miércoles, 10 de febrero de 2010

El Mesías de Händel LXXXVIII


Digno es el Cordero degollado [que nos ha redimido por su sangre para Dios] de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Al que se sienta en el trono y al Cordero, la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos (Ap 5,12.13).

La introducción del inciso entre corchetes, que no pertenece originalmente a ese versículo (cf. 5,9), convierte al coro que canta los dos parcialmente seleccionados por el libretista en la voz de los redimidos. Mas en el Apocalipsis ocurre de otra manera. En el último libro de la Biblia, estamos ante un diálogo. Los ángeles (v. 11s) indican la dignidad del Cordero de recibir la misma adoración y gloria que quien se sienta en el trono. A lo que todas las criaturas (cf. v. 13) responden con la alabanza y glorificación, al unísono, de ambos. Todo lo cual se concluye (v. 14) con el “Amén” de los cuatro Vivientes (cf. 4,6ss) y la prosternación de los veinticuatro ancianos (cf. 4,4).

La humanidad de Cristo, tras su muerte, resurrección y exaltación a la derecha del Padre, en la liturgia celeste ocupa el lugar divino. Al adorar al Cordero inmolado, a quien se adora es al Hijo de Dios. La humanidad de Cristo, por estar unida en la persona del Hijo a la naturaleza divina, forma parte de la vida trinitaria. Por esa unión hipostática, María no es simplemente madre de un hombre, sino que de quien es madre es del Hijo de Dios, es, por tanto, Madre de Dios. Por ello, los ángeles que lo servían en el desierto a quien servían era a Dios. Quien predicaba en las sinagogas y curaba enfermos era Dios. Quien eligió a los doce era el Hijo de Dios,...

Aunque no sea así el original bíblico, sin embargo, el texto compuesto a partir de las palabras del Apocalipsis encierra una innegable profundidad.

Por toda la eternidad, los santos no harán sino adorar al Cordero inmolado en la única adoración a la Trinidad. No se puede adorar al Padre sin adorar al Hijo ni al Espíritu Santo. No se puede adorar al Hijo dejando al margen su humanidad. Y quien adora al Cordero adora a la Trinidad de personas y al único Dios.

Esto, formando un coro, antes de la venida en gloria de Cristo, lo realizamos en unión con nuestros hermanos los santos. Con ellos, la vida del creyente es hablar a todos de la divinidad de Cristo, para que se unan a nuestra glorificación y alabanza.

¿Y cómo anunciar esto? ¿Cómo adorar a Jesucristo? Si Él ha de “recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”, la credibilidad de nuestras palabras y la autenticidad de nuestra oración deberán asentarse en que de verdad sea Él para nosotros el primero en todo, en quien todo lo demás cobre valor y sentido: “Dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11).

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