domingo, 31 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXXI.1 / Salmo 16(15),11

Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia (Sal 15,11).
Con facilidad podemos caminar desde nuestro sitio en la celebración hasta el ministro de la comunión. Apenas son unos pasos, un pasillo conocido de todos los domingos, no necesita de cualidades especiales; salvo problemas médicos, cualquiera puede hacerlo. Pero no se trata de vencer una distancia espacial, sino de recorrer el camino de la vida.

Esta facilidad, como otras similares, se convierten en una dificultad para nosotros, aunque también en un aliado. En una dificultad, porque podemos acabar trivializando lo más sublime, reduciéndolo a rutina y/o cayendo en la ilusión de la soberbia, de que podemos desde nosotros. ¿Sería mejor que tuviéramos que realizar una gran empresa para poder comulgar? Seguramente no, probablemente los pocos que fueran capaces de hacerlo tendrían una tentación mayor, no solamente la soberbia, sino que ésta además estaría adobada con verse entre los mejores. Sin contar, y esto es lo más grave, con que muchos quedarían excluidos, con que la muerte de Cristo no sería por todos.

Cuando va a comenzar el momento de la comunión, esta antífona nos sitúa como discípulos: es un aldabonazo que nos recuerda, al invitarnos a la confesión del magisterio de Cristo, que es un camino distinto. Confesarle como guía es pedirle a Jesús que nos enseñe el sendero de la vida, es rogarle que nos lleve a la humildad para poder seguirlo. ¿A dónde? A la vida divina. ¿Y dónde está? En su misterio pascual, en su Cruz, que es a donde nos dirigimos al ir a comulgar, al ir a entrar en comunión con ese misterio. Por eso es confesión de la fruición del gozo en su presencia, pues es comunión con la entrega de su muerte y también con el gozo de su resurrección.

Y esta sumisa humildad del discípulo, que se vierte en obediencia secuente en la comunión eucarística, es donde aprendemos caminándolo el sendero del cielo, donde seremos eternamente saciados con el gozo en la contemplación de la presencia, ya no bajo la apariencia de pan y vino, del Señor.

sábado, 30 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXXI / Salmo 38(37),22s

No me abandones, Señor, Dios mío; no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación (Sal 38(37),22s).
Quien asiste a la Eucaristía sabe lo que es estar sin Dios, porque antes su vida estaba construida sobre el aire, aunque creyera que tenía un fundamento sólido, y ahora vive sobre la roca sólida de la bondad divina. Pero no es señor del Señor, no puede disponer de Él a su antojo, Dios es absolutamente absoluto. Si es mío es porque se me da, no porque lo haya conquistado o pueda retenerlo. Es inútil pretender confinarlo o asirlo. Pedir la permanencia del don, la actitud del mendigo con la mano abierta es la humildad que atrae a Dios.

En la celebración, acudimos con necesidad de divinidad. Con la del agraciado que peregrina en el tiempo, paso a paso, que precisa seguir creciendo. Por eso, como si se hubiera alejado quien es el Dios con nosotros, le pedimos que no nos abandone; como si estuviera lejos quien se hizo hombre, le pedimos que no sea un Dios en la distancia; como si se demorara el que hace justicia sin tardanza, le pedimos premura. Pues necesitamos su salvación, que es acogida en la santidad del trascendente, cercanía de quien no es espacioso, prontitud del eterno.

Y, en la Eucaristía, se nos hace presente en un lugar determinado y en un preciso momento para que cada uno, en la comunión, lo hospede en su seno.

domingo, 24 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXX.2 / Efesios 5,2


Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación de suave olor (Ef 5,2).
En la Antigua Alianza, había muchos tipos de sacrificios que además se reiteraban. En la Nueva, solamente hay uno realizado de una vez para siempre. La Eucaristía es sacrificio porque es memorial del único. Por ser memorial, no es simple recuerdo o simbolismo, sino que es actualización –re-presentación, hace de nuevo presente– y ofrenda sacramental de él.

Es un sacrificio perfecto, pues no se tiene que repetir, ha tenido lugar una sola vez para siempre. Y también porque auna todo lo que los otros anunciaban fragmentariamente realizándolo con perfección divina.

El libro del Levítico (1-7) nos habla de aquellos sacrificios. Unos eran los de "aroma agradable", es a lo que se refiere al final esta antífona; eran los que tenían por finalidad la alabanza a Dios, testimoniar la adhesión a Él y significar la piedad sincera de los fieles. La Eucaristía es sacrificio de suave olor, pues ese es el culto agradable al Padre. Frente a estos estaban los sacrificios por los pecados y de reparación; el sacrificio eucarístico es, sin dejar de ser culto al Padre, entrega amorosa por nuestra salvación.

Además estaban los sacrificios cruentos, en los que moría la víctima; en nuestro caso, ya no es un becerro, sino que esa víctima es Cristo que, como sacerdote, se ofreció a sí mismo en la Cruz. Y, junto a esos, los incruentos, las ofrendas vegetales; la Eucaristía es el mismo sacrificio de la Cruz ofrecido incruentamente.

Según cuál fuera el destino de lo ofrecido, también había diferentes sacrificios. En el holocausto, todo era para Dios y, al ser consumido todo, nada podía ser ni para los sacerdotes ni para los fieles. En el sacrificio eucarístico, Cristo se ofrece totalmente al Padre, pero también se da totalmente a los fieles, no una sola parte; por eso es también sacrificio de comunión.

Participamos, en la comunión, en el banquete pascual del memorial del único y eterno sacrificio.

sábado, 23 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXX / Salmo 105(104),3s

Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro (Sal 105(104),3s).
A la celebración de la Eucaristía acuden buscadores del Señor. Buscamos lo que tenemos y en la medida que así es, pues, si no, ¿cómo podríamos buscar lo que totalmente desconocemos? Todos los hombres están en la dominancia de la bondad divina, todo está ordenado por ella. Y este conocimiento elemental, muchas veces inconscientemente sentido, nos da una constante percepción de la atracción del bien para el que hemos sido creados.

Y así los hombres buscan saciar esa sed que sienten. Si un ídolo agarran, es porque sienten la necesidad de Dios, aunque traten de satisfacerla sin Él. Si se aturden, es porque se han rendido en la búsqueda y prefieren no sentir el ansión de eternidad que no puede hacerse cesar. Hasta en el infierno se palpa y, por ello, se sufre; porque, no pudiendo estar al margen de la jerarquía de la realidad que establece el poder de la bondad de Dios, no dejan los condenados de estar en la necesidad de aquello que rechazan: dramática y misteriosa contradicción.

Esa experiencia del Bien, en quien participa en la asamblea eucarística, es mayor, pues, desde el bautismo, participamos de la vida divina. Eso hace que nuestra búsqueda sea más intensa, pues mayor es el conocimiento de lo que aún no poseemos en plenitud y la capacidad para buscarlo. Y, en esa carrera hacia la meta, encontramos nuestro gozo, en recurrir permanentemente al poder de su bondad. No frecuentemente, no muchas veces, no casi siempre, sino constantemente: "orar siempre sin desanimarse" (Lc 18,1).

Orar sin interrupción buscando su rostro, buscando contemplarlo tal cual es y así llegar a ser semejantes a Él (cf. 1Jn 3,2), buscando en la tierra el cielo, buscando lo que aquí no alcanzaremos, pero que día a día podemos, por fidelidad, ir cada vez más pregustando. Y eso que buscamos, lo vivimos anticipadamente en torno al altar.

viernes, 22 de octubre de 2010

domingo, 17 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXIX.2 / Marcos 10,45


El Hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45).
La muerte en Cruz de Cristo es culto agradable a Dios y salvación para el hombre. Esta antífona quiere subrayar lo segundo.

La Eucaristía es precisamente el memorial de esa entrega de la vida en rescate por todos. En las antiguas prescripciones de Israel, el go'el era ese pariente a quien le correspondía bien mantener el patrimonio familiar (Lv 25,23-26) bien encargarse de una viuda (Rut 4,5) bien vengar el asesinato de alguien de la familia (Nm 35,19) bien liberar a algún pariente de la esclavitud en que hubiera podido caer (Lv 25,47ss).

El Hijo de Dios se ha hecho hijo de Adán, para ser nuestro pariente más cercano (cf. Hb 2,11-15), nuestro go'el. El pecado nos despojó del patrimonio más precioso, del único importante: la comunión con Dios; Jesús, al dar su vida, nos entrega la participación en la divina. El pecado rompió el lazo de amor entre Dios y la humanidad; Jesús, con amor crucificado, se ha desposado con su Iglesia. El hombre al pecar sufrió la peor de las muertes, la del alma; Jesús se ha vengado de nuestro asesino y ha vencido a la muerte y al pecado. Tras pecar, el hombre, por miedo a la muerte, vive esclavo del diablo; Jesús ha roto esas cadenas y nos da la libertad de los hijos de Dios.

Él ha dado su vida por todos. Pero no nos impone el regreso a la casa del Padre, nos lo ofrece y posibilita. Al ir a comulgar, una vez más, aceptamos que el sea nuestro divino go'el.

sábado, 16 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXIX / Salmo 17(16),6.8

Yo te invoco, porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme (Sal 17(16),6.8 ).
¿Por qué íbamos a acudir a la celebración de la santa misa si no tuviéramos esperanza en la misericordia de Dios?

Porque se ha desvivido con nosotros, podemos tener experiencia de cómo es Él, el que responde a la llamada de los necesitados. La memoria, la posesión de lo vivido con Él es la tierra en la que está enraizada nuestra esperanza. Esa bondad de Dios que se ha hecho nuestra en el roce con Él es belleza que nos atrae hacia la plenitud de Bien que es. El ha transformado nuestra pobreza, nuestra necesidad de divinidad e imposibilidad de lograrla, en esperanza de plenitud. Por eso, lo invocamos, porque sabemos que nos responde. La oración es pobreza esperanzada que se hace palabra hacia Dios.

Pero es esperanza en Él, en su misericordia. No es esperanza en poder dominarlo en su "debilidad" por nosotros. La verdadera posesión en prenda de su bondad no mueve a tentar a Dios, a querer manipular su poder a nuestro favor. Por eso, la Eucaristía es pedirle que incline su oído, que preste atención a la premura que por medio de su Hijo y en el Espíritu le presentamos. No es exigencia de quien tiene un derecho, ni argucia de quien tiene un poder, sino súplica esperanzada.

Atrevida esperanza que pide lo más. Que nos cuide como a lo más querido, como a su Hijo amado. Esperanza desde la debilidad que necesita de los cuidados de una madre en medio del sofocante Sol del desierto, que nos proteja con la sombra de las alas de la Cruz.

Memoria de Cristo muerto y resucitado.

jueves, 14 de octubre de 2010

En Libertad Digital TV

Me han invitado a la tertulia de los catedráticos de Libertad Digital TV: la primera experiencia televisiva de alguien que no tiene televisión. Algo muy curioso, el tiempo para un bisoño como yo pasa a una velocidad tremenda y te sientes como un pato fuera de un charco, no sabes bien cuándo intervenir, a dónde mirar, en qué tono hablar,...
Aquí tenéis el vídeo.

sábado, 9 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXVIII.2/ 1Juan 3,2


Cuando se manifieste el Señor, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (1Jn 3,2).
"El Cuerpo de Cristo". Mientras el ministro lo muestra a cada comulgante, esto es lo que dice uno a uno para que cada quién manifieste individualmente su fe. Se trata de un momento en que vivimos anticipadamente las realidades escatológicas.

Estamos ante una epifanía. El mismo Jesús se nos manifiesta. Ciertamente con apariencia de pan, pero es Él quien se nos hace presente. En ella, no hay nada espectacular, como aquéllas de las que fueron testigos los israelitas en el desierto, más bien todo lo contrario. Sin embargo, es una mayor manifestación, pues la presencia es cualitativamente superior. El Cuerpo de Cristo no está presente en el pan, sino que es su Cuerpo; ya no hay pan, solamente su apariencia. Ahora bien, siendo una manifestación superior por ser sustancial, con todo, lo es bajo la apariencia de pan. Estamos pendientes de la Parusía, de su manifestación en gloria.

A la manifestación, como a otra cara de una misma moneda, le corresponde un conocimiento. Jesús se nos hace presente en la Eucaristía y nosotros lo contemplamos con la fe. El mero entendimiento humano solamente intelige que se trata de pan o, en su caso, de vino, pero no puede conocer que es el Cuerpo o la Sangre de Cristo. Nuestra inteligencia es sentiente, pues no somos ángeles; no conocemos al margen de los sentidos, pues no conocemos prescindiendo de nuestro cuerpo. Sin fe, el conjunto de sensaciones (color, forma, peso, olor, sabor, tacto,...) inteligidas nos llevarían a juzgar que es pan o vino.

En virtud de la fe y gracias a los sentidos, pues la fe también es sentiente ya que creemos en cuerpo y alma, sabemos que es el Cuerpo o la Sangre del Señor. ¿Cómo podríamos decir esto es el Cuerpo de Cristo sin los sentidos? No creemos a pesar de los sentidos, sino más allá de la mera intelección sentiente. Lo que no quiere decir que la fe la anule, sino que la eleva. Pero es un conocimiento bajo una apariencia sumamente humilde, un conocimiento que espera el encuentro sin ese velo y sin la limitación de la pequeñez de nuestra condición de peregrinos. Aguardando verlo en la plenitud de su gloria.

Entonces, "seremos semejantes a Él". Mas esa divinización ya ha empezado. La Eucaristía nos va transformando a los que ya, por el bautismo, somos hijos de Dios.

Antífona de entrada TO-XXVIII / Salmo 130(129),3s


Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, Dios de Israel (Sal 130(129),3s).
Esta antífona marca una actitud clara ante la celebración. El creyente no está ante una ritualidad que no vaya más allá de sí misma, ni ante un juego de nociones que puedan tener una expresión más o menos simbólica. La celebración es una interacción entre Dios y los creyentes, es algo interpersonal.

La asamblea y cada uno de los que la forman no se dirigen a una idea de Dios ni a una imagen mental que se hayan podido elaborar, sino que se dirigen a Él. Y lo hace con una conciencia clara de dónde está cada uno.

Entre Dios y nosotros hay una infinita distancia. No solamente en cuanto al ser, Él es el creador y nosotros las criaturas, sino también por cuanto hemos decidido ser. Sin excepción, cuantos acudimos a la Eucaristía somos pecadores. Es de esperar que, al menos nocionalmente, todos lo tengamos claro. Menos son los que anhelan, buscan y mendigan en la oración saberlo realmente. Gracias a Dios, algunos se saben pecadores y su humildad enriquece a los demás.

Pero la distancia, insalvable para nosotros, no es un imposible para Dios. Sólo de Él procede el perdón y, por ello, podemos vivir con esperanza. Si no hubiera perdón, el mundo sería una desesperación. Mejor sería vivir en la ignorancia. Pero la esperanza en la misericordia nos permite saber de nuestra miseria y pedir nuestra riqueza.

A ello vamos hacia el altar. Movidos por la esperanza, que mana de la Cruz, acudimos a la celebración del memorial de la Pascua. Él nos da la verdad de nosotros y de allí nos viene la salvación.

viernes, 8 de octubre de 2010

El gran Vázquez

El gran Vázquez (2010) de Óscar Aibar, con tono de cómic –saturación de colores, diseño de los créditos, puesta en escena, diálogos,...–, narra la vida del creador de Anacleto, agente secreto, Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta, etc..., Manuel Vázquez Gallego. La película cuenta con méritos incuestionables, sobre todo en lo que a la producción se refiere. Los nostálgicos de los años sesenta pueden darse una vueltecita en esa máquina del tiempo que puede ser una sala de proyección. También está muy lograda la interacción de entes de ficción y personajes humanos.

Sin embargo, sus defectos son notables, lo que no es impedimento para que de ellos se saque algo positivo. Dejando aparte los tópicos en los diálogos y caracterizaciones –la caricaturización no tiene por qué caer en manidas frases de propaganda ideológica–, o la poca garra que tiene la narración, lo que hace insufrible el conjunto es la exaltación del sinvergüenza; la leyenda de la "lápida conmemorativa" final no deja lugar a dudas: el "magnus" del título no es irónico.

El tal Vázquez, tal y como queda retratado, es ejemplar, pero en el sentido cervantino del término. Sin embargo, el espectador se encuentra con la glorificación de un bígamo, falsificador, estafador, moroso profesional, padre irresponsable, machista, putero, carterista,... Un personaje, en extremo narcisista, que se cree por encima de los demás y, por considerarse el bueno, el "aristos", con derecho a explotar a todos cuantos lo rodean. Todo tiene que girar en torno a él. Si algún espectador le descubre algún gesto de altruismo, me sorprendería. Afortunadamente, cuando una de las mujeres queda embarazada, no se le ocurre hacerle abortar y hasta parece que se alegra por el hecho. Pues bien, todo esto se presenta como una gloria nacional. La más repugnante picaresca convertida en leyenda.

Con todo, puede sacarse algo de ella. Si le damos un giro cervantino y la convertimos en una novela ejemplar, nos puede servir como alegoría de la España zapateril y, especialmente, de la política económica. Es lástima que se confunda el progreso con el narcisismo.

lunes, 4 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXVII.2 / 1 Corintios 10,17

El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz (1Cor 10,17).
El sacrificio de la Nueva Alianza es la Cruz de Cristo. No se trata de un contrato social, sino de la Alianza en su sangre, que es donde está el hontanar de la Iglesia, ahí es constituido el nuevo pueblo de Dios. La Iglesia no nace del pueblo soberano, estamos ante una theo-arquía.

No son nuestras voluntades convergentes las que hacen la comunidad fraterna, sino que es el Padre de Jesucristo el que nos hace por el bautismo hijos suyos. Y no son los lazos de afectividad meramente humana los que nos unen, sino que en el Espíritu Santo somos uno en el Amor divino. Ese es el gran poder que nos rige y constituye como Iglesia, estamos ante una ágape-cracia.

Qué lejos estamos de un mundo narcisista en el que nosotros mismos seamos la medida de las cosas, cuando nos acercamos al altar. La desmedida entrega de Cristo, amándonos hasta el extremo, es la que nos habla de la mesura de la infinitud y eternidad divinas a las que estamos convocados. La Eucaristía nos recuerda que hemos sido creados a imagen y semejanza divina, no que Dios sea una creación conforme a nuestra figura.

La Eucaristía es la que hace a la Iglesia y nosotros formamos parte del único Cuerpo de Cristo, somos uno solamente en la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo, en la comunión de su misterio pascual.

domingo, 3 de octubre de 2010

Antífona de comunión TO-XXVII.1/ Lamentaciones 3,25

Bueno es el Señor para el que espera en Él, para el alma que le busca (Lam 3,25).
Sólo Dios es bueno y solo es bueno. No necesita de nadie para serlo, es la fuente de su bondad y la misma bondad. En todas sus obras se manifiesta. Cada una de sus criaturas, de distinta manera, habla de ella; cada pequeño bien dice del artista que lo creó. Y, al ser absoluta y totalmente bueno, la bondad de su obrar no tiene ninguna sombra.

La libertad de las criaturas que gozan de ella, los hombres y los ángeles, es también un reflejo del sumo bien, que es Dios. Nuestras decisiones no crean la bondad de Dios, pero decidimos nuestra relación con ella. Podemos rechazar definirnos en relación al Bien, a Dios como sentido último de nuestra existencia. No hay mayor contradicción, no hay negación de nosotros mismos comparable a ésta. El rechazo de lo más íntimo, más que nuestra intimidad, nos desgarra con hondura sin parangón posible. Y podemos decidirlo para toda la eternidad. Un no por siempre al origen, causa, fundamento y fin de cada uno de nosotros.

Pero también podemos, por su graciosa bondad, definirnos afirmativamente respecto a Él. La Eucaristía es un anticipo del cielo. La bondad divina nos sale al encuentro, se nos hace presente en el sacramento y movidos por la atracción de su belleza, decidimos ser comulgantes de bondad.

La procesión del momento de la comunión es de los peregrinos que esperan en la bondad divina, de sus buscadores. Y al comulgar se convierten en testigos de su bondad; Dios, en la Eucaristía, es bueno para nosotros, sobre el bien que es ser, nos sobre-beneficia yéndonos divinizando ya en esta vida.

sábado, 2 de octubre de 2010

Antífona de entrada TO-XXVII / Ester 4,17b-c (13.9.10s)


En tu poder, Señor, está todo; nadie puede resistir a tu decisión. Tú creaste el cielo y la tierra y las maravillas todas que hay bajo el cielo. Tú eres dueño del universo (Est 4,17b-c (13.9.10s)).
La antífona esta compuesta con parte de la oración que Mardoqueo, en la situación de peligro de extinción del pueblo de Dios, acordándose de todas sus maravillas, le dirige para pedirle la salvación del exterminio con el que se ven amenazados por el decreto que Amán ha conseguido del rey Asuero. Pero omite significativamente una frase que se encuentra al final del v. 9, conforme a la numeración de la Vulgata: "Si has decidido salvar a Israel".

Quienes acudimos a la Eucaristía estamos en una situación análoga; nuestro peligro es inminente y sumamente grave, nuestras posibilidades, sin Dios, nulas. Estamos amenazados de exterminio. Si somos el cuerpo de Cristo, ¿podemos considerar que la confabulación contra Él no tiene que ver nada con nosotros? ¿Las fuerzas del mal que quisieron eliminarlo en la Cruz acaso no quieren hacernos daño a nosotros? El peligro en el que estamos es más grave que un genocidio, pues está en juego nuestro destino eterno.

Mardoqueo se daba perfecta cuenta de la situación en la que estaba y sabía del poder de Dios. Por ello, su oración era poderosa y modelo para la nuestra. Este saber, sin la más mínima duda, la realidad del peligro y la necesidad de Dios los necesitamos para comenzar y vivir a fondo la celebración eucarística. Precisamos conocer lo poco que podemos y también las maravillas de Dios, que todo está en su mano, como su creador y dueño.

Pero nuestra oración, nuestras celebraciones se enriquecen por la firmeza que da la esperanza en la misericordia de Dios. En ella no hay condicional; sabemos que Dios quiere salvar a su Iglesia y que el poder del infierno no prevalecerá sobre ella. Esa salvación la gustamos ya ahora.

Ahora bien, que esto sea así no garantiza la salvación individual de cada uno. Nuestra participación en la celebración del misterio de nuestra redención queda desvirtuada por la presunción en una salvación al margen de nuestra fidelidad a Dios. La esperanza verdadera mueve a la conversión y al cumplimiento de la voluntad divina.