sábado, 11 de julio de 2009

Con gran desnudez. Mc 6,7-13

Jesús envió a los Doce de dos en dos, pues tenían que dar testimonio; es el número mínimo, para un pleito, requerido en el AT. Son, ante todo, testigos de Alguien y no transmisores de algo. Jesús les da autoridad y unas breves instrucciones. Entre ellas:
Les encargó que llevaran para el camino un baston y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto (Mc 6,8s)
Son testigos, es decir, tienen conocimiento directo de que el Reino de Dios está cerca y han recibido autoridad; de instrumentos materiales solamente necesitan lo imprescindible para caminar: bastón y calzado. Un exceso de medios, lejos de ayudar en el anuncio, estorba. Si de lo que se trata es de pregonar que Dios interviene en la historia, si llevo lo que me cuida a mí (pan, alforja para mis útiles, dinero, ropa de repuesto), estaré anunciando que Dios no lo hace.

Los comerciales de las empresas hacen cursos y tienen muchas reuniones para aprender y mejorar el modo de colocar su producto. En un mundo tan secularizado como el nuestro, en nuestro país, que es tierra de misión, el primer anuncio del evangelio, que tiene que ser un elemento permanente en la vida de la Iglesia, urge más. El evangelio de este domingo nos da las claves de cómo hacerlo. Se trata de ser testigo de Alguien y, claro, para dar testimonio de Él, hay que conocerlo; no basta tener conocimientos sobre Él. Se trata de un envío, no es ni una tarea por cuenta propia ni un capricho ni una ocurrencia, sino que es Jesús quien envía y quien nos da su Espíritu para poderlo llevar a cabo; por tanto, el enviado no es el propietario de la misión. Y hacerlo con gran desnudez; el enviado debe tener una sola riqueza: Dios. La mejor preparación para el anuncio es conocer a Cristo y desafectar el corazón de todo lo que no sea Él.

¿Y hay garantías de éxito? El final del pasaje es claro; unos acogerán el pregón y otros no. Hay que anunciar a todos, en todas partes y en todo tiempo, pero no tenemos la obligación de que se conviertan todos ni de que todos reciban los sacramentos ni de que todos estén apuntados en los libros parroquiales ni siquiera de convertir a alguien. Y no tenemos esa obligación porque el que ha de convertirse es el receptor del anuncio. La responsabilidad del que anuncia es hacer bien el anuncio, ahí está el éxito de su misión. El dolor por el rechazo, no porque me hayan rechazado a mí, sino por el mal tremendo que se hace quien da la espalda a Cristo, habrá que unirlo a las lágrimas del Señor contemplando Jerusalén (cf. Lc 19,41s). Que haya o no conversiones, una vez hecho el anuncio, no depende del pregonero. Por eso, qué desafortunado el verbo convertir como transitivo y no como reflexivo. Anunciemos y, al que se convierta por gracia de Dios, acompañémoslo en el catecumenado.

4 comentarios:

zaqueo dijo...

"La mejor preparación para el anuncio es conocer a Cristo y desafectar el corazón de todo lo que no sea Él."

Conocer a Cristo...
Que Él arranque mi corazón de piedra y me de un corazón de carne, cure mis ojos ciegos y limpie mis oídos... Creer en Él de tal manera que mis pies le sigan pisando su sombra...

MJ dijo...

Jo, parece que pensamos a la vez! acababa de tener la misma idea cuando pensando que el otro día abrí la Biblia por mi cuenta y leí eso de "Hija Mía!" (en la historia de la hemorroisa de luke) y me puse tan contenta. ..porque sí, a leer la Biblia me habéis impulsado vosotros, a acercarme..pero esas palabras me las ha dicho Dios a mí

MJ dijo...

Bueno, se me olvidó daros las gracias por vuestra parte

Alfonso Gª. Nuño dijo...

Gracias a ti por la riqueza que nos aportas.