miércoles, 9 de diciembre de 2009

El Mesías de Händel LXXVIII


En su libreto, Jennens, de entre los múltiples motivos que pueden mover a la alabanza, ha elegido el de la realeza, en consonancia con la tónica general del libreto, como queda de manifiesto en el título del mismo. Se trata de algo que más que manifestársenos en la creación, aunque también, se nos desvela, ante todo, en su obrar en la historia. Y lo hace el coro en tres pasos.

Porque ha establecido su reinado el Señor nuestro Dios soberano de todo (Ap 19,6).
Dios nunca ha dejado de ser el dueño de todas las cosas y de tener poder sobre ellas. Pero el hombre prefirió estar bajo la soberanía de otro. Creyó que podría ser señor de sí mismo y no solamente no lo fue, sino que pasó a la esclavitud del pecado. Esa tentación también la sufrió el mismo Jesús en el desierto (Mt 4,8s). Satanás, el padre de la mentira, que se había enseñoreado con engaño de las voluntades de los hombres, le ofrece los reinos del mundo, pero como vasallo suyo que lo adore. Mas solamente hay un soberano, todo lo demás a Él está subordinado, que es el único digno de adoración. Jesús vence la tentación y, en su victoria, nosotros podemos salir triunfadores.

El establecimiento de su Reino es, por un lado, liberación de las cadenas que nos atan y posibilitación para poner nuestra voluntad bajo su soberanía. Pero la historia de la salvación, lejos de serlo de la imposición forzosa y coactiva, lejos de basarse en el engaño o de suplantar nuestra libertad, cuenta con ella. Siglos y siglos de anuncio, sin renunciar a la temporalidad humana. La vida pública de Jesús está marcada por el anuncio de ese Reino con signos y palabras, por la proposición, la invitación. Dios ha hecho al hombre dotado de una libertad responsable y no se arrepiente de ello.
¡El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías y reinará por los siglos de los siglos! (Ap 11,15).
Pero ese Reino no solamente es anunciado. Jesús lo establece, se lo arrebata al diablo en la Cruz. La historia, hasta el final de los tiempos, aunque reine ya el Cristo, estará entreverada de cizaña (Mt 13,24-43). Sin embargo, pese a la resistencia de Satanás y sus ángeles, la victoria de la Pascua es irreversible y Cristo, como Cabeza de la Iglesia, hace presente su dominio mediante ella. A la espera de la venida en gloria del Señor, vivimos en medio de luchas, pero con la esperanza del establecimiento glorioso del Reino, sin ninguna de las sombras de este entretiempo que vivimos. El reino del demonio sobre este mundo era caduco. El de Jesucristo, ya entronizado a la derecha del Padre, lo será por los siglos de los siglos.
Rey de reyes y Señor de señores (Ap 19,16).
Unos ángeles no quisieron servir, la humanidad de Cristo glorificada está junto al Padre rigiendo el mundo. No es simplemente rey o señor. Con esta construcción semítica se expresa que su realeza y dominio están más allá de cualquier realización meramente humana. Así se dice el superlativo no de un adjetivo, sino de un sustantivo, como en cantar de los cantares o vanidad de vanidad.

Y, por esta realeza y dominio sin parangón, el coro canta: Aleluya.

Mientras nosotros decimos: "Ven, Señor Jesús".

[Para la última parte del oratorio; no tengo nada libre de derechos de autor; así que tendréis que disculparme por no poner enlaces a las distintas piezas a partir de ahora]

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