 5 de mayo de 2009

Pecadores, hipócritas y cínicos

Quisiera haber retomado hoy los comentarios al texto de El Mesías de Händel, pero me he topado con una entrevista ejemplar, en el sentido cervantino, y creo que merece la pena un pequeño comentario.

En ella, un sacerdote llamado Mariani, que se hizo famoso por un libro no muy edificante, le dice al periodista: "Una enorme cantidad de curas llevan una doble vida". En lo que digo, no quiero emitir ningún juicio sobre él, simplemente tomo sus palabras como pie para una reflexión.

Desde los Doce hasta nuestros días, siempre ha habido pecadores en la Iglesia. De hecho, la militante solamente la formamos los pecadores. En los sacramentos, recibimos la gracia, pero ninguno de ellos nos da la impecabilidad.

Cuando sale algún hecho de algún clérigo gravemente deplorable en la prensa, no me escandalizo. Los que los airean sí lo pretenden. Pero este tipo de campañas solamente tienen éxito sobre un supuesto, la creencia de que Dios tiene que hacernos, queramos o no, impecables. Por descontado que no se trata de la de los santos en el cielo.

Detrás de esto hay una visión del hombre propia de los totalitarismos. Y claro, proyectada una mentalidad así sobre Dios, da como resultado una divinidad por decreto. Como el Dios verdadero no ejerce su poder para erradicar el mal al margen de la libertad de sus creyentes o incluso de todos los hombres, los escándalos se muestran como pruebas de la falsedad del Dios de los cristianos, en particular, o de Dios, en general. Y no digamos de la Iglesia.

Pero, leídas con atención estas noticias, lo que nos muestran es que Dios se toma muy en serio la libertad del hombre. Da la gracia y unos son fieles a ella y viven la santidad en esta tierra; otros, por desgracia, somos más remolones. Pero Dios es paciente y nunca quiebra nuestra libertad.

Ahora bien, no es lo mismo el simple pecador que el hipócrita. El pecador quiere no pecar. El hipócrita es un pecador que vive instalado en el pecado, sin propósito de enmienda, y aparentando otra cosa; una doble vida. De esto ha habido siempre en la Iglesia. El problema se agrava con la proporción.

Habría que decirle a Mariani que no solamente los curas; muchos son los cristianos que llevan una doble vida. Todos sabemos que muchos almacenan conscientemente en el olvido buena parte de la doctrina moral de la Iglesia, especialmente en cuestiones económicas y sexuales, y también algunos principios de la fe.

Pero además están los cínicos. Los que no llevan una doble vida, porque no ocultan a los demás una de las dos, sino que alardean de sus postulados. Desde luego Lutero, Calvino, Zwinglio, etc. tuvieron, al menos, la hombría de romper, ya que entendieron que su fe no era compatible con la de la Igleisa Católica.

Pero además de que se pueda constatar que en un cuerpo hay parásitos, la otra cuestión es cómo reacciona el ser vivo frente a estos. Y de ello somos todos responsables. Sobre esto, es muy ejemplar también la entrevista. ¡Cuánta conversión necesitamos todos!

¿Seré un montanista o algo por el estilo? ¿Tendré vocación de intolerante inquisidor? Desde luego no quiero serlo, pido no serlo. Si alguien me puede indicar dónde está mi error, gustoso rectificaré. Mientras tanto creo que es mi deber decir estas cosas, porque pienso que hay que despertar al dormido, y seguir rezando por todos los pecadores, empezando por mí.

Hay algo que tengo claro, este tipo de cuestiones hay que procurar decirlas con la mayor humildad posible, porque el rencor y la falta de paciencia no edifican. Pedid por los que tecleamos el ordenador, para que seamos sencillos y busquemos mostrar únicamente a Dios y no a nosotros mismos.

lunes, 4 de mayo de 2009

Antífona de comunión P-DIV


Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya.
De manera excepcional, la antífona de comunión del cuarto domingo de pascua no es un pasaje bíblico, aunque está claramente inspirada en Jn 10,11-18. Lo que en el evangelio son palabras de Jesús sobre sí mismo, se convierten en un anuncio del cumplimiento de lo dicho por Él.

Este anuncio, hecho en medio del clima pascual de la celebración y en el momento de la comunión, es, a la vez, una confesión y una invitación.

La presencia sustancial del Cuerpo y la Sangre de Cristo en la eucaristía no es una presencia abstracta. Quien está presente es el Buen Pastor y lo está como quien ha realizado ya lo que había dicho de sí mismo. El Buen Pastor ha ejercido su poder de dar la vida y recobrarla. Y lo ha hecho con una finalidad; para su grey, para que nosotros tengamos vida en abundancia.

Esta confesión es, al mismo tiempo, una invitación. Por un lado, a adherirnos a aquélla con nuestro Amén, al comulgar, haciendo nuestra esa confesión. Y, por otro, a comulgar con ese Pastor.

El Buen Pastor conoce a sus ovejas y las suyas lo conocen. Pero no de cualquier manera, sino como se conocen, en el seno de la Trinidad, las tres divinas personas. El Pastor divino ha dado su vida y ha resucitado para que nosotros podamos participar de esa vida trinitaria. La invitación a comulgar lo es a entrar en comunión con su muerte y resurrección y a tener una comunión de vida con Él que nos hace partícipes de la que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La vida de fe es un crecimiento en ese conocimiento mutuo con el Pastor, hasta que, en la vida futura, contemplemos a Dios tal cual es y seamos semejantes a Él.

domingo, 3 de mayo de 2009

Pastor y dueño. Juan 10,11-18

¿Por qué puede ser interesante la imagen del pastor? ¿No podría el hombre prescindir de ella? En una cultura tan relativista como la nuestra, todo parece sustituible, da lo mismo una cosa que otra. Pero somos de una determinada manera. Es verdad que decidimos muchas cosas sobre nosotros mismos y que nos vamos moldeando con nuestro obrar. Mas esto tiene lugar sobre lo que determina de manera inmodificable los parámetros dentro de los cuales nos podemos mover y cómo podemos hacerlo.

El hombre es pastoreado y guiado, puede elegir quién o qué lo haga, pero lo que no puede es cambiar ese hecho originario; ser pastoreado o no está fuera de nuestras posibilidades de elección. Lo del pastor acaso sea una metáfora un tanto lejana para nuestro mundo urbano, pero la realidad de fondo que expresa es de todo tiempo y lugar, porque forma parte del modo en que es cada hombre. Ahora bien, las imágenes de otro mundo cultural tienen una ventaja, son menos manipulables, están más libres de caer presas del utilitarismo de la cultura del momento.

Podemos elegir el fin último de nuestra vida, el sentido de nuestra existencia, lo que no podemos es no elegir ninguno. Incluso la opción por el sinsentido es escoger una finalidad. Este "para qué" de todo lo que soy me atrae y orienta mis decisiones, me dice qué es más importante y qué lo es menos. Es decir, me pastorea, me va indicando una ruta. ¿A dónde?

Pero el hombre no solamente es pastoreado y guiado, es que también es poseído. El valor entorno al cual quedan jerarquizadas las demás realidades también se apropia de mí. La elección del mismo es una entrega a él. Podemos tener la ilusión de creer que nos servimos de él, pero no es así, somos nosotros los que le servimos. Podemos elegir a qué o a quién servir, pero no si servimos o no; así es la urdimbre que nos constituye.

En este evangelio, Jesús nos dice que el asalariado no es pastor ni dueño de las ovejas (cf. Jn 10,12). Incluso los líderes que más fomentan el culto a la personalidad remiten a otro dios superior. Hitler servía a la raza y nación germanas y de ellas esperaba su salario; Stalin era un servidor de la lucha de clases y en la victoria del proletariado ponía su salario. Ni siquiera los emperadores divinizados se consideraban el dios supremo del panteón.

Los que pretenden guiarnos, ¿a qué valor supremo nos remiten? ¿A dónde nos lleva ese valor? Como muy lejos, a la tumba y, con ésta, a la frustración, por siempre, de la única finalidad que de verdad nos plenifica.

Jesús no remite a un valor más allá de Él; es el pastor y dueño. Y lo es antes de que lo elijamos como tal. De hecho, la elección de cualquier otra finalidad está subordinada a Él y, por ello, es un acto de rebeldía contra el fin auténtico y causa de infelicidad. Porque, en realidad, elegir el fin y sentido últimos de nuestra vida no lo es entre candidatos en pie de igualdad. En realidad, es acoger el fin último, que de hecho lo es, como tal o bien elegir un sucedáneo que nunca podrá saciar la sed que únicamente puede satisfacer el verdadero.

Y Jesús, como no remite a nada más allá de Él, es el fin de nuestra ruta vital. Y, a este pastor y dueño, lo llamamos Bueno, porque Él nos da la plenitud para la que hemos sido creados, porque Él sacia nuestra sed de divinidad.