domingo, 31 de enero de 2010

Antífona de comunión TO-IV.1/ Sal 29 (30),17s

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia, Señor, que no me avergüence de haberte invocado (Sal 29 (30), 17s).
La antífona nos sitúa hoy en actitud orante y de diálogo con el Señor al que vamos a recibir. Quien se acerca a comulgar es un siervo necesitado de salvación. Desde esa necesidad, desde esa indigencia, es como verdaderamente podemos hacerlo, pues comulgamos al Salvador y entramos en comunión con el misterio de salvación.

La lejanía de Dios es oscuridad, pero su luz no es algo impersonal a lo que tengamos acceso por nuestro propio pie, como quien sale de una zona de sombra y se pone al Sol. Jesús es la Luz y su luminosidad es un don que Él nos hace desde su misericordia. Yo solamente puedo pedirlo.

Su rostro es una luminaria, en cuya luminosidad estamos en la Verdad que es Él mismo. Y es también fulgor de Belleza. El misterio de nuestra salvación es tornar a la Bondad divina, pero es también misterio de Verdad y Belleza. El Amor de Dios nos ilumina con la Verdad que es y nos atrae y glorifica con su Belleza.

Pero el resplandor del rostro de Cristo que pedimos y buscamos en la Eucaristía no queremos que sea solamente para nosotros. Queremos que esa acción salvífica de Dios sea patente para los demás, que vean que Aquél en quien confiamos es el único en quien confiar. No quedar avergonzado ante los que no creen tiene un contenido positivo claro, que les sea a ellos manifiesto que donde hay salvación es en Cristo.

Imagen por gentileza de Mónica

viernes, 29 de enero de 2010

Jalones de una libertad maltratada

Os invito a leer esta reseña sobre un libro que trata del anticlericalismo y clericalismo en la historia de España.

jueves, 28 de enero de 2010

Una lección del Doctor Angélico


El honor no es el premio de la virtud por el que se esfuerzan los virtuosos, sino que los hombres se lo tributan a modo de premio por no tener nada mejor que dar. Pero el premio auténtico de la virtud es la misma bienaventuranza, por la que se esfuerzan los virtuosos. Si se esforzaran por el honor, no habría virtud, sino ambición.

(Sto. Tomás de Aquino)

Imagen: Flickr / Leoboudv

lunes, 25 de enero de 2010

Up in the Air

El que Up in the Air (2009) haya sido dirigida por J. Reitman, a quien debemos Juno, hace despertar esperanzas de ver una buena película, bien dirigida y con profundidad. La historia de la que parte daría lugar a ello. Alguien que vuela mucho, falto de raíces y con un contacto superficial con la realidad, casi con topofobia, como profesión se dedica a despedir del trabajo a la gente, lo que ayuda a perfilar un retrato de alguien que rompe lazos, lo que se acentúa con su forma frívola de trato. Todo ello, en principio, da lugar a una metáfora sobre el hombre de nuestra cultura. Alguien que puede tener una mochila muy bonita, pero vacía.

Su solipsismo egoísta, en un determinado momento de la cinta, entra en crisis. Una conversación con el novio de una de sus hermanas pone al descubierto la entraña nihilista de nuestra sociedad y el sinsentido de todo. Momento estupendo para levantar el vuelo y salvar con contenido lo que, hasta ese momento, ha sido un guión aceptable y una dirección correcta.

Sin embargo, si el esperanzado espectador había ido quedando algo decepcionado, el final no hace sino ratificar la pendiente hacia abajo. Sí, los lazos humanos son importantes, pero, en realidad, lo son solamente como un narcótico que nos hace más llevadera una vida que está abocada a la muerte, a la nada. Oquedad de oquedades, todo es oquedad, pero en compañía es más llevadera.

Elevemos nosotros la cuestión. Esa sensación de vacío está ahí, en nuestro entorno. La gente se aturde de mil maneras para no sentirla, pero siempre hay ocasiones en que topa con ella. Entonces es el momento para abrir el interrogante, ¿no habrá algo más allá que sea la plenitud del más acá? Y luego la respuesta. Vamos, que, si andamos un poco espabilados, tenemos ahí un hueco donde hacer resonar el primer anuncio del evangelio.

domingo, 24 de enero de 2010

Antífona de comunión TO-III.1/ Sal 34 (33),6

Contemplad al Señor y quedaréis radiantes; vuestro rostro no se avergonzará (Sal 34 (33), 6).
Durante la celebración eucarística varios son los momentos en que el celebrante muestra a la asamblea el Cuerpo del Señor para su contemplación y adoración. Uno de ellos es el mismo momento de la comunión. Ésta, por tanto, es momento de contemplación y adoración.

Y es que en la Eucaristía vivimos anticipadamente las realidades celestes bajo el velo de la fe. Por ello, es lugar de contemplación en fe.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (1Jn 3,2).
Una contemplación en el sacramento de Aquél que veremos tal cual es y que nos va transformando y haciendo partícipes ya del resplandor de su gloria.
Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Cor 3,18).
Y, conforme vamos participando crecientemente de la divinidad, va creciendo nuestra esperanza en la plena deificación futura y, por ello, vamos purificando nuestro corazón (cf. 1Jn 3,3), de modo que crecemos en contemplación y, con ella, en transformación; así en espiral creciente que sólo puede romper el pecado.

Pero, en esa fidelidad contemplativa, en ese ir poniendo y abriendo más y más nuestra atención en fe a Él, no sólo no nos avergonzamos ni ahora ante el tribunal de nuestra conciencia ni en el futuro en el Juicio particular ni en el final, sino que con familiar confianza ponemos en Él nuestra mirada.

Imagen por gentileza de Mónica

sábado, 23 de enero de 2010

Conocer la firmeza. Lucas 1,1-4.4,14-21


Al final de su breve prólogo (1,4), S. Lucas nos dice cuál es la finalidad de su trabajo, que el oyente –pensemos que hoy como ayer el lugar por excelencia de la Palabra es la proclamación litúrgica– conozca la firmeza de las palabras que ha recibido.

Esto nos sitúa ante algunas cuestiones de suma gravedad. Primero ha habido una trasmisión/tradición oral. Después de la conversión, tras haber recibido el anuncio primero del evangelio, quien ha acogido esa primera palabra, quien ha creído en la resurrección de Cristo, ha recibido la palabra apostólica. Y, sobre esa enseñanza, resuena el evangelio escrito para que se conozca la firmeza de lo recibido. La tradición oral precede a la palabra escrita y ésta presupone a aquélla.

Esto también tiene su repercusión en nuestra vida personal y en la concepción de la evangelización. La Escritura no es algo a lo que tenga propiamente acceso al margen de la tradición. Una Biblia desgajada de la traditio es una Biblia mutilada; la tradición ha precedido a la escritura. Y yo, como oyente de esa Palabra que se proclama, lo soy desde una enseñanza previa que me ha conformado como oyente de esa Palabra. La Biblia no es algo que esté ahí a mi disposición para que yo la lea desde mí sin más. Mi lectura/audición solamente es posible, sin deformar ni degradar la Palabra, en la tradición de la Iglesia. Y a esto se ordena la evangelización en sus tres momentos: anuncio, catequesis, pastoral.

Y S. Lucas nos dice que escribe para que conozcamos la firmeza. No se trata de mitos, de invenciones, de símbolos soñados, sino de algo arraigado en la historia. En su libro Jesús de Nazaret, J. Ratzinger/Benedicto XVI decía: "Si por 'histórico' se entiende que las palabras que se nos han transmitido de Jesús deben tener, digámoslo así, el carácter de una grabación magnetofónica para poder ser reconocidas como 'históricamente' auténticas, entonces las palabras del Evangelio de Juan no son 'históricas'". Lo cual se puede decir también de los hechos y de los evangelios sinópticos.

S. Lucas nos quiere dar la firmeza de la realidad acontecida, pues en los hechos de Jesús no se trata de algo imaginado o real sobre lo que proyectáramos nuestros anhelos o de realidad elevada por nosotros a símbolo. Pero, ¿qué es historia? JR/B-XVI es lo que ha puesto ante nuestra mirada. La historia meramente humana no es algo que se reduzca a los sucesos materialmente constatables, porque el hombre no es solamente material. En la historia hay también una causación propia de seres espirituales. Eliminar esto de la história y dejarla solamente en sucesos materiales es jibarizarla.

El reduccionismo materialista es aún mayor cuando el sujeto histórico es un hombre que es también verdadero Dios. Por ello, los hechos y dichos de Jesús no son solamente acontecimiento, sino que son misterio, pues en ellos quien actúa es el Hijo de Dios. Lo que no quiere decir que no sean acontecimiento histórico, pues es verdadero hombre; análogamente el acontecimiento histórico meramente humano, para poder serlo, es también suceso de la causalidad meramente material, pero es más porque también interviene en él la causación espiritual humana, la causación de quien es alma y cuerpo y no solamente esto último. En los misterios de Jesús, estamos ante acontecimientos históricos, pero, siéndolo, son más que eso, son misterio.

Si nuestras palabras se quedan cortas para narrar los acontecimientos históricos meramente humanos, cuánto más será patente su limitación al tratar de trasmitir los misterios de la vida de Jesús. Y desde la perspectiva del lector/oyente. Si mala es la comprensión de la narración de un acontecimiento histórico cuando lo reducimos a suceso material, cuánto más lo será cuando busquemos en un misterio de Jesús, solamente el suceso material e intentemos comprenderlo solamente con la razón, dejando al margen la fe.

Los misterios que nos narra S. Lucas nos dan firmeza si los escuchamos como misterio y como palabra de Dios y no simplemente como palabra de un hombre del s. I que se llamaba Lucas.

jueves, 21 de enero de 2010

El Mesías de Händel LXXXIV


[Continuación]

La historia no es solamente, por tanto, algo de los hombres. Ni es solamente una cadena de causación natural. Los hechos históricos son palabras humanas, pero la urdimbre y la trama de la historia es ante todo Palabra de Dios.

Una Palabra que moldea ese otro fruto de su Palabra que es la Creación y que tiene una dinámica de crecimiento. Los hechos, en cuanto perteneciente a la Historia de Salvación y no simplemente a una historia que solamente fuera humana, son palabra llena de significación que alumbra el pasado, el presente y el futuro, en este sentido, son profecía o flor de verdad. Pero son también causa que realiza, que hace realidad lo prometido, y entonces es cumplimiento o fruto de bondad. Y que remite a realizaciones futuras, de modo que los hechos divinos son también promesa o semilla preñada de atrayente belleza. Flor para ser contemplada por la fe, fruto degustado que llena de esperanza, semilla a regar en la tierra de la humildad con la caridad. Y una Palabra que es fiel, que está indeleblemente escrita, no simplemente sobre un papiro o un pergamino, sino en la entraña de la historia, porque lo más hondo de ella es el Verbo eterno del Padre por medio del cual y para el cual fueron creadas todas las cosas; en quien naturaleza, historia y Dios están unidos.

El apóstol, en el texto recitado por la contralto, remite a Is 25,8. A una palabra dicha en un momento de tribulación de Israel, a una palabra de esperanza para ese pueblo en esa situación. Pero una palabra que ya era realización de la primera palabra de salvación pronunciada sobre los hombres. Una palabra que iba más allá de esa esperanza concreta y pequeña y que estaba abierta a una realización insospechada. La muerte, ciertamente, ha sido ya absorbida en la victoria (cf. 1Cor 15,56) de la Resurrección de Cristo, en la vida nueva recibida en el bautismo y lo será, a ello remite directamente S. Pablo y nuestro Mesías, en la resurrección del último día.

Pero este paso de 1 Cor, al remitir a ese versículo de Isaías, está, a la par, reenviándonos al oráculo del que forma parte, a ese banquete escatológico del que habla. Y éste nos va remitiendo a toda su profecía y ésta a toda la Escritura. Porque, en realidad, aunque difractada en el tiempo, la palabra de Dios pronunciada sobre los hombres es una sola: su Hijo. En todo rincón de la Escritura resuena para nosotros el eco de su voz.

martes, 19 de enero de 2010

La decisión de Anne


La decisión de Anne (My Sister's Keeper) de N. Cassavetes (2009) es una película que, en principio, presenta una historia que puede resultar interesantes por la temática que trata, pues, además de la importancia de ella en sí misma, podría dar pie a tratar cuestiones concomitantes de gran peso en nuestra época. Sin embargo, el que uno se proponga tratar seriamente un tema disputado socialmente y cerrado en falso –esto es ya un mérito en comparación con la ramplonería habitual del cine español– no es garantía de que el resultado esté a la altura. En este sentido, ni por el guión ni por la dirección se puede decir que ésta sea una película lograda.

Abordar algunos de los conflictos que llevaría consigo una hija diseñada genéticamente para ser utilizada terapéuticamente en beneficio de otro hijo es, sin duda ninguna, ocasión para poner sobre la pantalla algunas de las cuestiones que más nos urgen resolver socialmente. Sin embargo, al final, uno sale de la proyección con la impresión de que todo ha quedado sólo anunciado, que nada se ha afrontado en profundidad, que... Y no lo digo por el dualismo antropológico que destila toda la película, porque cualquier postura puede ser tratada a medio gas.

Bueno, quién sabe, a lo mejor pueda haber, a no poco tardar, un director y un guionista, cada uno en su faceta, que sepan ahondar de verdad, que nos den personajes de talla, que de veras pongan ante nosotros el drama de ser hombre hoy en día. Y no me importa que no esté de acuerdo con su postura, pero que me dé una palabra de peso; pues éstas son las que nos hacen crecer, son las que nos enriquecen y hacen madurar nuestras convicciones, aun en la discrepancia.

Con todo, la película da qué pensar. La falta de hondura es ya un síntoma social. Pero, sobre todo, lo más llamativo para mí de la cinta es la orfandad de nuestro mundo. Desechado el cristianismo, el hombre se queda con los mismos problemas o incluso los aumenta con sus vanos intentos de perfeccionar desde sí mismo el mundo, como es el caso de la manufactura de seres humanos. Y, con las preguntas irresueltas, tiene que tantear respuestas sobre todo, cuestiones morales, antropológicas, escatológicas, etc. Y lo tremendo es ver cómo serán soluciones aparentes, en no pocos casos, una ilusión para no sentir el dolor de ser hombre lejos de Dios. Es interesante cómo la cruz aparece desdibujada en la película, sobre todo en un cuadro que está en el control de enfermeras del hospital o en la puerta o la irrelevante figura del clérigo en el entierro.

Nuestro mundo sigue con las preguntas. ¿Por qué no le interesan nuestras respuestas? ¿No será que se las ofrecemos desgajadas de la entraña de la pregunta y del manantial de la respuesta?

domingo, 17 de enero de 2010

Antífona de comunión TO-II.1/ Sal 23 (22),5



Preparas una mesa ante mí y mi copa rebosa (Sal 23 (22),5).
La mesa eucarística, la mesa del sacrificio banquetual, ha sido dispuesta por muchas personas. Con cuidado ha habido quienes han confeccionado el mantel, lo han lavado y planchado; así como los demás elementos, incluidos los vasos sagrados y las especies sacramentales. En la celebración, han intervenido distintos ministros. Pero quien ha preparado verdaderamente el altar-mesa es el Sumo y Eterno Sacerdote. Él es el creador de todos los elementos y de todas las personas que intervienen; Él nos convoca, cada uno según su puesto en la Iglesia, en torno al altar; y Él es quien oficia el sacrificio y reparte su cuerpo y su sangre como alimento para su rebaño.

La copa hecha por manos de orfebre rebosa ahora no por simple abundancia de vino, sino porque desborda divinidad, contiene a su creador. Y yo, como copa que recibe a Cristo en alimento, también reboso. Sí, es verdad que soy continente del que ha querido hacerse mi contenido, pero se ha hecho contenido sin dejar de ser mi continente. Reboso divinidad porque Él me desborda incluso dejándose celar en mi interior, mas también porque me lleva más allá de donde yo puedo llegar solo: viniendo a mí, me lleva a Él.

sábado, 16 de enero de 2010

Antífona de comunión TO-I.1/ Sal 36(35),10

Paso a glosar la antífona de comunión del primer formulario de misas del Tiempo Ordinario, ya que el domingo pasado celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. Mañana, si Dios quiere, comentaré la correspondiente al segundo domingo ordinario.
Señor, en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz (Sal 36(35), 10).
El amén que, al comulgar, pronunciamos tiene una riqueza inmensa. Es decir que es el Cuerpo de Cristo –aquí nos abismamos en el misterio de la fe–, es decir sí de la presencia del Cuerpo –confesión del misterio sacramental– y decir sí al Cuerpo de Cristo –aquí está toda la riqueza de la Cristología, la Soteriología, la Trinidad, Eclesiología,...–.

La antífona de hoy nos invita a decirle algo a Jesús. Ese amén tiene que ser un encuentro personal con Él, una palabra de diálogo amoroso, no una fórmula mecánica ni solamente una confesión de fe como respuesta a la afirmación del ministro de la comunión.

Es el Cuerpo de Cristo y, al dirigirnos a Él, lo llamamos Señor, reconocemos su divinidad; llamarlo así es llamarlo como los israelitas llamaban a Dios. Y el Cuerpo del Señor, del Hijo de Dios, tiene el costado abierto (cf. Jn 19,34). En ese costado abierto, del cual mana sangre y agua, vieron los Santos Padres la fuente de la que manaban los sacramentos de la Iglesia. Ese costado abierto es el hontanar de todas las gracias. En ese manantial es donde podemos saciar nuestra sed de divinidad.

Pero ese , esa confesión, es posible por la fe, que es un don de Aquél que se nos ofrece en alimento. Ese Señor es la Luz del mundo (cf. Jn 8,12). Y es su luz la que nos hace ver que es Luz y que todo está envuelto en su gloria, es su luz la que nos hace ver que su Cuerpo está ahí ante nosotros y que ese cuerpo tiene el costado abierto.

jueves, 14 de enero de 2010

Lecciones francesas



Siguiendo la estela de la anterior entrada, tomo pie hoy en un estudio encargado por el diario francés La Croix [aquí podéis descargaros el pdf] a Ifop sobre la situación del catolicismo en aquél país. Los datos son sumamente instructivos. Con una media de edad superior a la francesa, solamente el 4% participa dominicalmente en la Eucaristía. De ellos el 75% considera que la Iglesia debería de modificar su discurso y posiciones sobre la cotracepción dados los cambios en la sociedad y costumbres; el 68% lo dice respecto al aborto; el 69% sobre el rematrimonio de los divorciados (dicho crudamente sobre admitir la bigamia sacramental); y el 49 % sobre la homosexualidad.

Como se ve, las preguntas giraban sobre cuestiones, ante todo, morales; lo cual dice mucho de qué se entiende sobre tomar la temperatura al catolicismo y, por consiguiente, lo que se tenga por tal. En cualquier caso, si se preguntara sobre la divinidad de Cristo, la Trinidad, la Resurrección, etc. nos encontraríamos con porcentajes sorprendentes no por inesperados, sino por lo contradictorio con lo que se dice ser. Con los datos que tenemos, de ese 4% que se reune semanalmente para celebrar en torno del Señor su Resurrección, el 25% coincidiría doctrinalmente con la enseñanza de Aquél que celebran y con quien celebran. En otras palabras, solamente un 1% de los franceses:
No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos talegas que no se echen a perder y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Lc 12,32ss).
Esos pocos están en minoría dentro de su casa y su testimonio, siempre imperfecto pues somos pecadores, se ve además empañado de forma notable. Esto me remite a lo ya dicho en la entrada anterior. Pero Sta. Teresa no da solamente una respuesta personal, ésta es imprescindible, sino que también la da comunitaria. Una vez más, citaré sus palabras como el más elocuente comentario y más lúcido proyecto para nuestros días; no sólo para monjas, sino creo que para todos los cristianos.
Hame parecido es menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido toda la tierra, y viéndose el Señor de ella apretado se recoge a una ciudad, que hace muy bien fortalecer, y desde allí acaece algunas veces dar en los contrarios, y ser tales los que están en la ciudad, como es gente escogida, que pueden más ellos a solas que con muchos soldados, si eran cobardes, pudieron, y muchas veces se gana de esta manera victoria; al menos, aunque no se gane, no los vencen; porque como no haya traidor, si no es por hambre, no los pueden ganar, Acá esa hambre no la puede haber que baste a que se rindan; a morir sí, mas no a quedar vencidos (Sta. Teresa).

martes, 12 de enero de 2010

Prosperando


Los datos sobre el catolicismo en Cataluña son demoledores; basta señalar algunos, los demás los tenéis en la noticia a la que os remito. Un 4% de los jóvenes participa en la Eucaristía semanalmente y, de entre los que se casan dejando o no de estar amancebados, más del 62% lo hace civilmente solamente. Las cifras en el resto de España son algo mejores, lo cual no creo que sea un consuelo.

Con todo, lo más preocupante, a mi modo de entender, no está en el punto cuantitativo al que se ha llegado. A Jesús lo dejaron bastante solo en el Calvario y, a la espera de Pentecostés, quienes habían creído en Él no eran ciertamente muchos. Al final del s. I, la proporción de cristianos en relación a la población mundial era bajísima. Pero había una dinámica esperanzadora, mientras que ahora, ¿cuál es nuestra situación? No son pocos los que se resignan a la derrota como si ésta fuera algo dado.

Este tipo de estudios suelen concluir con expresiones tales como "a este ritmo en x años quedarán sólo..." ¿Pero es esta la conclusión a la que debemos llegar? Modestamente creo que no. ¿Merece la pena buscar culpas y culpables? Si nuestras comunidades rezumaran vitalidad evangélica, las bajas cifras no serían amenazantes. El problema es que, en gran medida, para nuestro mundo secularizado, sin fe en Dios ni esperanza en la vida eterna, no somos ni sal ni luz.

Es verdad que ha habido y hay pastores que dejan mucho que desear y que tienen una responsabilidad especial, pero cada uno tenemos la nuestra. Y cuánto tiempo perdemos criticando, en vez de aprovechar en crecer en perfección evangélica, lo que no quiere decir que seamos ciegos y no veamos lo que está mal. ¿Qué hacer entonces?

Podemos diluirnos en el mundo conformándonos con ser quienes proporcionamos una insignificante religiosidad para determinados acontecimientos o justificamos con un poco de agua bendita determinadas barbaridades. Otra posibilidad es apostar por un restauracionismo, más o menos redecorado, que apuntale el edificio, remoce la fachada y quede relativamente satisfecho con su fidelidad a un modelo pretérito. O bien podemos lanzarnos decididos a vivir aquí y ahora el evangelio.

El Espíritu Santo sigue soplando, ¿qué me impide seguir a fondo la llamada de Jesús?
Toda mi ansia era, y aun es, que pues tiene [el Señor] tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos; y así determiné a hacer eso poquito que yo puedo y es en mí (Sta. Teresa).

domingo, 10 de enero de 2010

Antífona de comunión. Bautismo del Señor/Jn 1,32.34

Este es de quien decía Juan: Yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios (Jn 1,32.34).
Juan da este testimonio porque, en el Bautismo de Jesús, ha visto descender sobre Él el Espíritu Santo y ha oído el testimonio del Padre sobre su Hijo. Como precursor de Jesús y último de los profetas veterotestamentarios, Juan Bautista, al señalar, al decir "éste es el Hijo de Dios", está diciendo hacia donde apunta el AT y de quién está hablando.

Esto converge con las palabras del ministro de la comunión cuando, al mostrar la hostia, dice "el Cuerpo de Cristo". Comulgamos ciertamente al Hijo de Dios, a Aquél sobre el que descendió en forma de paloma el Espíritu Santo, de quien dio testimonio el Padre. Pero es Aquél de quien hablo el AT y, por ello, comulgamos con toda la revelación. Por ello, el amor a la Eucaristía va unido al amor a las Sagradas Escrituras.

Comulgamos lo que se ha proclamado en la Liturgia de la Palabra y quien comulga no puede por menos que alimentarse con la Biblia, que comer con frecuencia, especialmente en la oración, la Palabra divina. Así, una manera de dar gracias tras la comunión, mejor que hacerlo en abstracto, es referirla al misterio de Cristo que en particular haya estado más presente en la celebración, pues, al comulgar a Cristo, con ese misterio hemos comulgado. Las lecturas proclamadas nos dan un rostro muy concreto del Señor que se ha entregado a nosotros en alimento.

sábado, 9 de enero de 2010

Ad calendas iuliobrigenses


Según el calendario del ayuntamiento de Logroño, el pasado 6 de enero lo que se celebró fue el día después de la Cabalgata organizada por Radio Rioja; no se dice nada de que los católicos celebraran la Epifanía. Y el día 3 de febrero es aquél en que se bendicen las rosquillas de S. Blas, pero no aquél en que los católicos celebran a S. Blas, que no es una marca de repostería. Y el 15 de agosto no figura como el día en que los católicos celebran la Asunción de María, pero quien lo consulte podrá enterarse de que los pakistaníes celebran su independencia. Quien quiera saber cuándo celebran los musulmanes el nacimiento de Mahoma, no tiene nada más que mirar en los últimos días de febrero, concretamente el 24.

Evidentemente los católicos no necesitan que los consistorios o cualquier otro órgano estatal se dedique a editar el calendario litúrgico ni precisan del beneplácito de las autoridades civiles para celebrar su fe en días señalados. Pero los ciudadanos queremos que se nos respete y que quienes detentan algún cargo público lo hagan al servicio de la sociedad. Y, a ser posible, que hagan el menor número de estupideces y maldades posibles.

La aconfesionalidad del estado no supone la anulación de una de las confesiones. Quiere decir que ninguna es religión oficial. Lo que no significa que el estado sea neutral. Porque serlo supone no ser de unos ni de otros y el Estado tiene que estar al servicio de unos y otros ciudadanos. Lo que no tiene que ser es parcial, lo cual es distinto de neutral. Y, llegado el caso, tiene que tomar partido por la verdad, la justicia, etc.

Un pequeño calendario, si lo edita un ayuntamiento, es un servicio a esa ciudad. Y, en este caso concreto, aparece claro el modo de entender el servicio público que algunos tienen. Como ciudadano, me parecería bien, por ejemplo, que el ayuntamiento de mi ciudad publicara un almanaque en que se informara de fiestas musulmanas, pues parte de mis vecinos lo son, o cuándo celebran la independencia de su país los ecuatorianos. Y, claro, esto no sería incompatible con que también se dijera cuándo son las celebraciones o efemérides más importantes de la confesión mayoritaria de la población. Vamos, servir a unos y a otros. En cualquier caso, no burlarse de nadie ni ningunearlo.

Lo mismo que con un calendario, con las demás cuestiones. Los católicos no necesitamos del proteccionismo del Estado. Pero los ciudadanos tenemos derecho a que nos sirvan los poderes públicos y no debemos tolerar que unos lo sean menos que otros, aunque no sean de mi cuerda, ni que parte de la población sea arrinconada o burlada, aunque sea católica.

Por cierto, el alcalde juliobrigense se llama Tomás Santos y, gracias a él, podemos saber que, al menos, los farmacéuticos celebran la Inmaculada el 8 de diciembre. ¿Lo harán también los católicos en Logroño?

viernes, 8 de enero de 2010

El Mesías de Händel LXXXIII


Aunque continúa el libreto con el siguiente versículo de 1 Corintios, sin embargo, para facilitar la transición, Händel da paso ahora a un recitativo de la contralto.
Cuando esto corruptible se vista de incorrupción y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: La muerte ha sido absorbida en la victoria (1Cor 15,54-55a).
Aunque estemos hablando de las últimas realidades y, más concretamente, de la resurrección final, sin embargo, esto no supone la anulación de la historia, sino todo lo contrario. Estamos ante la culminación de ella y, desde ahí, es desde donde encontramos su sentido y significación. Este versículo de S. Pablo nos ilumina para comprender qué sea la historia, pues es historia de salvación y, por ello, algo que desborda el entendimiento humano.

Porque análogamente a como el hombre no puede conocer en pureza el ámbito de la naturaleza, sino que ese espacio de funcionalidad siempre lo ve inmergido en la causalidad histórica, en el sentido, así, aunque por abstracción podamos hablar de ella, no hay propiamente una historia puramente humana, pues ésta está inscrita en la llamada de Dios a los hombres a la vida sobrenatural, está marcada por un sentido último que va más allá de lo que da de sí lo meramente humano.

El apóstol nos dice que, cuando ocurra eso que ha cantado antes el bajo, entonces se cumplirá la escritura. La historia, por tanto, nos aparece como cumplimiento de la Palabra divina. Lo cual va teniendo lugar paulatinamente y con un sentido último en el que quedan envueltas las intervenciones y palabras de Dios a lo largo del tiempo.
Él nos eligió en Cristo –antes de crear el mundo– para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según su voluntad y designio, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya (Ef 1,4ss).
[Continuará]
El misterio es gentileza de Mrs. Wells

miércoles, 6 de enero de 2010

Roscón de Reyes


- 150g de azúcar pulverizada. Mezclarla con raspaduras de cáscara de medio limón y de media naranja.
- Añadir 150g de leche, mezclar y calentar hasta 40º.
- Agregar 100g de mantequilla, levadura natural para la cantidad de harina, 2 huevos, 2 cucharadas de agua de azahar (esto es importante pues, si no, no tiene el característico sabor) y media cucharadita de sal; mezclar todo.
- Añadir y mezclar 225g de harina de trigo blanca.
- Añadir y amasar otros 225g de harina.
- Dejar reposar la masa tapada hasta que haya aumentado de volumen.
- Poner la masa en forma de bola sobre la bandeja del horno untada de mantequilla. Hacer un agujero en el centro y estirar hacia los bordes hasta dar forma de roscón. Introducir por debajo la sorpresa, debidamente envuelta en un plasticurri de esos para alimentos. Untarlo con un huevo batido. Adornar con frutas escarchadas y espolvorear con azúcar o bien (es lo que hago yo) adornar con una mezcla de avellanas crudas, peladas y trituradas, mantequilla y azúcar.
- Introducir en el horno precalentado a 50º y dejar unos 45' o 50'.
- Sacar y no volver a meter al horno hasta que éste no haya alcanzado 200º. Entonces introducir la bandeja (con el roscón, claro está) y dejar unos 25' o 30''.

Con estas cantidades sale un roscón grande o dos medianos o cuatro pequeños...
Que aproveche.

Antífona de Comunión. Epifanía/cf. Mt 2,2

Hemos visto salir la estrella del Señor y venimos con regalos a adorarlo (cf. Mt 2,2).
El deseo que Dios pone en nuestro corazón nos lleva a estar anhelantemente abiertos a Él, pero esto no hace que su estrella salga, que se nos dé a conocer. Porque la estrella ha salido, porque Dios se me da a conocer, se me manifiesta, puedo seguir la estela de su belleza hacia Él.

En la comunión es lo que hacemos. Guiados por su gloria nos dirigimos hacia Él. Y vamos con regalos o con el regalo de nosotros mismos, con nuestra autodonación a Él. Mas lo que le damos, nosotros mismos enriquecidos con su gracia, es lo que Él mismo nos ha dado, como creación y redención, y la capacidad y el deseo de dárselo también son una gracia suya. Y, sin embargo, nos lo ha dado de tal manera que, siendo todo suyo, regala de modo que el don que hacemos sea mérito nuestro.

Y vamos a comulgar; pero el amén que decimos al escuchar "El cuerpo de Cristo" va envuelto en adoración a Dios que se nos da. La comunión es adoración y también admirable intercambio; a cambio de lo que damos, que se nos ha donado previamente, recibimos a Dios.

Foto: Ardfern

martes, 5 de enero de 2010

El Mesías de Händel LXXXII

Entonces,
...la trompeta resonará, y los muertos despertarán incorruptibles y nosotros nos veremos transformados. Porque esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción, y esto mortal tienen que vestirse de inmortalidad (1Cor 15, 52b-53).
El bajo, del recitativo, pasa a cantar un aria en un mano a mano con la trompeta solista, porque la trompeta sonará. Tajantemente se expresa S. Pablo. No se trata de quimeras ni de especulaciones. El final llegará, la historia tiene un último punto. Y la trompeta última inexorablemente, sin que nada ni nadie la pueda detener, sonará. Por ello, el diablo tiene prisa, porque sabe que el tiempo de que dispone para actuar está contado, es limitado; por eso, además de por nublar la razón y presionar, mete prisa, porque él la tiene y no puede perder tiempo. La obra de Dios, en cambio, se deja sentir porque no tiene agobio de premura, aunque dé diligencia, pues Él es el Señor del tiempo y de la historia.

En la antigüedad, la trompeta, por su sonido fuerte y penetrante, era usada en la guerra para dar señales a los ejércitos o por los heraldos para anunciar algo. La última trompeta proclamará la acción del Juez Supremo y será también llamada.

Sonará para comunicar a todos la intervención del Resucitado y para que los muertos despierten. En el pasaje original, el apóstol usa el verbo griego egeiro que, en principio, significa despertar, levantar, suscitar y que vino a querer decir resucitar. En contraste con el mundo pagano, en las sepulturas cristianas se decía que el fallecido dormía, pues esperaba la resurrección. Para quienes no creían en ella, la muerte era considerada como la liberación del cuerpo, tras la cual, el alma inmortal tendría una existencia sin ataduras.

El cristiano cree que Dios lo ha hecho todo bien y lo ha hecho a él bien. La materia no es mala ni el cuerpo, lo único malo es el pecado. Y Dios nos ama en la totalidad de lo que somos y nosotros queremos amar con plenitud en la totalidad de lo que somos, en alma y cuerpo. Por ello, la única liberación que deseamos es la del pecado y la de la muerte, es decir, la de la separación del alma y el cuerpo.

Este cuerpo que con su debilidad tras el pecado de Adán, con su corruptibilidad y mortalidad, me ha ido recordando que soy limitado, que no soy Dios; que me ha ido, mediante el dolor físico y anímico sentidos gracias a él, llamando a alejarme de la soberbia y acercarme a la humildad; que con él he sentido el agua sobre mi cabeza en el Bautismo, he oído la Palabra divina, gustado el Cuerpo eucarístico, palpado la fraternidad de la fe en la Iglesia, olido a los pobres y necesitados; estos brazos con los que he estrechado a los seres amados, estos labios que han besado, estos pies que han caminado al encuentro de los demás; este cuerpo que ha visto la creación divina está llamado a contemplar a Dios cara a cara. Si no fuera así, yo no gozaría en la totalidad de lo que soy la vida eterna. Y el amor de Dios, ¿no resultaría limitado?

Vivos y muertos, en el Señor, gozarán de la vida eterna en cuerpo y alma.

domingo, 3 de enero de 2010

Antífona de comunión N-II/Jn 1,12


A cuantos le recibieron les da poder para ser hijos de Dios (Jn 1,12).
En el contexto de la celebración de la divina liturgia, este versículo del prólogo del evangelio de S. Juan, que hace las veces de antífona de comunión, cobra una significación particular. Recibir a la Palabra hecha carne es, ante todo, acogerlo por la fe. Tras la conversión y mediante el Bautismo, somos hechos hijos de Dios. Pero, en el momento de la celebración eucarística en el que estamos, recibir es comulgar.

Y a aquél que lo recibe, que lo comulga y que por el bautismo es ya hijo de Dios, Jesús le da poder para ser hijo de Dios. Ser aquí hace referencia no a la identidad, a lo que se es, sino a ser aquello que se es.
Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo (CEC 1392).
Para ser en plenitud aquello que ya somos, necesitamos del alimento eucarístico, necesitamos comer el Cuerpo y la Sangre nacidos del seno virginal de María, la carne que ha tomado el Hijo eterno del Padre. Este alimento aumenta nuestra unión con Cristo, que es en lo que consiste la vida de fe, una identificación cada vez más plena de los hijos con el Hijo.

Esta unión con Cristo comporta que crezca nuestra unión con su Cuerpo místico, que es la Iglesia. La unión de la Iglesia, entre los que formamos parte de ella, y la unión plena con los bautizados separados de la Católica y que forman parte de otras iglesias y confesiones cristianas, se ve favorecida e incrementada por la comunión. Por ello, cuanto más honda sea nuestra comunión, más robustecemos la comunión intraeclesial y el ecumenismo.

Otro tanto cabe decir de todo aquello a lo que está unido, de un modo u otro, el Señor. La comunión nos facilita el reconocer su Palabra, a vivir los sacramentos, a obedecer el magisterio eclesial, a encontrar a Jesús en los pobres y necesitados, a contemplar a Dios en la naturaleza, etc.

Y, cuanto más estrecha es nuestra unión con Él, con mayor plenitud comulgamos; y, cuanto más plenamente comulgamos, más íntima es nuestra unión con Cristo. No podemos conformarnos, por grandioso que esto sea y aunque sea imprescindible, con estar sólo en gracia de Dios; debemos favorecer, en fidelidad a la gracia divina, la mayor pureza del corazón. Esta espiral virtuosa la favorece la Eucaristía. La comunión favorece la caridad, la cual nos separa del pecado, nos da poder para extinguir las afecciones desordenadas y, en positivo, nos une más y más, como sarmientos, a la vid, que es Jesucristo.

viernes, 1 de enero de 2010

¡Feliz año!


Con este dibujo de una contertulia del blog, Mónica, os quiero felicitar el año. Que Dios os bendiga.