lunes, 6 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXVII

Acerca del que tomó la condición de esclavo (cf. Flp 2,7), el tenor pregunta:
¿A qué ángel dijo jamás: Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado? (Hb 1,5).
Eso que el Padre no ha pronunciado nunca respecto de un ángel es el protocolo de entronización de los reyes de Judá (cf. Sal. 2,7s). Estas palabras del Salmo que recoge la Carta a los Hebreos siempre han hecho referencia a un hombre. Pero, en este caso, en el de Jesús, con una significación especial. No se trata de un reino efímero en el tiempo y limitado en el espacio, sino de la entronización sobre toda la creación, la visible y la invisible, la material y la espiritual, lo pasado, presente y futuro. No se trata de un hombre que morirá y cuyo reino concluirá, sino del que ha resucitado de entre los muertos, triunfador del pecado, del maligno y de la muerte, y cuyo reino no conocerá ocaso. No se trata de que Dios adopte a un hombre como hijo, sino de que del Hijo eterno hecho hombre, que ha vivido en la más absoluta humildad, ahora, ante toda la creación, queda manifiesto el lugar que le corresponde a la diestra del Padre.

Los versículos anteriores de esta carta nos dan luz:
Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado (Hb 1,2ss)
Un hombre, no un ángel, es el Rey del Universo; todo le está subordinado. Eso nos habla de lo que somos los seres humanos para Dios. Pero también de lo que tiene que ser Jesús para mí. Él es Rey y mi grandeza está en acatar su amorosa y divina realeza.

Continuaremos.

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