martes, 2 de junio de 2009

El Mesías de Händel LVIII


Después de que la contralto fijara nuestra mirada en el Siervo de YHWH, el coro, como si de todos los creyentes se tratara, va ha profundizar en el misterio del dolor del Señor, a la par que va a hacer una confesión sobre el significado de la entrega de Cristo.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; […] Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él (Is 53,4s).

El texto del libreto de Jennens tiene una omisión significativa: "Nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado" (Is 53,4). Acaso por eso se deja sentir más por su ausencia. La contemplación de Jesús no solamente es un escándalo para el mundo, que solamente ve a alguien destruido. La actitud de Jesús, vista por la razón, es una sinrazón. Lo propio sería huir, evitar lo negativo. Descubrir ahí la actitud verdaderamente religiosa y, por tanto, más radicalmente humana es solamente posible por la fe. Por eso, el cuerpo lacerado de Cristo es también un escándalo para la religiosidad natural y para lo que podríamos llamar el cristianismo natural o, si preferís, domesticado, encerrado en las categorías que podemos comprender, vertido en odres viejos.

La fe nos lleva más allá del escándalo de Job. El mal que ha revertido sobre Jesús no es el mal que Él ha causado. La contemplación de la Pasión de Cristo, desde el don de la fe, es la destrucción de nuestras falsas imágenes de Dios. Desde nuestras mentalidades no comprendemos el dolor del justo e intentamos salvar a Dios culpabilizando al inocente doliente o bien llegamos a la conclusión de que Dios no existe.

La belleza, incomprensible para nosotros, que exudan las llagas de Cristo nos atraen y nos llevan más allá de nosotros mismos y nos muestran al Dios verdadero. Lo cierto es que Dios ni se desentiende del mundo, dejando sufrir a los inocentes, ni deja que el mal que causamos revierta sobre nosotros con todo su peso. Él, el único verdaderamente inocente, la fuente de toda justicia, se ha hecho hombre para que todo el mal descargara su furia sobre Él. Sus heridas no fueron causadas por la retribución de los males causados por Él, no era un maldito o un impuro como así era considerado un leproso; aunque las apariencias pudieran llevar a proyectar esta explicación, para salvar a Dios, sobre los acontecimientos. Tras esa apariencia de dolor hay otra realidad, fue traspasado por nuestros males, por los míos en concreto, y no porque Dios se desentienda del mundo y de lo que le pueda pasar inmerecidamente a alguien, sino porque se ha puesto en el lugar de los pecadores, en mi lugar.

Antes de llevarnos a su imitación, las heridas del Siervo doliente han empezado por sacarnos de la falsa idea de Dios. Hasta le hacen descubrir al creyente que el castigo es un acto de amor de Dios, que es portador de salud y paz. Si, por su misericordia no se pusiera en nuestro lugar, las consecuencias del mal causado, por ser nuestra libertad responsable, revertirían totalmente sobre nosotros y serían sencillamente la puerta a la muerte eterna.

Continuaremos.

1 comentario:

zaqueo dijo...

La belleza, incomprensible para nosotros, que exudan las llagas de Cristo nos atraen y nos llevan más allá de nosotros mismos y nos muestran al Dios verdadero.

Él, que es capaz de amar así, me llama a ese amor. Y yo .. no me dejo...