miércoles, 8 de julio de 2009

El Mesías de Händel LXVIII

Sólo Dios se sienta en su trono, por eso, quien está ahí entronizado y solamente quien se sienta en él es digno de adoración. No porque haya nada en lo que Dios se apoye, pues no necesita nada fuera de Él; no porque necesite de nada para realzar su grandeza. En realidad, Dios es el fundamento de sí mismo; en cambio, las criaturas tenemos nuestro último cimiento en el Creador. De ahí que el coro cante:
Adórenlo todos los ángeles de Dios (Hb 1,6).
Y todos adoran al Señor resucitado, salvo Satanás y los suyos; él lo que pretendió fue justo lo contrario: "Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria le dijo: Todo esto te daré si te postras y me adoras" (Mt 4,8s). Y Jesús le recordó su obligación, le dijo la verdad de su rebeldía y le mostró el motivo de su infelicidad eterna, el estar en la más profunda contradicción en que puede estar una criatura: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto" (Mt 4,10; Dt 6,13).

Todas las criaturas materiales ajustan su ser perfectamente a la voluntad de Dios; en realidad, no pueden no hacerlo. Sólo las espirituales podemos rechazarlo; pero esto es negar nuestra identidad más profunda, es suicidarnos existencialmente. La máxima plenitud de realización y la mayor felicidad están en adorar a Dios. Y esto es algo en que ha de estar implicado todo lo que somos. No son suficientes gestos externos, aunque este no sea un mal comienzo. Hemos de caminar sin parar hasta que en totalidad estemos en adoración. No que algo de mi lo adore o que le dedique algunos momentos a la adoración, sino que todo mi ser y mi tiempo sean un solo acto de adoración.

En buena medida, el combate interior con los pensamientos, en el que, movidos por el Espíritu, nos tiene que introducir y entrenar el buen maestro espiritual, consiste en que la atención en vez de estar dividida en la diversidad de pensamientos, dedicándoles energías y atención, e intentando poseerlos, quede unificada en adoración al único Dios inabarcable. Entonces, hecha la atención un agraciado hábito espiritual de adoración, sin violencia y con gran sosiego, las cosas y los momentos de la vida quedan sumergidos en este culto interior continuo en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24). Pero en la espera de la adoración eterna de la liturgia celeste y en medio de los combates de esta vida presente. Dios nos conceda esta gracia.

Y, de esta adoración, no puede quedar desgajada la humanidad de Cristo. Es más, mediante ella y gracias a ella podemos adorar.

2 comentarios:

zaqueo dijo...

"Hemos de caminar sin parar hasta que en totalidad estemos en adoración..."

Me ayuda mucho el ejercicio de la presencia de Dios, presencia de la Trinidad. Dios mismo se lo dijo a Abraham: "Anda en mi presencia y sé perfecto"(Gen 17,1)
En mi alma está Él, ahí lo encuentro cada hora del día o de la noche. Mi Cristo está siempre allí, orando en mí y yo oro con El.
Poco a poco mi alma se habitúa a vivir en su dulce compañía.

MJ dijo...

Que bonito es esto: hecha la atención un agraciado hábito espiritual de adoración, sin violencia y con gran sosiego, las cosas y los momentos de la vida quedan sumergidos en este culto interior continuo en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,24)

Si, porque la vida supera con creces nuestras expectativas, a veces los momentos de la vida se sumergen en adoracion pues lo que se vive nos deja en perpleja evidencia de nuestra condicion humana en una dinamica que esta mas alla por encima nuestra, de absoluta perfeccion y belleza y solo podemos adorar este hecho..