miércoles, 31 de marzo de 2010

Un réquiem alemán IV


Jesús lloró por Jerusalén y por su amigo Lázaro; es verdadero hombre. Un rey puede llorar por la destrucción de una de las ciudades de sus dominios y por la muerte de algún allegado, ¿pero es el mismo llanto? Una misma circunstancia puede dar lugar al llanto de dos personas, pero la motivación de ambas puede ser muy distinta.

¿Cuál es el bien dañado que me mueve a llorar? El llanto por la muerte de alguien o la destrucción de una ciudad puede ser expresión de amor o de egoísmo. Quien ama quiere el bien del otro y sufre por el mal que padece la persona amada. El egoísta hace del otro un objeto, no llora por el mal que sufre alguien, sino porque se le hace daño a él directamente. Cuántas veces las lágrimas en un velatorio son expresión de posesión egocéntrica afectiva y no de amor verdadero.

Jesús ama a Jerusalén y llora no porque el rechazo de Jerusalén le haga daño, sino, ante todo, porque rechazándolo, Jerusalén se hace daño a sí misma y esto es lo que le hace sufrir. Qué hermosamente hablamos de amor herido. En el caso de su amigo, Jesús no llora por verse privado de una posesión afectiva, pues su alimento es hacer la voluntad del Padre y a Lázaro puede seguir amándolo después de muerto; lo hace porque quiere el bien de Lázaro y la muerte es un mal. El hombre fue creado para la vida y la separación de alma y cuerpo, consecuencia del pecado, es, pese a ser lo habitual, una "anormalidad". Por otra parte, Jesús no había bajado aún a los infiernos, es decir, a la morada de los muertos, a anunciar la salvación a los justos que lo precedieron y sabía que, en esa situación, tendría que estar Lázaro hasta que Él muriera. Ciertamente, como seres sociales, las muertes de los demás nos afectan, pero el amor –o el desamor– es lo que cualifica la vivencia de la muerte del otro.

En Jesús, aprendemos que el amor engendra un sufrimiento distinto al del egoísmo. En el amor, el bien está mediado por la persona amada, su bien es el mío. Y por eso murió en la Cruz, porque me ama. Y esto es un gran misterio, porque Dios es el bien supremo y el amor de las divinas personas entre ellas es de una plenitud inimaginable para nuestras pobres capacidades. No necesitaba crearnos para amarnos. Y, sin embargo, nos creó y además se encarnó; el impasible, se hizo pasible. Al hacerse hombre, se hizo sufriente.

Nosotros, para llegar al ser debido, necesitamos amar, porque esa es nuestra vocación; por eso, precisamos negarnos a nosotros mismos, dejar de mirarnos e ir más allá de nosotros y que nuestro bien sea el bien de otro. En cambio, Dios es eternidad de perfecto amor, no necesita llegar a ningún sitio. Su amor al hombre, su filantropía, no tiene ninguna sombra de precariedad, necesidad o egoísmo. Su encarnación es amor puro.

lunes, 29 de marzo de 2010

Un réquiem alemán III


No somos ángeles, por eso lloramos. Los diablos sufren eternamente, pero no lloran; los ángeles gozan eternamente y tampoco lloran. Las lágrimas son propias de la corporalidad y nosotros somos también cuerpo. Aunque no siempre es así, llorar es una vertiente somática de algunos sentimientos.

Los hombres inteligimos no solamente que somos y qué somos, sino que también nos sentimos realmente respecto a un fin. Los ángeles son respecto a un fin, pero no lo son corporalmente; por eso, no tienen propiamente sentimientos. Y los animales tampoco, aunque sientan dolor o placer, porque aunque sienten, no se sienten realmente.

Si nos sentimos en cercanía a un fin, entonces nuestro sentimiento se tiñe de esperanza. El gozo nos inunda cuando lo tenemos. El temor aparece cuando vemos amenazada su consecución o posesión. Y el sufrimiento al quedar destruido ese fin o vernos separados de él. Los sentimientos nos hablan del sentido de nuestra vida, de cómo nos estemos definiendo en orden a un fin.

El sentimiento depende, por tanto, del fin. Hay fines auténticos y falsos; hay un único sentido último y cada situación presenta el suyo en función de ése. Hay un fin último que me llama, y atrae hacia sí, Dios, y al que puedo volver la espalda eligiendo otro; pero esa vocación última, por mucho que la rechace, estará siempre ahí.

La divinización del hombre es el único fin último auténtico y, por ello, el único cuya consecución conlleva felicidad plena. Puedo volverme a Dios, convertirme, y caminar hacia Él, pero, durante cierto tiempo, la inercia de otros afectos hará que mis sentimientos lleven ganga junto al buen metal. Y puedo rechazarlo, pero su atracción estará siempre ahí de fondo como insatisfecha y pendiente de realización, mientras que la consecución de los otros fines será siempre parcial.

Por eso, porque lo decisivo es el fin en el sentimiento, el hombre puede sentir dolor y no sufrir e incluso ser feliz en los dolores; sentir placer y no gozar, hasta ser profundamente infeliz. Hay lágrimas de sufrimiento, otras de gozo; pero no todas portan la dicha del consuelo eterno, ello dependerá del fin en función del cual lo sean.

sábado, 27 de marzo de 2010

Antífona de entrada C-DR/ Jn 12,13; Mc 11,10; Sal 24(23),9s

Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor subía a la ciudad de Jerusalén, los niños, con ramos de palmas, salieron a su encuentro y con júbilo proclamaban: "¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito tú que vienes y nos traes la misericordia de Dios!" ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria: ¿Quién es ese Rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos; él es el Rey de la gloria. "¡Hosanna en el cielo! ¡Bendito tú que vienes y nos traes la misericordia de Dios!" (Jn 12,13; Mc 11,10; Sal 24(23),9s; cf. Mt 21,9).
En el comienzo de la Semana Santa, la antífona de entrada nos pone ante los últimos misterios. Con la alegría del triunfo empezamos estos días. Para introducirnos en este clima, antes de la lectura de la Pasión en la misa, unos versículos del salterio combinados con el grito de las multitudes a la entrada de Jesús en Jerusalén, nos llevan a desbordar de gozo aclamando el triunfo sobre la muerte, la ascensión y venida en gloria del Señor.

El Salmo, del que han sido tomadas las palabras que ocupan el centro de la antífona, tiene como trasfondo una fiesta antigua en que probablemente el Arca de la Alianza entraba procesionalmente en el templo y, entre quienes estaban dentro del recinto y los que venían, se entablaba un diálogo litúrgico. Ahora no se trata ni del Arca ni del templo salomónico, sino del Hijo del Dios y del templo celeste. Los gritos de triunfo, al entrar Jesús en la Jerusalén terrestre, anticipan el canto de júbilo por su entronización a la derecha del Padre, por el Sumo y Eterno Sacerdote que entra en el Santuario Celeste.

Pero, al gozo por la entrada, se une además la dicha por la venida: "Bendito el que viene en nombre del Señor" (Sal 118,26). Y, con el Hosanna, no solamente aclamamos, sino que pedimos su venida, pues significa "da la salvación". Sí, ahora, pero que acelere su venida en gloria. El Señor que triunfó de la muerte viene y nos alegramos ya por ello. A quien lleva el nombre que el ángel le indicó a María, Jesús, es decir, El Señor salva, le pedimos aclamándole que muestre en plenitud su nombre, su identidad, que nos de la salvación: ¡Hosanna!

viernes, 26 de marzo de 2010

Un réquiem alemán II

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt 5,4).
Con un comienzo instrumental triste al que se incorpora pausadamente el coro, empieza el opus 45 de Brahms, Ein deutsches Requiem.

Todos los hombres lloran, pero no todas las lágrimas son iguales. Muchos intentan ser consolados o lo buscan por ellos mismos, pero no todos alcanzan el consuelo, sino que permanecen desconsolados. Y quienes reciben algún consuelo por alguna de sus lágrimas, ¿cuánto dura y cuánto abarca el mismo? Estas mínimas reflexiones nos ponen en la pista de a qué se pueda referir Jesús en este conocido versículo de las Bienaventuranzas Sermón de la Montaña. Y siendo parte de una gavilla de dichas, ¿no estarán también relacionadas las unas con las otras? ¿No estaremos hablando de la misma felicidad?

Titulándose Réquiem –aunque más bien, por las razones ya expuestas en la entrada previa de esta serie, sería un oratorio, pese a no tener una trama–, la remisión inmediata es a las lágrimas por la muerte de alguien, normalmente un ser querido. Jesús lloró la muerte de su amigo Lázaro (cf. Jn 11,35)y hacerlo por lo mismo que Él lo hizo es motivo de felicidad incomparable, pues no hay mayor gozo que ser como Jesús. Pero también lloró contemplando Jerusalén (cf. Lc 19,41)y ahí también encontramos incomparable alegría.

El Señor lloró, Dominus flevit. El eternamente feliz, el eternamente pleno, sin sombra de tristeza ni imperfección, se hizo hombre y, como nosotros, lloró. ¿Pero nosotros lloramos como lo hizo Él, por lo que Él lo hizo?

¿Qué es llorar? ¿Qué es consuelo? ¿Y qué la dicha?

lunes, 22 de marzo de 2010

Celibato opcional


Los reprobables casos de pederastia en el clero e instituciones de la Iglesia en Irlanda y Alemania han dado ocasión a los defensores del celibato opcional para volver a las primeras páginas. Indudablemente estos casos dan lugar a análisis desde muchos puntos de vista, no puedo tratar todos. Algo quiero destacar antes de empezar con la cuestión central de la presente glosa a esta realidad; es un problema que cuestiona profundamente no lo esencial de la Iglesia, pero sí el cómo de hecho está en este aquí y ahora y es una ocasión de renovación y reforma serias. Estoy convencido de que el Espíritu Santo está soplando fuerte para que nosotros, secundándolo, saquemos un gran bien. Vayamos a lo que ahora nos interesa.

La expresión que se suele utilizar es la que da título a estas líneas. Pero, claro, cuando se habla de opción hay que preguntarse quién es el que opta. Y aquí está una de las claves, no solamente de esta cuestión concreta, sino también de todo nuestro momento. Se suele dar por supuesto que quien opta es la persona concreta, la que tiene que decidir si quiere ser un sacerdote célibe o no. Mas esto permitidme que lo ponga en duda. Quien opta por el celibato es la Iglesia.

¿Entonces dónde está la libertad del hombre concreto? Aclaremos confusiones. Nuestra cultura –y estamos muy contaminados por ella, nuestras estructuras pastorales son muy permeables– tiende a absolutizar al sujeto individual. La vocación al sacerdocio –perdonadme si caricaturizo un poco– es algo que siente cada quisque, es algo suyo, entre él/ella y Dios, y los demás hemos de respetar su experiencia subjetiva que se convierte en un dato objetivo e incontrovertible para los demás; el siguiente paso es considerar que uno tiene un derecho, en este caso, a ser sacerdote. Y, como quiera que es algo mío, puedo decidir sobre ello, si quiero vivirlo en celibato o no, si durante un tiempo, por siempre, intermitentemente, etc.

¿Es todo el problema este, más que antropocentrismo, ego-centrismo? La vocación tiene evidentemente un componente subjetivo y personal. Hay una llamada –vocación– a la que libremente ha de responder alguien, pero esa llamada está mediada por la Iglesia. Si esto no se da, habrá ciertamente una experiencia subjetiva, pero propiamente no podemos hablar de vocación. Ahora bien, la llamada es a alguien y para algo.

Y aquí viene lo opcional del celibato. ¿A quién se llama? Se suele creer que hay una llamada al sacerdocio y luego, como algo sobrevenido que se puede aceptar con mayor o menor alegría, con mayor o menor resignación, el celibato, no pocas veces entendido como un peaje que hay que pagar. La liturgia es elocuente. Primero se hace la promesa de celibato y posteriormente se ordena al que ya es, en ese momento, célibe. La opción por el celibato es de la Iglesia en cuanto ella decide ordenar solamente célibes en el rito romano.

Evidentemente hay opción por el celibato en el candidato, pues hay una llamada a ser célibe y decide libremente serlo o no. Si no se tiene esa vocación –que como todas hay que discernir, cultivar y formar– es algo temerario aspirar al sacerdocio en el rito romano. Pero la opción no está en si el sacerdocio será en celibato o no, ni siquiera creo que debería consistir simplemente en aceptarlo como una carga impuesta para poder ser sacerdote. Creo que aquí debería de haber una seria reflexión. ¿Tienen los seminaristas vocación al celibato o es un añadido al sacerdocio? ¿La formación está pensada para célibes que son llamados y aspiran al sacerdocio o para aspirantes al sacerdocio que tendrán que ser irremediablemente célibes?

Creo que por aquí deben de ir los tiros. Habrá ciertamente muchas situaciones. Hay personas que han vivido su celibato y luego son llamadas al presbiterado, también quienes ven con claridad la lamada al celibato y sobre ella la del sacerdocio, otros son llamados a un celibato que desde el primer momento está vinculado a la vocación sacerdotal, asimismo hay algunos para quienes lo más evidente es la vocación al ministerio, pero bajo ella tendrá que estar la llamada al celibato. Descubrir esto en el proceso de formación es decisivo. Si no, el celibato será una cuña extraña, una tasa a pagar para poder ser sacerdote.

Otra cuestión será si la Iglesia debe seguir optando en nuestro rito únicamente por célibes o si es oportuno ordenar también a varones casados. Pero lo que no es debatible es si los sacerdotes tienen la opción a ser o no célibes.

domingo, 21 de marzo de 2010

Antífona de comunión C-DV.2/Juan 8,10s

Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno, Señor. Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más (Jn 8,10s).
Quien se acerca a comulgar no ha de estar en pecado mortal, pero con todo es un pecador y siempre va arrastrando, al menos, siete pecadillos al día. Esta situación nos la recuerda Jesús en la Eucaristía. En ella, nos encontramos con la santidad absoluta y, en contraste, nos descubrimos como mujer adultera; ser pecador es ser infiel al único amor.

Este encuentro eucarístico con el Señor nos descubre también que Él es el único juez. Los demás, como mucho, acusan –eso es a lo que se dedica Satán, el Diablo–, pero no pueden condenar. El único que puede tampoco lo hace. Quien comulga se encuentra con su misericordia. Y quien no se acerca, por no poder, al escuchar esta antífona recuerda que ese perdón del misterio pascual lo encuentra en el sacramento de la reconciliación.

Y la Eucaristía es también envío. El camino continúa, hay que seguir adelante. Jesús me dice que no peque más. ¿Y qué es eso? ¿Es vivir solamente evitando determinadas conductas? Únicamente hay una manera de no pecar, que es amando a Dios sobre todas las cosas y en ese mismo amor a los demás. En la Eucaristía, el Amor, amándome, me envía a amar con su amor.

sábado, 20 de marzo de 2010

Antífona de entrada C-DV/ Salmo 43(42),1s

Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector (Sal 43(42),1s).
La antífona de entrada de este domingo de cuaresma nos invita a una actitud de profunda humildad. ¿Solamente porque empezamos con el salmista pidiendo ayuda a Dios? Ciertamente partir de la necesidad de auxilio, del reconocimiento de la incapacidad, tiene que ver con la humildad. Pero no es suficiente. ¿En qué soy débil? ¿Qué pido? ¿En virtud de qué y para qué?

Comienza pidiendo justicia a Dios. ¿Puede pedir el pecador justicia o no tendrá más bien que pedir misericordia? ¿Y en qué sostener la petición? Ciertamente no apoyándome en las obras de la ley, en lo que yo pueda hacer con mis capacidades meramente naturales. Y además el versículo habla de defender la propia causa. ¿Qué causa? ¿Mis planes, mis intereses, mis proyectos, lo que a mí se me antoje?

Solamente cuando por gracia la causa de Jesús, es decir, la voluntad del Padre, la hemos hecho nuestra, entonces mis adversarios, el hombre traidor y malvado, son los mismos que los de Cristo, pues mi vida se ha hecho un estar en la Cruz con Él. Desde ahí puedo pedir a Dios justicia, la que frente al veredicto de los hombres resucitó a Jesús de entre los muertos.

Al comenzar la Eucaristía, estos versículos nos hacen recordar que vamos a celebrar el memorial del misterio pascual del Señor y que entrar en comunión con él es hacernos partícipes de sus padecimientos. Ahí está la radical humildad, estar en la indigencia de Cristo en la Cruz, lo que solamente es posible como don. Pedirle justicia a Dios protector es ponernos en sus manos desde la Cruz del Señor.

Y Jesús murió por quienes lo persiguieron, también, por tanto, por mí, para que yo pudiera estar algún día con Él en la Cruz, muriendo para los perseguidores.

viernes, 19 de marzo de 2010

Un profeta

Un profeta (Un prophète, 2008) de Jacques Audiard nos cuenta el ascenso, desde la cárcel, en el escalafón criminal, de un magrebí que, de no tener nada y ser analfabeto, pasa a ser un capo mafioso, quien controle el entorno. Esta subida inevitablemente nos recuerda a dos Scarface de la historia del cine, el de H. Hawks y el más reciente de B. De Palma. Pero las diferencias con esas películas son también notables, empezando porque la presente no es americana.

De la más antigua a la más reciente, podemos apreciar una evolución de mayor a menor atención a la decadencia del "malo". En la que nos ocupa, el descenso del criminal desaparece y, con él, la moraleja moral que implica; la película no sólo no concluye con el protagonista en la cima, sino incluso da pie a pensar que aún le queda recorrido. Y su maldad... casi es el itinerario de una víctima que consigue dar la vuelta a la tortilla. La derrota es la del mafioso al que logra deponer, pero éste no es el protagonista, Malik (Tahar Rahim).

Junto a esto, nos encontramos con una película en la que hay una mezcla, muy bien lograda, de géneros. Se trata de una obra de ambiente carcelario, de mafia y también con un toque de cine de fenómenos paranormales. Sin embargo, esto no le da profundidad, aunque sí interés. En nuestro caso, la cinta no profundiza en la psicología de los personajes; lo que no quiere decir que sean planos, pero están vistos, ante todo, desde fuera. Es significativa la contestación que le da el capo corso (N. Arestrup) al profeta Malik: cómo se sienta no le interesa.

¿Y por qué el profeta? Malik tiene premoniciones, pero esto no es lo decisivo. Él anticipa acontecimientos y, con su inteligencia, se anticipa a los demás, pero ante todo anticipa un modelo humano, anuncia con su vida un futuro posible. ¿Es la película una premonición de Europa o solamente de algunos aspectos de ella: secularización de los musulmanes o parte de ellos, futuro de violencia social sin paracaídas moral, relevo en el poder? Bueno, si no la habéis visto, aquí os dejo la pregunta para que se la hagáis a la peli, si es que vais a verla.

domingo, 14 de marzo de 2010

Antífona de comunión C-DIV.2/Lucas 15,32

[Ésta es la antífona correspondiente al cuarto domingo de cuaresma cuando se proclaman las lecturas del ciclo C. En este domingo, aunque estemos en el ciclo C, si se celebran los segundos escrutinios hay que leer las del ciclo A. También se pueden proclamar opcionalmente estas lecturas. En estos casos la antífona es otra.]

Deberías alegrarte, hijo, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado (Lc 15,32).
Cuando nos acercamos a comulgar, tenemos motivos sobrados de alegría. Hemos vuelto a la casa del Padre, hay un banquete preparado para mí que celebra mi retorno, los mismos coros de los ángeles amenizan la fiesta y voy a alimentarme de divinidad, del Cordero inmolado.

La alegría no engaña, no puedo forzarme a alegrarme por algo. Si ese es mi bien, me voy a alegrar porque voy a alcanzarlo. No sirve forzar una sonrisa. Si no me alegro, ¿por qué será? ¿Rutina, distracción, desapego, embotamiento de la atención,...? Muchos pueden ser los motivos. En cualquier caso, la ausencia de gozo puede ser una llamada. Acaso lo mejor no sea meterse en una rueda de pensamientos internos, sino tomarlo en consideración y, si aún no soy capaz de obrar sólo ante esta circunstancia, hablar con alguien que me ayude y me pueda enseñar.

Pero la antífona nos lanza más allá de un motivo individualista de alegría. Esa dicha debe de estar unida al gozo de que también para los demás se ha preparado ese banquete. Alegría porque yo no soy el único rescatado. Y, a la par, deseo de que sean cada vez más los que se sienten en torno al altar del Señor.

sábado, 13 de marzo de 2010

Antífona de entrada DC-IV/Isaías 66,10s


Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos (Is 66,10s).
La primera palabra de esta antífona, en su traducción al latín, da nombre a este cuarto domingo de Cuaresma: Laetare. Este comienzo de la celebración así como otros elementos -el uso de las flores, la música, el color rosa si se usa- invitan a los fieles al gozo y la alegría.

Cuando llevamos mediado el camino cuaresmal, la penitencia puede resultar pesada y este toque de alegría es un gesto de ternura de Dios que nos quiere recordar que Él siempre aligera nuestra carga y que la pena no tiene la última palabra, sino la gloria. Claro que, siendo un poco sinceros, esta antífona podría tener para muchos un significado de signo contrario. Si no he hecho penitencia, si no necesito que me la alivie la ternura de Dios, pues no he dado lugar a que pueda parecerme insoportable, esta invitación a la fiesta podría ser un recordatorio para comenzar el camino penitencial demorado en exceso. La penitencia es hermosa, aunque solamente sea porque nos hace palpar nuestra debilidad; ésta es una deliciosa escuela de humildad que despierta nuestro deseo de salvación. Pero vayamos a la antífona.

Isaías nos invita a una alegría por un motivo concreto; la celebración eucarística es fiesta por la salvación. En nuestro caso concreto, teniendo de trasfondo toda la experiencia del destierro babilónico por la infidelidad del pueblo de Israel, la alegría, a la luz de Cristo, es por el rescate de un pueblo que va más allá del retorno a una tierra y el engrandecimiento de está, y es mucho más que el rescate de un nación sola y la reconstrucción y esplendor de una ciudad.

Del misterio pascual, a cuya celebración nos acercamos, forma parte el nacimiento del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, en cuyo embrión inicial está un resto de Israel: la única que ha permanecido siempre fiel, María -la que con plenitud puede ser llamada resto-, los Doce y el pequeño grupo de discípulos. La ciudad destruida por los babilonios encuentra una reconstrucción inesperada. Ha nacido la Iglesia, como nueva Eva, del costado abierto del nuevo Adán dormido con su cabeza recostada sobre el árbol de la Cruz. Un nuevo pueblo de Dios que no nace de la nada, pues es recreación del antiguo sin que éste quede negado y es más dilatado pues se abre a todas las naciones. La redención es de los hombres en todo lo que son, por tanto, también en su dimensión social.

Esto es motivo de inmensa alegría. Nuestro gozo lo es con todo el pueblo de Dios. Y la Eucaristía es el lugar donde con mayor patencia se muestra este pueblo de Dios: nace de la Eucaristía, vive de ella y su vida es celebrarla, pues la vida del hombre está en alabar a Dios, en estar en comunión con Él, en participar de la Cruz del Señor. El consuelo de la Iglesia es la Eucaristía y los que penitentes lloraron por el destierro, no simplemente de Babilonia, sino del Paraíso por el pecado, sacian su hambre de gozo divino en la riqueza de la Iglesia que es la Pascua del Señor.

viernes, 12 de marzo de 2010

Un réquiem alemán I


Los acontecimientos en torno a la llamada ley del aborto y ella misma, confieso que me han afectado profundamente. En medio de este tormento de la cultura de la muerte, me puse a escuchar la obra de J. Brahms (1833-1897) Ein deutsches Requiem que da título a esta entrada; concretamente una versión en la que Ph. Herreweghe dirige la Orchestre des Champs Élysées, La Chapelle Royale, Collegium Vocale y a Ch. Oelze (soprano) y a G. Finley (barítono).

Estamos ante una composición netamente romántica con alguna peculiaridad que la hace singular. Se trata de música religiosa, pero no litúrgica. Hay obras aparentemente litúrgicas ya que musicalizan elementos de alguna celebración, pero que en realidad no lo son, pues no tienen propiamente carácter celebrativo, pues no están al servicio ni de la Palabra ni de la oración, sino que están compuestas para amenizar o hacer agradable una celebración en la que los participantes pasan a ser espectadores pasivos. La obra de Brahms es abiertamente no-litúrgica, pues no musicaliza los textos latinos de la antigua misa de réquiem. Así pues tenemos un réquiem que propiamente no lo es y sumamente personal, pues tanto la música como el libreto son del mismo autor.

Pero es música religiosa. Brahms escogió y ordenó él mismo unos pocos textos bíblicos, desde su traducción luterana, a partir de los cuales realiza una meditación sonora sobre la muerte que, por su contenido textual, puede ser escuchada como una meditación cristiana. Si bien explícitamente falte lo fundamental, como le señaló al propio Brahms el director Reinthaler: "Pero falta lo central en torno a lo cual, en la conciencia hcristiana, gira todo, que es la muerte redentora del Señor. Pablo dice: 'Si Cristo no ha resucitado, entonces vuestra fe es vana'".

Pero este silencio -ni Jesús ni Cristo son mentados- acaso lo haga brillar por su ausencia y despierte el anhelo de Él. ¿Estamos ante la luz sonora de un atardecer o será la de un amanecer? Por otra parte, me parece muy apropiado para nuestro tiempo. Vivimos en medio de una cultura que es como una ulcera que se auto-devora y en la que el rostro de Cristo está en penumbra. ¿Es la del Sol que muere en el ocaso o la del que se anuncia en Levante?

Supongo que ya os imagináis, tras haber leído pacientemente los comentarios a El Mesías de Händel, lo que voy a hacer a continuación. Sí, no os habéis equivocado. Mientras lo escuchaba en ese clima de dolor que os comentaba, me vino el irlo encentando y dando como pan para vosotros. No me fijaré directamente en la música, aunque no la ignoraré; lo importante serán los pasajes bíblicos, sin un plan fijo pensado de antemano, sino, como D. Quijote, saliendo a la aventura de lo que nos encontremos por el camino.

Dos posibilidades se abren ante nosotros: bien la tarea del arqueólogo bien la del recreador. Esto es, intentar decir lo que le decía o creía el compositor que él decía o, por el contrario, centrarse en lo que está diciendo. Optaré por la segunda posibilidad. Una obra de arte cuanto más lo es más riqueza abre, más posibilidades ofrece allende su actualidad. Si además lo que tenemos entre manos es un libreto a base de una ordenada selección de textos bíblicos, con más razón, pues la de Dios es palabra viva y creadora.
Lo que no se puede es construir sin realizar. De aquí la inevitable consecuencia de que lo real, cuando está postuladamente realizado, a pesar de estarlo según conceptos o fictos o perceptos determinados, sin embargo una vez realizado tenga (...) más notas propias que las que están incluidas formalmente en los conceptos, en los fictos y en los perceptos (X. Zubiri).
Escuchemos Un réquiem alemán como quien oye desperezarse el campo al amanecer.

Un Vía Crucis

Aquí tenéis meditadas con textos paulinos las estaciones del Vía Crucis. Espero que os ayuden en vuestra oración.

lunes, 8 de marzo de 2010

La cinta blanca

La cinta blanca (Das Weiße Band - Eine deutsche Kindergeschichte, 2009) de Michael Haneke es, en todos los sentidos, mejor película que la ya comentada En tierra hostil, pese a que ésta haya sido la gran triunfadora de los premios Oscar. Es un trabajo meritorio tanto en la forma como en el contenido. Solamente por los interiores nocturnos, la ambientación, los decorados, detalles de interpretación,... merece la pena verla. Pero además es una película, como queda de manifiesto desde el principio, que trata de ser una indagación sobre las raíces del horror nazi. Hay cuestiones indudablemente discutibles, pero la seriedad del planteamiento contrasta grandemente con los tópicos, superficialidad, zafiedad, etc. del mayoritario cine español actual a la hora de mirar el pasado.

Un pueblo de religión luterana y distintos episodios de su historia inmediatamente anterior a la I Guerra Mundial se convierten en metáfora para preguntarse cómo pudo ser posible el horror posterior. Se trata de una película muy coral, en la estela de Manhattan Transfer de John Dos Passos. En ella, aparecen distintos episodios, muy truculentos, que van dibujando dos generaciones. La que entonces estaba en su madurez y la de los hijos que la tendrán en la época del esplendor nacional-socialista.

Dos elementos creo que hay que destacar: la pureza y la violencia. Esos adolescentes aprenden estas dos. La pureza es una palabra muy significativa en la filosofía alemana de la modernidad. Pero una pureza que se alcanza por abstracción, por sustracción de lo malo, una pureza, por tanto, negativa, a base de eliminar lo malo y no de acrecentar lo bueno. Y todo ello aprendido en un clima de violencia y crueldad bajo capa de una gran formalidad y una gran cultura, como se deja ver en la presencia de la música. La cinta blanca es el símbolo de esa pureza que, a la par, es un castigo. Todo esto con una imagen de Dios que queda magníficamente expresada en la escena del niño que camina en la barandilla del puente; si no se cae, piensa, es señal de que Dios no quiere que se muera, que está bien, por tanto, lo que hace.

¿Quién ha cometido las atrocidades que han tenido lugar en el pueblo? Se deja caer la sospecha de que han sido los niños, pero queda en la ambigüedad. Años después ocurrieron cosas terribles en Europa; nadie parecía tener la culpa

La Gran Guerra romperá la confianza en Dios que era lo que hacía llevadera aquella situación y, entonces, ya no merecerá la pena la vida. Los episodios se irán desencadenando. Pero esto está más allá de la película. Al terminarla de ver son muchas las cuestiones que sugiera este trabajo, apenas he tocado algo –el fin de la nobleza rural, el lujurioso doctor y el drama de la familia obrera, merecerían unas líneas–. Solamente una pregunta inquietante, al menos para mí: ¿Qué generación estamos haciendo, en vez de con la extrema severidad y el ideal de pureza, con la laxitud y el ideal de impureza?

domingo, 7 de marzo de 2010

Antífona de comunión DC-III.1/Jn 4,13s


[Comento la antífona de comunión para cuando se lee el evangelio de la Samaritana (ciclo A). Aquí tenéis la glosa a la correspondiente a la misa en que se proclamen las del presente ciclo]
El que beba del agua que yo le daré –dice el Señor–, el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,13s).
Al acercarnos a comulgar, vamos hacia un don que es donador. De sí mismo, pues es Él mismo quien se nos da a comer. Pero Jesús desvela algo más, es donador de sí pero lo es también del Espíritu Santo.

Más adelante, después del paso de la Samaritana, en el mismo evangelio, Jesús, en el contexto de la fiesta de las cabañas, dice: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Jn 7,37). En esta celebración en que se conmemoraba el Éxodo, el camino por el desierto hacia la tierra prometida, cuando Jesús pronuncia estas palabras, resuena el encuentro con la mujer junto al pozo, en el que le dice que le pida de beber a Él el agua viva. Dos símbolos destacan en esa fiesta de peregrinación judía: la luz y el agua. Jesús dirá de sí mismo que es la luz, pero no que sea el agua. Este símbolo remite al Espíritu: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él" (Jn 7,39).

Jesús le dice a la Samaritana que le pida el agua que no se consume porque da vida eterna. Un agua que sacia y que no hay que sacarla con esfuerzo de brazos. Basta con acercarse al brocal del costado abierto de Cristo y pedirle humildemente que nos dé a beber esa agua viva, esa agua que, por ser más que nosotros, no la reducimos a nosotros al asimilarla en nuestro organismo ni se agota con el esfuerzo o el calor, sino que nos lleva más allá de nosotros hasta la vida eterna.

La comunión es momento privilegiado para pedir esa agua. Al comulgar pidamos junto a la sangre el agua. No hace falta buscar más, Cristo es la roca, en nuestro camino desde el Egipto de nuestros pecados hasta la tierra prometida del cielo, de la cual mana el agua (cf. 1Cor 10,1-4). El alma sedienta de Dios vivo, se sacia con el Espíritu.

sábado, 6 de marzo de 2010

Antífona de entrada DC-III.1/Sal 25(24),15s


Tengo los ojos puestos en el Señor, porque Él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido (Sal 25(24),15s).
La preparación a la celebración dominical del misterio pascual nos aparece en esta antífona como un disponerse a un cruce de miradas; se trata de un encuentro contemplativo.

Nos disponemos a fondo a la celebración de la Eucaristía poniendo nuestra atención en Dios, lo cual supone la purificación de todo afecto desordenado, no simplemente estar en gracia. Esto último es el presupuesto de aquello e imprescindible para la comunión. Pero no nos debería de bastar. Nuestra vida debería de estar en tensión hacia ese tener la mirada puesta puramente en el Señor.

Esto ciertamente requiere un ejercicio intenso, determinado y constante de nuestra parte. Pero, si tengo puesta fija la mirada en Él, es porque ha sacado mi pie de la red. Así es, estamos atados a aquello a lo que está apegado nuestro corazón y para quitar de ahí nuestra mirada y ponerla en Dios precisamos que Él nos libere. Nos da la gracia para que, fortalecidos con ella, apartemos nuestra atención de lo que no es Dios y la posemos únicamente en Él. Esa pureza de atención la necesitamos para oír su Palabra con plenitud y mirarle con limpia fe en el sacramento. Hay momentos en que nos regala el estar así, como dándonos a saborear aquello a lo que debemos tender, pero el hábito espiritual es fruto de camino de fidelidad a la gracia.

Mas el que por gracia el verdadero discípulo tenga su atención en Dios no le da derecho a que Dios lo mire. ¡Cuántos santos con ese hábito espiritual de la atención purificada y puesta en lo infinito, con la elevatio mentis in Deum como si fuera el aire de su respiración no tienen sino tinieblas! ¡Cuantos son regalados, sin tener criatura en que ya hallar consuelo, con la soledad, la aflicción y la oscuridad! Sí, míranos Señor, y aunque no andemos en esas alturas espirituales, posa en nosotros tus ojos para que aprendamos a mirarte.

jueves, 4 de marzo de 2010

Ocurrió

Aquí podéis descargaros el texto de la llamada ley del aborto. Creo que es de interés leerla con detención. Hay mucho más que aborto, aunque evidentemente esto sea lo peor. Sugiero que los padres y profesionales de la enseñanza se fijen en lo que dice de la educación sexual. Los contribuyentes y los cotizantes de la Seguridad Social algo tendrán que decir, por ejemplo, en lo de la no discriminación en el acceso a determinados servicios sanitarios, etc. Una vez sancionada y promulgada, el cinco de julio entrará en vigor, pero, a efectos penales, podría decirse que ya es así en los parámetros que marca. ¿Por qué? Porque las leyes penales que benefician tienen carácter retroactivo.

Pese a las movilizaciones, a lo que muchos han hecho, etc., casi sin dejarse sentir ha ocurrido. Es un momento muy triste y doloroso. Una sociedad que tolera estas aberraciones está profundamente enferma. Poco cabe decir hoy, el asunto invita al silencio, pero no para la pasividad, sino para orar y tomar resuello de cara al futuro. ¿Es esto irreversible? Pocas esperanzas tengo de que a corto plazo una mayoría parlamentaria la derogue. ¿Hay que ser pesimistas? No. Sencillamente esto es una tarea a largo plazo, pues supone que cambien los contravalores socialmente admitidos que hacen que esto sea posible. Tal vez podríamos empezar por preguntarnos qué decisiones mías, en cosas aparentemente nimias, puedan estar reforzando la mentalidad socialmente vigente. Y, por supuesto, no quedarnos ahí, sino cambiar uno mismo y ayudar a cambiar. Y no olvidarnos del presente, de los casos concretos de nuestro hoy. No hay que esperar a que cambie la sociedad para hacer cosas concretas y ayudar a personas concretas. Sólo por una merece la pena.

Ánimo y adelante.

lunes, 1 de marzo de 2010

En tierra hostil


En tierra hostil (The Hurt Locker) (2008) de Kathryn Bigelow es una película bélica que se encuentra en transición entre un modo de tratar el género desde la duda sobre uno mismo, la autoculpabilidad, lo morboso psicológico,... a la épica en la que el héroe aparece dibujado con perfiles nítidos.

En lo uno, podemos inscribir la referencia inicial y final, en que queda inscrita la cinta, a la adicción a la adrenalina del combate, así como algunos tópicos que se vienen arrastrando desde el Vietnam. Pero esto creo que es engañoso y desdibuja algo el resultado final. El guerrero no es un santo normalmente y además le suele gustar la guerra. En lo otro, está lo sustancioso de este trabajo y lo que, a mi parecer, merece la pena. La transición creo que la marca muy bien el paso de la cámara subjetiva de un robot al comienzo y los planos en cámara objetiva, al final de la película, sobre la mirada y el paso firme del sargento artificiero.

El director presenta una línea argumental sencilla. Distintas acciones de un pequeño equipo de artilleros mostradas sucesivamente, con algún elemento trasversal a la historia, sirven para dibujarnos los distintos personajes y, en ellos, poner un espejo de algunas patologías de nuestro proceder. Frente a la hiperreflexión de un hombre racionalista encerrado sobre sí mismo y la reducción de la obra buena a la que no tenga defectos; frente a la atomización de todo por la falsa creencia en que la libertad se amplia con la multiplicación cuantitativa de las ofertas; frente al miedo por evitar el error y la pérdida del relieve de lo bueno por buscar que no haya fallos; se va levantando el perfil de un guerrero que toma decisiones, que tiene claro el objetivo y va a por él.

¿Es un temerario el sargento James (Jeremy Renner)? Alguien que ha sobrevivido a la desactivación de casi 900 artefactos explosivos no lo puede ser; a un temerario, a no mucho tardar, se le acaba la suerte. Sí, será adicto al peligro, su vida privada dejará mucho que desear, etc. pero es capaz de tomar decisiones por no perderse por las ramas, por no andar pendiente de evitar el erro, por saber qué es lo importante.

De quien tiene el mando se espera que mande y se necesita que lo haga; es preferible equivocarse antes que caer en la parálisis de quien evita el error. Quien lidera algo necesita ver la realidad en relieve axiológico y, distinguiendo lo que es importante de lo secundario, estar afianzado para decidir. Ahí está tal vez una de las claves que marcan los tipos de liderazgo; en qué o en Quién se apoyan y si esto es o no lo que también establece la jerarquía valorativa del mundo.

Pese a algunas debilidades del guión, algunos topiquillos, etc. es una película que merece la pena ver, no sólo para pasar un rato con cine de acción, sino también si se quiere pensar algo.