sábado, 31 de julio de 2010

Antífona de entrada TO-XVIII / Sal 70(69),2.6

Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Que tú eres mi auxilio y mi liberación: Señor, no tardes (Sal 70(69),2.6).
Quien asiste a la Eucaristía no tiene ningún derecho sobre Dios y es alguien necesitado de Él, porque lo que verdaderamente precisa solamente se lo puede dar Dios. De ahí que la celebración comience con un reconocimiento de lo que es para mí: mi auxilio y libertador; que se parta también de la propia indigencia; y que se pida.

Esta necesidad de socorro es algo urgente, no es para dentro de un rato. Cuanto mayor es la humildad, por tanto, cuanto mayor es el conocimiento de nosotros mismos, mayor es el conocimiento de la precariedad y esclavitud en la que nos encontramos y de lo urgente que es salir de ahí: no hay lugar a las demoras. Pero tampoco está en nuestra mano el dejar atrás esa situación, solamente el pedirlo.

Vamos de un lado para otro hacia lo que nos interesa, llegamos a lo que deseamos,... pero lo único importante nos es inalcanzable. A ello, por más que vayamos con nuestras solas fuerzas, no arribamos. Más que subir al cielo, es el cielo el que baja a nosotros.

Y la Eucaristía es el lugar no sólo donde pedir ese socorro, sino también donde vemos la diligencia divina. Se lo pedimos y nos responde rápidamente con su palabra y la Cruz. Nos hace partícipes de su misterio pascual. Y no tarda.

viernes, 30 de julio de 2010

domingo, 25 de julio de 2010

Antífona de comunión TO-XVII.2/Mt 5,7s

[Pese a que en España se celebra la Solemnidad de Santiago apóstol, comento la segunda antífona de comunión del decimoséptimo formulario de misas del tiempo ordinario, ya que muchos lectores del blog no viven en España]
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,7s).
La dinámica del relato de la torre de Babel es completamente opuesta a la de la celebración eucarística. Allí los hombres intentan llegar con sus fuerzas y desde sí mismos al cielo, sin contar para nada con Dios, aquí es Dios quien se acerca a nosotros para que nosotros podamos alcanzar el cielo. Allí los hombres quieren darse un nombre y que su fama llegue a todas partes, aquí Dios quiere desvelarnos su intimidad. Allí el relato concluye con diversidad de lenguas y la división de la humanidad, aquí con la comunión en el único Logos divino; en vez de desdicha errante sin rumbo, dicha eterna anticipada en la tierra.

En las Bienaventuranzas, se nos habla de la felicidad futura, pero el porvenir de eternidad lo vivimos por adelantado en la tierra. En la Eucaristía, nos lo encontramos con la mayor presencia que en la tierra podamos tener. Y es el modo de las Bienaventuranzas el mismo del memorial de la Pascua del Señor.

En el altar, se hace presente la misericordia divina y resplandece el misterio de la Cruz, se hace perceptible Cristo bajo el velo de las especies sacramentales, en apariencia de pan y vino. Y allí su misericordia para ser alcanzada; y allí su intimidad divina para ser contemplada.

Como es espacio de bienaventuranza, esa misericordia y esa intimidad, son para los misericordiosos, para los limpios de corazón. Cuando caminamos a comulgar, verdaderamente van hacia su misericordia los misericordiosos. Cuando se nos muestra el cuerpo de Cristo, dicen verdaderamente amén quienes, limpios de corazón, con los ojos de la fe lo contemplan.

¿Qué mayor dicha en la tierra que alimentarse de misericordia, que contemplar en misterio la divinidad?

[AQUÍ tenéis la otra antífona de comunión]

sábado, 24 de julio de 2010

Antífona de entrada TO-XVII/ Sal 68(67),6s.36

[Pese a que mañana se celebra la Solemnidad de Santiago apóstol, he comentado la antífona de entrada del decimoséptimo formulario de misas del tiempo ordinario]
Dios vive en su santa morada; Dios, que prepara casa a los desvalidos, da fuerza y poder a su pueblo (Sal 68(67),6s.36).
En la economía salvífica veterotestamentaria, el Templo de Jerusalén era el lugar por excelencia de la presencia de Dios. Pero, el verdadero templo de Dios es el cuerpo de Cristo, en el que está toda su divinidad (cf. Jn 2,21). Ese Dios que no puede ser contenido por cielos ni tierra, lo encontramos en la humanidad de Cristo. ¿Y dónde hallar a Cristo?
Cristo está siempre presente a su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, "ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos […]. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (SC 7).
Dios, que trasciende cielos y tierra, se hace presente en la liturgia. Y podríamos decir que nos prepara una doble morada a nosotros los desvalidos. La liturgia no es una creación nuestra nacida simplemente desde nosotros. La posibilidad de la liturgia y nuestra participación en ella lo es gracias a que Dios nos ha preparado esa morada en la que él esta presente, lo mismo que nuestra pertenencia a la Iglesia. Y esta morada terrestre es un anticipo de la celeste que el Resucitado, en su Ascensión, nos ha ido a preparar (cf. Jn 14,2).

La Iglesia, la liturgia, la Eucaristía son morada para nosotros, que nos preparan y anticipan la celeste. Y esa preparación es también fuerza graciosa que recibimos para poder volver a la casa del Padre.

domingo, 18 de julio de 2010

Antífona de comunión TO-XVI.2/Ap 3,20

Estoy a la puerta llamando –dice el Señor–. Si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos (Ap 3,20).
La vida de fe no empieza por uno mismo. Es el Señor el que se me acerca, el que se me hace próximo y se me hace el encontradizo, como le ocurrió a Abraham. ¿Pero de que serviría que pasara junto a mí si no le digo, como nuestro padre en la fe: "Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo" (Gn 18,3)? La fe comienza por el encuentro con Alguien.

A cualquier sitio podemos ir por muchos motivos. Acudir a la Eucaristía, es respuesta a una llamada; de otra manera, por bueno y legítimo que sea lo que nos mueva, más que ir a celebrar, iremos a un templo a la hora en que se celebra la misa. El motivo eucarístico es Él mismo. Está llamando a la puerta, ¿pero estoy oyendo? La devoción eucarística pasa por que aprestemos el oído, por que purifiquemos nuestra atención para escuchar los nudillos del Señor en la puerta de nuestra cámara, para sentir su tacto.

Y, una vez, oídos, abrirla, para que cumpla su promesa y entre y comamos juntos, para que haya verdadera comunión entre Él y nosotros en el banquete de bodas del Cordero.

[La otra antífona de comunión de este domingo la tenéis AQUÍ]

sábado, 17 de julio de 2010

Antífona de entrada TO-XVI/ Sal 54(53),6.8


Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre, que es bueno (Sal 54(53),6.8).
La Eucaristía es algo propio de creyentes y lo es también confesar la grandeza de Dios y sus obras, la bondad de su santo nombre. En este caso, la antífona da palabras al fiel para comenzar la celebración confesando lo que ha podido palpar en su vida. En Cristo, Dios se muestra como aquél que sale en nuestro auxilio; la existencia que no podíamos salvar de la perdición, del fracaso más absoluto, Él nos la ha rescatado y nos sostiene no en cualquier vida, sino en la divina.

Pero la vivencia de los beneficios divinos lleva al creyente a algo más que a declarar quién sea el autor de la vida de la que ahora goza. El agraciamiento divino despierta en nosotros la necesidad de agradecer, mueve nuestra voluntad a una oblación de acción de gracias. ¿Pero qué sacrificio puede estar a la altura del bien que se nos ha otorgado? Si hemos recibido, sin mérito ni posibilidad por nuestra parte, la vida divina, ¿no ha de estar nuestro reconocimiento y bendición a la altura divina? ¿Cómo puede ser esto posible?

La Eucaristía, huelga decirlo, es sacrificio de acción de gracias. Y nosotros tenemos la posibilidad de unir nuestra ofrenda a la de Cristo en la Cruz como culto de bendición a Dios. Solamente así nuestra acción de gracias es divina respuesta al don divino.

Cuanto más la fe nos hace patente el amor recibido, mayor es nuestro deseo de confesar y agradecer y, por ello, más necesidad sentimos de unirnos en acción de gracias a la víctima sacrificial que es el Señor Jesús para eternamente por el Hijo bendecir en el Espíritu al Padre, de unirnos con nuestro amén a la oblación de Cristo.

miércoles, 14 de julio de 2010

Entrevista en Radio María

Lucrecia Gayoso me entrevistó en Radio María. La conversación que mantuvimos os la podéis descargar AQUÍ. Solamente tenéis que seguir las instrucciones y la mínima molestia de esperar unos segundos para poderlo hacer gratis. Espero que tengáis éxito en el intento los que no estéis muy duchos en estas lides. Disculpad por la publicidad, pero es el peaje que hay que pagar por la gratuidad; la he estado mirando y no es insoportable. Confío en que no sea ocasión para que os enganchéis a las apuestas on-line. Lo que no sé es qué aparecerá a altas horas de la madrugada, pues no las frecuento; si veis algo indecoroso, decídmelo para quitar el enlace.

lunes, 12 de julio de 2010

Ni el fútbol me es ajeno

En el verso 77 de la comedia de Publio Terencio Africano Heautontimonoumenos, encontramos esta conocida sentencia en boca de Cremes: "homo sum: humani nil a me alienum puto" ("soy hombre, nada humano considero ajeno a mí"). Afirmación a la que fácilmente nos adherimos, pero que desde un punto de vista teórico, tanto filosófica como teológicamente, para su justificación, como desde el punto de vista práctico, resulta asaz problemática.

Pero no entremos ahora en ello, quedémonos con la afirmación y con las grandes interrogantes que nos plantea: ¿Cómo puede lo universal afectar a lo particular? ¿Cómo lo particular puede tener significación universal? Lessing lo radicalizó refiriéndolo a Cristo. En los últimos siglos de la Edad Media, se trató bajo el ropaje del problema de los universales; de la solución que salió triunfante, vienen en buena medida muchos de nuestros males. ¡Cuánto deberíamos de aprender de aquella disputa!

Pues bien, sea de ello lo que fuere –quién sabe si alguna vez tendré ocasión de meterme a escribir en esos berenjenales–, el caso es que ni el fútbol me es ajeno.

Un acontecimiento tan masivo como un campeonato del mundo y más si lo gana el país al que pertenece, desde luego, afecta a cualquiera. Muchas cosas son las que podríamos tratar al respecto. Me fijaré solamente en una, acaso no la más importante, desde luego no la más urgente, ni siquiera la más evidente.

Hay gente que dice no gustarle el fútbol y, tratándose de algo humano, esta expresión resulta duro entenderla como que no me gusta absolutamente nada. En muchos casos, supongo que querrá decir simplemente que no me gusta lo suficiente como para dedicarle cierto tiempo y atención.

Las cosas nos pueden gustar más o menos, pero siendo algo humano, incluso en lo malo, algún gusto, algo de belleza, de verdad o de bondad, podremos encontrar en ello. Hasta, en el fútbol, máxime no siendo algo intrínsecamente malo. Otra cosa es que sea tan poco lo que se encuentre en ello que no me merezca la pena dejar otras cosas. Pero es importante descubrir ese algo que hay en lo que nos gusta poco, aunque solamente sea para comprender a quienes tanto les gusta eso que a uno no le hace tilín.

Como en el vivir, en el fútbol, hay una dificultad a superar para lograr una meta (goal), unos medios limitados para conseguirlo y unas normas que marcan los límites en el uso de los mismos. En los juegos, a diferencia del día a día, la finalidad, dificultad y normas son auto-impuestas por los participantes, de modo que se pone como en paréntesis aquello que irremisiblemente nos viene dado. Y entonces nos encontramos con una metáfora viva, más o menos afortunada, de la vida, con un lugar de proyección de anhelos, de sueños, de ilusiones,... Es una ficción allende mi mente, representada en vivo y, en la cual, aunque como espectador que se identifica con algo, se puede participar. Y, por unos momentos, hasta ser, en ficción de realidad y en realidad de ficción, lo que no puede uno ser.

Momentos para la evasión; en unos casos para huir de la realidad, en otros, para tomar respiro y poder volver a ella con ímpetu. Habrá casos en los que haya quien se tope, plásticamente expresado, con lo que no podía decirse en palabras sobre algo o sobre sí mismo. Si el dominio de los medios y la superación de las dificultades cobra huelgo, entonces podemos encontrarnos con retazos de belleza. Cuando sobrepasamos la utilidad de algo, hallamos hermosura.

La cuestión es hasta qué punto encuentro lo suficiente como para dedicarle tiempo, si verdaderamente necesito o no lo que me pueda dar el fútbol u otra actividad parecida. En cualquier caso, lugar para tratar de entender a los que están llamados a ser amados como hermanos. Indudablemente síntoma de muchas cosas.

domingo, 11 de julio de 2010

Antífona de comunión TO-XV.2/Jn 6,57

El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él –dice el Señor (Jn 6,57).
Recordando el camino por el desierto, el Sal 78,25 dice que Dios los sació dándoles a comer pan de ángeles. De esta manera, también denominamos a la Eucaristía y cantamos Panis angelicus.

Sin embargo, no deja de ser una metáfora. Los ángeles se sacian de divinidad en la presencia de Dios, pero no son hombres, no comen ni beben. Nosotros sí y al diablo –¡un ángel! (uno de los elohim, cf. Sal 8,6)– no habría cosa que más le satisficiera que nos creyéramos llamados a ser ángeles, seres espirituales puros, e intentáramos prescindir de lo corporal, de lo material, para tratar con Dios. Creados para la divinización, nos tienta con creer que ser divinos es ser como ángeles (¿No podría leerse así el anfibológico elohim de Gn 3,5?), aunque otras veces nos haga creer que no pasamos de animales. Pero, incluso cuando nos tienta de esta manera, la referencia a lo angélico –a sí mismo– está ahí, bien para negar que lo espiritual sea para un simple animal, bien para creer que ese sólo animal es de por sí un ser divino. Y no, Dios no quiere negar nuestra humanidad, sino divinizarla.

Comer su Carne y beber su Sangre. No simplemente algo así como mi Carne y mi Sangre ni el símbolo de ellas ni siquiera un pan en el que esté mi Carne o un vino en el que esté mi Sangre. Mi Carne y mi Sangre. Y comerlas y beberlas realmente. Tampoco se trata de un acto simplemente simbólico, sino que es manducación y bebida verdaderas, auténtica acción de comer y beber.

Y fijémonos que no se trata tampoco solamente de que Dios esté en mí, como si yo fuera un sagrario. El que se va a acercar a comulgar va a estar también presente en Dios. Porque es comida divinizadora. Así como mutuamente las tres divinas personas están las unas en las otras, esta comida y bebida divinizadoras, sin negar lo que somos, nos lleva a esta mutua inhabitación. Sí, Jesús en mí... y también yo en Él.
[La otra antífona de comunión de este domingo la tenéis aquí]

sábado, 10 de julio de 2010

Antífona de entrada TO-XV/ Sal 17(16),15

Yo, con mi apelación, vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante (Sal 17(16),15).
Todos juntos, como comunidad de hermanos, en la celebración. Pero sin quedar diluida nuestra responsable libertad en el grupo. Se trata de una respuesta individual a una llamada que me ha hecho Dios a mí. Sí, respondo con otros y, sin ellos, no habría propiamente respuesta, pues lo es con la Iglesia apostólica, pero soy yo quien responde.

Y a esa con-vocación a la celebración dominical de la Resurección de Cristo, responde el hombre limitado y pobre que soy, el indigente de gracia y divinidad. Y, por ello, vengo con mi apelación, con mi búsqueda de la verdadera justicia, de la divina, porque necesito de la que está empapada de misericordia, pues, sin ésta, quién podría resistir cualquier juicio. Perseguido por mis acusadores, por el gran acusador (diábolos, satán), busco refugio en la Casa de Dios y espero su juicio.

Quienes apelaban a Dios en el AT, pasaban la noche en el templo, esperando al alba su veredicto sobre la cuestión planteada. En la Eucaristía, estamos ante el juicio divino, sobre el mundo, en la Cruz. No es suficiente con pasar una noche en un templo de piedra. Ahora ese dormir es un con-morir con Cristo, para que el despertar lo sea a vida nueva.

Así pregustamos, en la misa, la muerte y vida futuras, contemplando la presencia eucarística, anticipo de la visión cara a cara; así pre-vivimos el Juicio futuro, en el memorial del Juicio que tuvo lugar en la Cruz. En él, fuimos declarados todos pecadores, pero la condena cayó sobre Él, para que, en nosotros sobreabundara la misericordia.

miércoles, 7 de julio de 2010

Nombrar sin decir. Gn 2,23


Aunque la acción creadora del Señor Dios es simplicísima, sin embargo, el autor sagrado la describe, en los primeros capítulos del Génesis, de manera múltiple. Y es que la unicidad divina, como luz blanca difractada, desde la creaturalidad la palpamos.

Entre esa multiplicidad de actividad que parece haber en Dios y que no es sino expresión de la infinita riqueza de su hacer, nos cuenta la Biblia que dice y nombra, dice luz y la llama día. El hombre, creado a imagen y semejanza, no dice, solamente da nombre a los animales. No los trae por acción creadora a la realidad, sino que puestos delante de Él por Dios, les da nombre, los nombra. Es decir, les da norma; como visir de Dios, puesto en Edén para cultivarlo y cuidarlo, les da un para. Y aquí va a estar inscrita la historia. Todo su drama va a consistir en si el hombre encamina a las criaturas y así mismo hacia el para que Dios quiere para ellas y no es otro que la gloria divina. Como dice S. Ireneo:
La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios.
¿Y que es esta visión de Dios sino la divinización del hombre (cf. 1Jn 3,2)?

Pero el autor sagrado deja en silencio la escena. Habrá que esperar un poco a escuchar la voz del hombre, su pequeño logos de criatura. Y, cuando lo escuchamos, lo oímos envuelto de alegría. Ante la mujer (issá), la palabra (logos) va en soplo (pneuma) sonoro y en júbilo, y Adán (hombre) se ve varón (is) (cf. Gn 2,23).

Gozo y palabra hablada ante quien es igual. Pero no solamente ese nombre que habla del qué, sino también otro nombre que habla del quién, el misterio más profundo de cada hombre, sea varón o mujer: Eva, la viviente (cf. Gn 3,20). Y esto tras el pecado. Como si, antes de éste, ese nombre fuera solamente don de Dios conocido únicamente en el silencio por quien lo recibía (cf. Ap 2,17). También la desnudez estaba antes en el silencio y no necesitaba de vestiduras. Parece que el nombre propio y la ropa velaran y protegieran el misterio de cada quién en espera de la comunión del cielo, de la consumación de la divinización tras la redención.

sábado, 3 de julio de 2010

Antífona de comunión TO-XIV.2/Mt 11,28


Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré –dice el Señor (Mt 11,28).

Jesús, presente en la Eucaristía, nos llama hacia sí. La procesión de la comunión es una respuesta a esa llamada. ¿Y a quién se la hace? Todos los que asistimos a la celebración estamos cansados y agobiados, pues somos pecadores. En cuanto nuestro corazón no está solamente en Dios, en cuanto no está nuestra vida puramente ordenada a la alabanza y servicio divino, nos resulta pesada y agobiante.

Ciertamente, al ser criaturas materiales, todo nos cansa y necesitamos de cuando en cuando recuperar fuerzas. Pero hay fatigas de las cuales no escapamos con un poco de sueño. La vida se nos presenta como algo por resolver, algo por dar sentido y contenido; la vida es un interrogante por responder. El gran cansancio es tratar de darle contenido y encontrar que la sed de divinidad que tenemos no se sacia.

Y es que con frecuencia esa sed infinita que solamente Dios puede llenar, intentamos satisfacerla con lo que no es Él y con nuestras solas fuerzas. Cuando no vivimos solamente para servirlo y alabarlo, nos llega la fatiga y la angustia, todo es cada vez más pesado y agobiante. Y, si además pertinazmente tratamos de solventarlo insistiendo en la misma dirección, entramos en una espiral de creciente angostura y pesadez.

Jesús se dirige a nosotros en cuanto cansados y agobiados, en cuanto necesitados. La comunión es aliviante; no es que sea solamente ligera, es que da liviandad, fuerza para cargar. Es contenido que da anchura, la cruz es peso que aligera.

Antífona de entrada TO-XIV/ Sal 48(47),10s

¡Oh Dios!, meditamos tu misericordia en medio de tu templo: como tu renombre, ¡oh Dios!, tu alabanza llega al confín de la tierra; tu diestra está llena de justicia ((Sal 48(47), 10s).
En medio de ese templo en cuya construcción entramos los creyentes (cf. Ef 2,19-21). La asamblea eucarística es expresión de esta realidad. El misterio que en ella celebramos es el que hace de nosotros templo vivo de Dios y, en medio de esa comunidad de hermanos, se hace presente ese misterio de misericordia en la celebración.

Y es ahí, en medio de ese templo del que formamos parte y en el que se hace presente el misterio, donde meditamos esa misericordia de Dios manifestada en el misterio pascual. Meditación que no es un ejercicio intelectual, sino que todas esas cosas las meditamos en el corazón, como María (cf. Lc 2,19). No es ni malabarismo conceptual ni empastamiento sentimental. Es rumia cordial, desde el centro de nosotros mismo y con todo lo que somos.

Esta meditación de misericordia divina no queda encerrada en medio del templo, sino que, como si de la caja de resonancia de una cítara fuera, el misterio de misericordia rumiado cordialmente resuena en anuncio y canto de alabanza más allá de nosotros hasta el rincón más lejano; se une a lo que cielos y tierra narran de la gloria. Y el grado de comunión y de verdad en el que estemos como discípulos queda patente en el eco que trascienda más allá de nosotros.

Y no solamente se hace anuncio y alabanza, sino también confesión de que misericordia y justicia van de la mano, que no se contradicen, pues la justicia de Dios hacia nosotros se da sobre la misericordia de habernos creado. Y su misericordia salvadora sobre habernos juzgado como pecadores, pues, si no hubiéramos sido merecedores de condenación, no hubiéramos necesitado de su misericordia; si no fuera justa nuestra necesidad de compasión, ante Dios sólo tendríamos derechos.

jueves, 1 de julio de 2010

Entre la B y la N. Gn 1,1


La Biblia comienza con la palabra hebrea "bereshit" y termina con "amén" en griego, es decir, que toda la Sagrada Escritura está entre el principio y el sí, pero también entre la b(eth) y la n(u). Todo tiene un comienzo; Dios dice, separa, da nombre y contempla la bondad de lo creado, nos dice el primer capítulo del Génesis. Pero Dios no destruye lo que ha creado, al final, hay un Amén, no una aniquilación, con todo lo tenso que nos aparezca el final de los tiempos. Pensemos, por ejemplo, que los que resuciten para vida eterna, en su cuerpo glorificado, contemplarán lo material de la creación transfigurado.

¿Y por qué empezará la biblia con la beth, la segunda letra del alefato (alfabeto hebreo) y no por la alef, que es la primera? ¿Y por qué no termina con la omega que es la última letra del alfabeto (el griego sí que lo es propiamente)? Sobre lo primero pensó la tradición rabínica.

La creación es algo segundo, principiado; mientras que el Creador es el principio sin principio, la causa de todas las causas que, a su vez, no es causada por otra realidad. Pero la beth, además de ser la segunda letra, es también la que representa el número dos. Dios es unidad perfectísima, sin división, las tres divinas personas tienen una misma y única sustancia (homoousios) absolutamente simple. En cambio, las criaturas pertenecemos al mundo de la multiplicidad, de la complejidad.

¿Y la nu (pronunciada ny) griega del amén? No es ni mucho menos la última letra del alfabeto y, en cierta manera, es primera. Dos docenas de letras tiene el alfabeto y la primera de la segunda de ellas es la nu; el final es un comienzo. Pero además, con esta letra, los griegos representaban el número cincuenta. Éste nos remite en la Biblia a una comunidad de hombres henchida por el Espíritu (cf. 1Re 18,4.13; 2Re 2,7); sobre los discípulos descendió, como lenguas de fuego, en Jerusalén el "quincuagésimo" día tras la resurrección, que es lo que significa "pentecostés" en griego (cf. Hch 2,1-4).

Somos criaturas (beth), pero nuestra vocación es ser comunión en el Espíritu (nu).

Y ahora en español, con vuestro permiso. Entre B y N, no es que la realidad sea blanco y negro, es que Dios contempló todo (desde la eternidad ve desde la beth hasta la nu) y todo está por Él hecho BieN.