miércoles, 28 de abril de 2010

Una ecuación con tres incógnitas


[Una entrada del blog Siete en familia dio lugar a que hiciera un comentario que luego publiqué como entrada, lo que trajo una serie de preguntas nada inconvenientes de Mrs. Wells que trato de contestar]

Parafraseando a V. E. Frankl, diría que estamos ante una ecuación de tres incógnitas; una de ellas es Dios, la otra la persona digamos discente (x) y la otra la docente (y). La mayor incógnita es Dios, pues pese a no ser voluble, sino siempre fiel a sí mismo, es misterio absolutamente libre; cómo quiera actuar y lo haga es siempre para nosotros sorprendentemente maravilloso e inmensamente desbordante para cualquier comprensión.

Al tener tres en juego, nos encontramos también con una gran variedad de lenguajes. Dios le dice algo a x, que habla con y, el cual le contesta, lo que lleva a x a decir a Dios; pero y, a su vez, también habla con Dios. El decir puede ser muy variado, por hechos y palabras. En el caso de Dios, están también las mociones espirituales, que pueden ser interferidas por un intruso en la conversación; digamos -s, el malo de esta película. De ahí la importancia que tiene en el camino espiritual aprender a discernir cuál sea el lenguaje de Dios; el verdadero maestro lo conoce por experiencia y lo sabe enseñar. Las tentaciones más sutiles son las más peligrosas y el riesgo de caer está siempre ahí presente; aunque el crecimiento en la virtud haga que las probabilidades disminuyan, éstas no desaparecen del todo nunca.

Quién y cómo tenga que ser y depende de la situación en que se encuentre x. En éste, hay dos elementos a tomar en consideración: sus características personales y dónde esté en su camino espiritual. Esto último es lo más decisivo y nos definirá, en un primer momento, la otra incógnita, es decir, y.

Hablamos un tanto promiscua e indiscernidamente de director espiritual o, si preferís, de modo genérico. Pero habría que distinguir y especificar un poco.

La persona que acaba de estrenar su conversión, bien sea tras un período de alejamiento de la fe, bien tras años de vivencia casi en hibernación de la misma o con una deficiente iniciación cristiana, más que un director espiritual lo que necesita es un catequista y realizar, con otros catecúmenos, el catecumenado de adultos. Éste entendido en el sentido pleno de la palabra, aunque habrá muchas veces que haya que conformarse con algún sucedáneo. Dicho esto último no peyorativamente; en una situación de carencias, a falta de café, la malta se saborea con gusto.

Una vez concluido este tramo del camino, lo propio será tener un confesor, si es que todavía el combate central está situado en la consolidación del primer grado de humildad o no se haya dado aún la llamada a caminar hacia el segundo grado de humildad. Es decir, el paso de la meditación a la contemplación, el camino hacia la apatheia. Entonces es cuando se precisa lo que, con propiedad y en sentido estricto, habría que llamar director espiritual.

Distinto al confesor, que, además de sus funciones sacramentales, se centra en el afianzamiento en la gracia habitual y aconseja en el plano moral, y del director espiritual, cuya misión principal está en la educación de la atención interior, del discernimiento de las mociones espirituales y el adiestramiento en la guerra invisible contra los logismoi, es lo que podríamos llamar el consejero. Es decir, alguien a quién permanente o esporádicamente pedir consejo en cuestiones puntuales sobre los más diversos asuntos. Por ejemplo, esta entrada.

Al catequista se lo suelen asignar a uno, el confesor y el director espiritual lo elige uno. Para todo siempre es necesario pedir luz a Dios para dar con el más adecuado para uno, es decir, el que Él quiera. Pero el director acepta. El director, en el sentido que estoy aquí empleando, probará al candidato, para ver si está o no en la situación indicada, si Dios lo está llamando de verdad a ir por ahí o es un engaño en el que está x.

Por último, decir que hay veces que lo aconsejable es una psicoterapia. En esto y tiene que ser humilde y darse cuenta de que no es su competencia. Pero que x necesite un psicólogo, no quiere decir que tenga que prescindir de y. La cura médica no es incompatíble con la cura espiritual.

Si después de esto a alguien no le queda algo claro, habremos avanzado algo. Si a alguien le han surgido más preguntas, habremos aprovechado el tiempo. Y si alguien no está de acuerdo, que nos preste su mejor criterio. Todo esto dicho y hecho esperando que el lector tenga sentido del humor, que es donde se ve si alguien tiene más sentido de la analogía que de la cuadrícula.

Que Dios bendiga vuestra inmensa paciencia para conmigo.

domingo, 25 de abril de 2010

Alicia en el País de las Maravillas

Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) de Tim Burton no es ni mucho menos lo que, por el imaginario de otras películas, pueda esperar el espectador medio, aunque, eso sí, responde al quehacer del director. Lo cual comporta, entre otras cosas, que es un trabajo técnicamente bien hecho. Pero las obras de cualquier arte, además de los aspectos formales, tienen también un contenido. Centrémonos someramente en ello.

¿Es fiel a la obra de Lewis Carroll? Ésta podría ser una pregunta a resolver. No me parece la más determinante, pues el espectador no tiene por qué haberla leído. Con independencia de ello, la película es un micro-universo de sentido que dice algo. Dejemos, por tanto, esto. No obstante señalemos que uno de los elementos de la obra del clérigo anglicano que combina, no con demasiada fortuna, con Alicia y tiene un papel importante es el poema Jabberwocky. En él, se dice: "He took his vorpal sword in hand". Vamos que quien blande la espada contra el monstruo que da nombre a los versos es él, es decir, un paladín.

La película nos presenta a una Alicia, ya mayorcita y convertida en un símbolo precoz de feminismo, que se tiene que enfrentar a una proposición de matrimonio de conveniencia. La bajada al mundo subterráneo, al de las maravillas, da lugar para reflexionar sobre la realidad de los entes de ficción o la ficción de los entes reales; pero, sobre todo, tiene, a mi parecer, un significado freudiano. La chica se enfrenta a sus monstruos, que son los de toda una cultura a la que hay que dar la vuelta, y, convertida de hembra sumisa en campeón con armadura –esto creo que hará las delicias de las aídos–, decapita al malo. Homeopáticamente bebe de la sangre del monstruo vencido, lo que le permite volver al mundo de la superficie, aunque hubiera podido elegir permanecer en el inframundo. De vuelta, es ya capaz de decir que no a un mundo y a una sociedad asaz reduccionistamente dibujada y lanzarse, cual intrépida (¿0 intrépido?) comerciante a la conquista de China.

Este parece nuestro futuro. Una vez psicoanáliticamente sanados, podemos superar una cultura del pasado y enfrentar un comercial futuro en el que las mujeres puedan vivir varonilmente. Por cierto, fijaros en la reina blanca y ya me comentaréis si está o no en ella, pese a ser teóricamente buena, ridiculizada la moral que decide no matar.

Si la veis en DVD, haced la prueba de verla sin la parte inicial y final del mundo de la superficie. Seguramente ganará, pues son esos trozos los que le dan una determinada significación. Con otro contexto, puede ser aceptable.

sábado, 24 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PIV/Salmo 33 (32),5s

La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra del Señor hizo el cielo. Aleluya (Sal 33 (32),5s).
Al comenzar la celebración, cuando resuena esta antífona, estamos normalmente reunidos en un templo, que no es un simple lugar para ejercer el derecho de reunión, sino que es lugar de culto, que significa y manifiesta lo que es la misma Iglesia. Lo importante no son los materiales de construcción, sino los fieles que somos piedras vivas para "la construcción de un edificio espiritual" (1 Pe 2,4s). El templo material visualiza ese templo vivo de Dios que somos los creyentes (cf. 2 Cor 6,16).

Además, ayuda a hacer perceptible el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. De modo que, así como de su costado abierto en la Cruz manó la salvación para todos (cf. Jn 19,34), así la puerta, abierta tras la celebración, debería ser nuevo cumplimiento de la profecía de Ezequiel y nosotros, derramados por las calles, llevar la vida a las aguas de este mundo salobres por el pecado (cf. Ez 47,1-12).

Y también el templo es un signo escatológico. Cuando entramos en él para la celebración eucarística, estamos anticipando nuestro ingreso en el santuario celeste para participar eternamente en su liturgia. Nuestra entrada en el templo es imagen de nuestra vuelta definitiva a la casa del Padre.

Ahora bien, el culto "en espíritu y verdad" (Jn 4,24) no está ligado a ningún lugar en concreto, pero como no somos ángeles, sino criaturas corpóreas, siempre tiene que ser en algún lugar. En muchos países, los cristianos tienen que vivir su fe y, por tanto, sus celebraciones clandestinamente. Pero tanto los que podemos celebrar abiertamente en un templo como los que no pueden lo hacemos sobre una tierra que está llena de la misericordia divina y bajo un techo, el cielo, obra de su palabra. No hay propiamente ningún lugar profano, todo el universo es el solar de ese templo que somos los creyentes.

[Aquí tenéis un comentario a la antífona de comunión de este domingo]

viernes, 23 de abril de 2010

La vía del guerrero


"Vamos a instituir una escuela del servicio divino". S. Benito, en su latín, utiliza la palabra schola. Ésta puede significar lugar de entrenamiento, especialmente el lugar donde los legionarios del emperador se preparan para entrar en combate. Ésta era la idea de los maestros espirituales del monacato primitivo.

Los padres del desierto personalmente, a quien se acercaba a ellos, les enseñaban la vía del guerrero; de modo que, bien adiestrados en el combate interior, habiendo ya madurado, "sólo con su mano y su brazo, se bastan con el auxilio de Dios para combatir contra los vicios de la carne y de los pensamientos".

El verdadero maestro lleva en sí mismo las heridas de sus largos combates y el aura de la corona de las victorias que, con la ayuda divina, ha obtenido. El verdadero maestro es un guerrero y sabe enseñar personalmente a su discípulo, en quien ve con gran misericordia la debilidad e impericia que él mismo tuvo. Por eso dice S. Benito:
Al organizarla, esperamos no tener que establecer nada áspero, nada oneroso. Pero si alguna vez, requiriéndolo una razón justa, debiera disponerse algo un tanto más severamente con el fin de corregir los vicios o mantener la caridad, no abandones enseguida, sobrecogido de temor, el camino de la salvación, que al principio debe ser forzosamente estrecho. Sin embargo, con el progreso […] en la fe, ensanchado el corazón, con la inefable dulzura del amor, se corre por el camino de los mandamientos de Dios.

Concluyamos con un hermoso apotegma.
Contaban del abba Juan Colobós que, tras retirarse a Escete junto a un anciano de la Tebaida, vivió en el desierto. Su abba, habiendo tomado un leño seco, lo plantó y le dijo que lo regara todos los días con un cubo de agua, hasta que diera fruto. El agua estaba tan lejos que debía partir por la noche para estar de regreso por la mañana. Pasados tres años el tronco empezó a vivir y a dar frutos. El anciano lo cogió y lo llevó a los hermanos reunidos, diciendo: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".
El maestro toma el leño estéril por la soberbia, que es su discípulo, y lo planta en la tierra, en el humus, es decir, lo lleva a la verdad de la humildad. Y el discípulo por la obediencia, a través de la noche de los sentidos y de las potencias del alma, con el don de las lágrimas, que por su obediencia y humildad alcanza del cielo, lleva a la fertilidad su esterilidad y da frutos de vida eterna. Se ha eucaristizado y convertido en alimento para los demás.

[Originalmente fue un comentario que hice ayer en el blog Siete en familia]

domingo, 18 de abril de 2010

Antífona de comunión P-DIII.C/cf. Juan 21,12s

Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos, comed". Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya (cf. Jn 21,12s).
Jesús con su nuda presencia nos invita a comerlo. Y lo hace atrayéndonos hacia sí. Esta invitación es posible porque tenemos apetito de divinidad. Somos creados para la divinización y mientras no saciamos ese hambre tenemos vivo ese deseo. Dios creador nos llama a la deificación y el Hijo en cada celebración nos invita a comerlo, a saciar con Él ese hambre mientras caminamos hacia la culminación de nuestra divinización en la patria del cielo contemplando a Dios.

Esta invitación, para unos, será a comulgar ese mismo día. Para otros, lo será a confesar para poder comulgar. Pero a todos nos anima y atrae hacia sí. Ni comulgaríamos ni nos confesaríamos si no nos diera Él el deseo de sí.

Mas no sólo nos anima a comer, también es Él quien nos da de comer. Por ministerio del sacerdote es Jesús quien nos alimenta. Por eso, el sacerdote no recibe, sino que toma la hostia; por eso, quien comulga con la mano debe recibirla sobre la palma de la mano y no tomarla directamente.

Así S. Cirilo de Jerusalén, en el s. IV, enseñaba a sus feligreses.
Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no te acerques con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén.

sábado, 17 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PIII/Salmo 66(65),1s


Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya (Sal 66(65),1s).
La Eucaristía es el lugar privilegiado para la alabanza divina. Una celebración en que los fieles no solamente se unen a la liturgia celeste en la glorificación de Dios, sino que lo es también en unión con toda la creación. Esto se ve en distintos signos y símbolos en los que se hacen presentes diferentes elementos de la creación modelados culturalmente; naturaleza e historia alaban a Dios: las flores, la cera de las velas, el agua, el pan, el vino, el incienso, las telas, los materiales de construcción, etc.

Un elemento muy importante es el sonido que se hace canto de oración: "Recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor" (Ef 5,19).

Un canto que debe estar vinculado a la acción litúrgica, por ello, no es una amenización de la celebración, sino oración de quienes participan en ella conforme al papel que le corresponde a cada uno; lo propio de los ministros, es de ellos y lo del resto de la asamblea, debe ser cantado por ella. Ha de ser un canto bello, lo que no quiere decir que sea complicado o difícil. Y ha de ser conforme a lo que se celebra; hay música hermosa que no corresponde a la solemnidad y reverencia de la liturgia.

Y un canto con una letra adecuada. Cuando se trata de los textos eucológicos, se ha de respetar su literalidad, lo mismo que cuando se canta el salmo responsorial, etc. Cuando hay lugar a la composición libre de los mismos "los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún, deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas" (SC 121).

Y claro, hay que cantar. ¿Por qué cantamos tan poco? ¿Por qué la música de la misa es con excesiva frecuencia tan pobre e incluso mala? ¿Por qué cantamos con tan poca alegría? Nuestras celebraciones son expresión de nuestra fe, de la riqueza de la misma o de lo necesitada que esté de purificación, crecimiento y maduración.
El que canta ora dos veces (S. Agustín).

viernes, 16 de abril de 2010

Un réquiem alemán VI

Y nosotros también lloramos; no somos ángeles. Pero nuestras lágrimas son distintas de las de Cristo y de las de la Virgen. No solamente porque en ellos no había lágrimas de las que no tienen dicha eterna, sino porque las bienaventuradas eran solamente en ellos de una manera.

Los antiguos monjes tenían como uno de los mayores dones del cielo el de lágrimas y pedían día y noche que Dios se lo concediera. Como Aksá pidió a Caleb, su padre, que le diera con qué regar su tierra, pues había dado a su hija una de secano, árida, situada al Sol de mediodía.
Cuando iba a casa de su marido, éste la movió a que pidiera a su padre un campo; ella se apeó del asno y Caleb le preguntó: "¿Qué quieres?". Ella respondió: "Hazme un regalo; ya que me has dado una tierra meridional, dame manantiales de agua". Y él le dio las fuentes de arriba y las fuentes de abajo (irriguum superius et inferius) (Jos 15,18s).
Así, el alma enamorada, cuando ya va avanzando a casa de su esposo, pues aún no se ha cumplido en ella lo que dice el Cantar: "El Rey me ha introducido en sus mansiones" (Cant. 1,4). Éste la mueve a pedir al Padre más alta oración. No es bastante con regar la tierra a fuerza de brazos. Este descubrimiento de lo pobre de su tarea la lleva a mayor humildad. Aunque camina en un asno, animal humilde frente al bélico caballo, se baja de él. Y no exige, sino que pide un regalo.

Pero no ruega que le cambien de tierra, pues pedir un campo no es dejar de ser ella. Ha comprendido el deseo que el Amado ha puesto en su corazón. Pedir un campo es pedir ser regada para que el desierto llegue a ser fértil huerto.

(Continuará)

jueves, 15 de abril de 2010

Falibles, erradores y erreros

Sólo Dios es infalible. Todos los demás cometemos errores. Ni siquiera el Papa lo es, aunque goze de infalibilidad cuando proclame, por un acto definitivo, la doctrina sobre fe o moral (cf. CEC 891). Benedicto XVI, gran aficionado a la música, cuando interpreta alguna partitura al piano, se puede equivocar en la ejecución. Errar es algo muy humano.

Y también muy hermoso. Sin embargo, con frecuencia esto nos saca de nuestras casillas, nos despierta la ira, la tristeza, la desgana,... Ciertamente fruto de nuestra soberbia salpimentada con una educación perfeccionista, que no perfeccionante. Hemos de procurar hacer las cosas lo mejor posible, lo que no quiere decir que tengamos la pretensión de hacerlas "perfectas". Si así resulta al final, bienvenido sea y alabado sea Dios.

Los errores no nos deben quitar la paz. Errar no es lo mismo que hacer algo mal a sabiendas. Errar es expresión de nuestra limitación como seres humanos y, por eso, es algo hermoso. Los fallos nos recuerdan que solamente somos hombres y no dioses. Por eso, ante los errores, primero que rectificar en la medida que nos sea posible, debemos de darle gracias a Dios por ellos, pues son una ayuda para salir de nuestra soberbia y aprender humildad, que es aprender a ser hombres.

La perfección no está en hacer las cosas impolutamente ajustadas a un modelo previo. El evangelio, no lo olvidemos, cuando nos habla de ser perfectos como nuestro Padre celestial lo es, no lo dice en un contexto de cuadrícula obsesivo-compulsiva, sino al hablar del amor a los enemigos (cf. Mt 5,43-48).

Para hacer algo sin defectos, no solamente necesitamos gran pericia, sino que se den unas determinadas circunstancias que escapan a nuestro control. Si hacer algo inmaculado es difícil, hacerlo todo así es imposible. Es mucho más fácil, aunque exceda a nuestra capacidad, amar a los enemigos, porque para ello solamente necesitamos humildad para acoger la gracia divina y obrar conforme a ella. Amar a los enemigos es también un imposible, pero de otro orden.

Si eres un esclavo del perfeccionismo, levántate por la mañana dándole gracias a Dios porque te da un nuevo día en el que errarás, en el que puedes ser hombre.

Por cierto, si quienes se dedican a herrar son herradores o herreros, el que yerra, errador o errero. Vamos que el mundo es una errería en la que Dios fue carpintero.

domingo, 11 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PII.2/4 Esdras 2,36s

Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios, que os ha llamado al reino celestial. Aleluya (4 Esd 2,36s).
Esta otra antífona de entrada de este domingo está tomada de la literatura intertestamentaria. Son pocos los casos en que las antífonas no estén tomadas de la Sagrada Escritura, uno de ellos es éste.

Nos pone en disposición hacia lo que es la Eucaristía. Asistir a ella es responder a la llamada al reino celestial, es vivirlo ya en esta vida, es estar en la gloria divina, por tanto, momento celebrativo y de alegría y lugar para la acción de gracias y la alabanza.

Dios quiere que seamos felices, que vivamos alegres, pero la alegría no es una finalidad directa, sino que es emanación de la que sí lo es. Dios nos ha creada para la divinización, es decir, nos llama a ella. Por eso, el mandamiento principal es el amor. Dios es amor y lo divino es amar. Estamos llamados al amor porque nuestra vocación es la filiación divina. Y, cuando esto es real en nuestra vida, entonces somos felices.

Todo lo cual es posible en la gloria de Cristo resucitado. Esa es nuestra gloria y, por ello, donde nuestra alegría es plena, donde los discípulos se llenan de dicha (cf. Jn 20,20). Y como tanto la llamada como la respuesta y realización de ella son un don de Dios, la alegría verdadera es pareja a la acción de gracias. Lo que nos trae la alegría no lo podemos conquistar, sino que se nos da para que vivamos la vida recibida.

"Hay más dicha en dar que en recibir" (Hch 20,35). Le damos a Él nuestra miseria y nos da su divinidad.

[Aquí tenéis un comentario a la Antífona de comunión]

sábado, 10 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PII.1/1 Pedro 2,2

Como el niño recien nacido ansiad la leche auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya (1 Pe 2,2).
La primera epístola de San Pedro, de donde está tomada la presente antífona, es, al parecer de numerosos especialistas, una homilía pascual dirigida a recién bautizados. Esto nos sitúa claramente en el ambiente bautismal de la Pascua. Para unos, la primera que celebran como Hijos de Dios, para la mayoría, un paso más antes del cielo.

Con este deseo debemos participar no solamente en esta celebración, sino en todas. Como niños recien nacidos que duermen confiados en brazos de su madre esperandolo todo de ella, así nosotros debemos esperarlo todo de Dios. El deseo del buen alimento para crecer y madurar, en nuestro caso, lo es para crecer y madurar la fe recibida en la pila bautismal.

Pero no cualquier alimento, sino la verdadera doctrina, la Palabra de Dios y su Cuerpo y Sangre. Y esto solamente lo recibimos de Él ; por ello, como quien está ante Él, así debemos desear, con humildad y esperanza.

jueves, 8 de abril de 2010

Un réquiem alemán V

María también llora. No es un ángel. Es también hombre, por ser mujer, aunque no sea varón. Simeón le dijo que una espada le atravesaría el alma (cf. Lc 2,35). María es la gran bienaventurada, la gran dichosa; en ella, podemos ver todas las bienaventuranzas, porque es el mejor retrato de Cristo. También la del consuelo del llanto.

En la muerte de su Hijo, están los sufrimientos de Él, sus dolores. Por lo que llora Jesús, llora María. La dicha de Jesús es la gloria del Padre y la salvación de los hombre y es también la de ella. Porque qué mayor felicidad para una madre que la de un hijo y qué mayor dolor que sus dolores. En María más, porque su Hijo es con absoluta plenitud Hijo, pues es desde la eternidad Hijo del Padre, su filiación es divinamente pura. Pero además es el creador de su Madre y la ha elegido desde la eternidad como tal. Y ella, por ser su Hijo más Hijo, es más Madre que ninguna otra: es la Madre.

Y, porque así llora, recibe el consuelo de la Resurrección de Jesús. Y por ello también llora... de dicha. Su gloria la desborda y esta sobreabundancia de plenitud se muestra en lágrimas. Porque María no es un ángel y los hombres, hasta lo más celestial, lo vivimos corporalmente. Esas lágrimas de gozo por la Resurrección son un anticipo de la gloria de su cuerpo, de su Asunción.

Y esas lágrimas por el consuelo del domingo de Pascua son también fuente de dicha, porque dichosos son los que lloran. Y ese gozo es comienzo de espiral creciente, anticipo de la epéktasis celeste.

domingo, 4 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PI.2/Lucas 24,34; cf. Ap 1,6


En verdad, ha resucitado el Señor, aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad (Lc 24,34; cf. Ap 1,6).
La celebración de la Eucaristía, la de hoy y la de cualquier día, así como la vida misma del Cristiano y el sentido todo de lo humano, se basan en un hecho: la Resurrección del Señor. Sin esto, todo sería absurdo.

Pero, además del hecho y de que sea la razón de ser de la misa -si hubiera solamente sacrificio sin Resurrección, no habría misa-, la participación en ella depende de la fe en ese acontecimiento. Un acto de fe que no se da en el vacío; el poder confesar la verdad de la Resurrección, no simplemente repetir vocalmente una fórmula, es ya fruto de haber sido por ese acontecimiento alcanzado. La vida del Resucitado me vitaliza, eleva mi entendimiento al conocimiento de fe sobre el que puedo decir que es verdad, que ha resucitado. El creyente palpa en sí mismo el poder de la Resurrección que lo lleva, más allá de su esterilidad, a la fe salvadora.

A la Eucaristía, a la celebración de su Resurrección, de su misterio pascual todo, nos convoca el Resucitado, pues nos llama a su vida. Y la Eucaristía es comunión de los que acuden a esa llamada, a celebrar su victoria sobre el mal, el pecado y la muerte. Es donde recibimos vida eterna y donde alabamos y glorificamos al Señor Jesús Resucitado.

¡Feliz Pascua!

sábado, 3 de abril de 2010

Antífona de entrada D-PI.1/Salmo 139(138),18.5-6

La Vigilia Pascual no tiene Antífona de entrada, ya que el centro de la celebración está, al comienzo, en el lucernario. Éste da sentido a todas las antífonas de entrada del resto del año litúrgico; desde él han de entenderse las antífonas y éstas, a su vez, nos ayudan a comprenderlo. Guiados por la luz de la gloria del cuerpo resucitado de Cristo, en la oscuridad del mundo ensombrecido por el pecado, entramos en la Iglesia y nos sentamos entorno al altar a celebrar la Pascua del Señor. La Vigilia y la misa del Domingo de Pascua comparten la misma Antífona de comunión. Pasemos ahora a glosar brevemente una de las dos de entrada de la celebración del domingo.
He resucitado y aún estoy contigo, has puesto sobre mí tu mano: tu sabiduría ha sido maravillosa, aleluya (Salmo 139(138),18.5-6).
¿Quién habla y a quién? La Resurrección de Cristo es un acontecimiento trinitario. No obstante, en muchos pasajes neotestamentarios, se subrayan la acción del Padre y la humanidad de Jesús. El hebreo del salmo, de donde son entresacadas las frases de nuestra antífona, dice "me despierto" y S. Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Roma, usa un verbo (egeiro) con la misma raíz que la traducción griega del salmo. Así lo escuchamos en la versión litúrgica: "Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre" (Rm 6,4). La antífona nos sumerge en el gozo y alegría de Jesús al resucitar y dirige nuestra mirada al Padre.

Pero recordemos que la eucaristía es la celebración en la que participan los bautizados, es decir, aquéllos que muertos por el bautismo al hombre viejo, al pecado, han nacido a una vida nueva. De la vida del Resucitado ya participamos y, en su gozo, está también el nuestro.
Por el bautismo fuimos sepultados con Él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva (Rm 6,4).