sábado, 17 de octubre de 2009

No saber lo que se pide. Marcos 10, 35-45



En este evangelio, Santiago y Juan, después de haber escuchado el tercer anuncio de la pasión (10,32ss), muy resueltos, le dicen a Jesús que quieren que haga lo que ellos le digan (v. 35). ¿Y qué quieren? Pese a lo que le han escuchado sobre la discusión que habían tenido por el camino en torno a quién era el más grande (9,33-37), le piden ocupar los puestos de honor. Aún no saben, no se les han abierto del todo los ojos (8,22-26).

Jesús es claro: "No sabéis lo que pedís" (10,38). En el diálogo, se aprecia que, pese a usar la misma lengua, en realidad hablan idiomas distintos. Esta incomunicación en la aparente comunicación se palpa muy bien en las conversaciones de Jesús en el evangelio de S. Juan. ¿Acaso nosotros entendemos mejor? Cuántas veces usamos palabras y expresiones ortodoxas y, precisamente por su corrección, no nos damos cuenta de que no entendemos. Y no me refiero a que no entendamos racionalmente, sino a que podemos creer que creemos o que creemos más de lo que en realidad creemos. El extremo es el del que tiene una relación de religiosidad natural con Cristo, el que tiene una creencia natural como el creyente de otra religión la tiene de la suya.

El camino de fe es camino de crecimiento en el conocimiento de Cristo, es maduración y purificación de la fe sobrenatural. Y una de las mayores gracias que nos puede hacer el Señor es que nos haga ver que no vemos, que nos diga que no sabemos, que nos ponga en el lugar del personaje del próximo domingo para pedir lo que éste pide (10,46-52).

Pedir un lugar determinado no es lo propio del verdadero discípulo, desde la eternidad Dios tiene para cada uno una vocación, un destino (10,40). Lo que debemos hacer no es decirle al Señor el puesto que quisiéramos tener, sino responder a la llamada concreta que a cada uno personalmente hace y que, en todos los casos, por muy diversas que sean unas de otras, pasan siempre por el seguimiento de Cristo, por apurar la misma copa (Jr 25,15-29; Is 51,17) e in-mergerse en las mismas aguas (Sal 42,8; 69,2.6; 124,4): "El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos" (10,45).

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