domingo, 18 de abril de 2010

Antífona de comunión P-DIII.C/cf. Juan 21,12s

Jesús dijo a sus discípulos: "Vamos, comed". Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya (cf. Jn 21,12s).
Jesús con su nuda presencia nos invita a comerlo. Y lo hace atrayéndonos hacia sí. Esta invitación es posible porque tenemos apetito de divinidad. Somos creados para la divinización y mientras no saciamos ese hambre tenemos vivo ese deseo. Dios creador nos llama a la deificación y el Hijo en cada celebración nos invita a comerlo, a saciar con Él ese hambre mientras caminamos hacia la culminación de nuestra divinización en la patria del cielo contemplando a Dios.

Esta invitación, para unos, será a comulgar ese mismo día. Para otros, lo será a confesar para poder comulgar. Pero a todos nos anima y atrae hacia sí. Ni comulgaríamos ni nos confesaríamos si no nos diera Él el deseo de sí.

Mas no sólo nos anima a comer, también es Él quien nos da de comer. Por ministerio del sacerdote es Jesús quien nos alimenta. Por eso, el sacerdote no recibe, sino que toma la hostia; por eso, quien comulga con la mano debe recibirla sobre la palma de la mano y no tomarla directamente.

Así S. Cirilo de Jerusalén, en el s. IV, enseñaba a sus feligreses.
Cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no te acerques con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén.

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