martes, 15 de diciembre de 2009

El Mesías de Händel LXXX


Y la primera aria de esta tercera parte la concluye así la soprano:
[Porque] Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos (1Cor 15,20).
El acto de fe en la resurrección del último día no está asentado en el vacío, sino en la resurrección del Señor. Ciertamente, si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana; pero si solamente fuera algo que le afectara únicamente a Él, nuestra esperanza en Cristo acabaría en esta vida (cf. 1Cor 15,17-20). Pero no, Él ha resucitado como primero, como primicia de la resurrección final.
Por el bautismo fuisteis sepultados con Él y habéis resucitado con él, porque habéis creído en la fuerza de Dios que lo resucitó de entre los muertos (Col 2,12).
Hemos sido incorporados al misterio pascual del Señor por las aguas bautismales, la fe nos ha dado acceso a una nueva vida. Tenemos la garantía sobre la que se asienta la esperanza en esa resurrección futura.
Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si hemos quedado incorporados a Él por una muerte como la suya, lo estaremos también por una resurrección como la suya (Rm 6,4s).
A la Cabeza, seguirán los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia. La historia, después de aquél domingo, de aquél primer día de la semana, es también misterio pascual y todos los bautizados estamos incorporados a él. Es ésta nuestra auténtica identidad y nuestra vocación. Por ello, como vivimos esa vida de gloria, nuestra vida ha de ser conforme a ella. Vivir la santidad en la que estamos, vivir el amor en que habitamos, vivir la resurrección que nos da vida es la verdad de nuestra existencia. Y viviendo así, viviendo el cielo en la tierra, lo hacemos presente y visible en esta vida para los demás. La historia está preñada por las últimas realidades; nuestro mundo está empapado de escatología.

Si hemos muerto con Cristo y si con Él vivimos ya en esta tierra la vida de amor de las tres divinas personas, estamos libres de toda norma y atadura y libres para cumplir en todo la voluntad de Dios.
Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo? (Col 2,20s).
No deberíamos tener más ley que el amor, nuestra única atadura debería ser el soplo del Espíritu. Pero como vivimos en este mundo, como aún hay mucho por purificar en nosotros, hemos de trabajar, con la fuerza de Dios, para irnos desatando de toda ligadura, por fina que sea, para poder volar plenamente en las alas del Espíritu.

1 comentario:

zaqueo dijo...

"Si moristeis con Cristo a lo elemental del mundo, ¿por qué os sometéis a reglas como si aún vivierais sujetos al mundo? (Col 2,20s)."

Este fragmento me hace darme cuenta de que ser discípulo de Jesús SUPONE morir a lo elemental del mundo. Y en mi caso no es así. Llevo el mundo pegado como un chile en la cabeza, para quitarlo hace falta arrancar muchos cabellos. Quizá sea mejor afeitarme.

¿Cómo voy a hacer presente y visible esta vida de gloria para los demás?

Me contaron hace poco que San Claudio de la Colombiere llegó a la conclusión que para él era imposible alcanzar la santidad por lo que decidió hacerse amigo de Dios.