domingo, 29 de agosto de 2010

Antífona de comunión TO-XXII.1 / Salmo 31(30),20


¡Qué bondad tan grande, Señor, reservas para tus fieles! (Sal 31(30),20).
Ante quien tiene delante, el comulgante queda prendido por la admiración de la grandeza ante la que se encuentra. Son muchas las distracciones, a veces la rutina, no pocas una fe apenas saliendo de la hibernación, pero, a nada que nuestra atención esté despierta, se ha de apoderar de nosotros la verdad de quien tenemos tan cerca y embargarnos en la atracción de su belleza que nos mueve a la alabanza.

Esta moción espiritual individualmente vivida es convergente con la de los demás y llamada a traducirse en canto gozoso de glorificación. Es frecuente que esto se vea frustrado, tristemente también que en muchos no se eche de menos. Lo ideal sería que unánimes y unísonos cantáramos la antífona con sus estrofas sálmicas.

¿Acaso esa bondad que, como en tabernáculo, está reservada en el seno de la Trinidad, no es para desbordar nuestro ser en alabanza y amor? Sí, como si fuera un sagrario, pues el Sumo Sacerdote, Cristo Jesús, que es la víctima que se ofrece al Padre y se nos da en alimento, ha penetrado en el Santuario celeste. Está ahí para que quienes lo pregustamos ahora gocemos de Él tras la muerte eternamente, para que participemos de su bondad divina por siempre.

Y está reservada para sus fieles. ¿Y quienes son estos? Deja que tu alabanza hable de tu fe, te diga la verdad de tu fidelidad.

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