sábado, 22 de enero de 2011

Antífona de entrada TO-III / Salmo 96(95),1.6

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la tierra. Honor y majestad le preceden, fuerza y esplendor están en su templo (Sal 96(95),1.6).
Nuestra llegada a la celebración está precedida por el honor y la majestad del Señor que nos atrae hacia Él. Y en la celebración nos muestra su fuerza y esplendor de una manera inigualable, pues su Cuerpo y su Sangre se hacen presentes verdadera, real y sustancialmente. En el templo construido con materiales y, al comulgar, en el que es cada creyente.

El salmista, en la antífona, no puede por menos que hacernos una llamada, que le cantemos, al que nos llama para participar en su misterio pascual y dársenos, un cántico nuevo.

No simplemente un hablar nuevo, sino un cántico. El cantar es un decir hermoseado por las alturas y el discurrir melódicos, por la armonía concurrente de distintas voces. Y es un decir en el que más activamente entra nuestro cuerpo, más nos decimos; los pulmones se dan al máximo y nos convertimos en caja de resonancia de los armónicos. En el canto, nos es más fácil salir de nosotros mismos e incluso hacemos participar a las cosas materiales: las piedras y bóvedas se hacen eco del cantar y hacemos sonar instrumentos.

Y no un cántico sin más, sino uno nuevo. ¿Acaso con la novedad de la moda que tarde o temprano pasa? ¿Con lo nuevo temporal que acaba por envejecer? ¿Lo ingenioso, ocurrente o genial? ¿Cual será la novedad del canto para el Señor? La novedad del cántico está en la novedad del cantar y lo cantado.

Cantar con quienes cantan eternamente al Señor, participar en la liturgia del cielo, solamente es posible si con gracia cantamos, con la que nos da el cielo, con la que, sin dejar de ser hombres, somos divinizados. Ahí estamos ya, en este mundo caduco, en la novedad de lo verdaderamente original, de quien sin tener origen es el origen de toda criatura. Y, al ser increado, Dios es el eternamente nuevo; porque no ha empezado a serlo, la acción pura que es es eternal presente. Nunca pendiente de llegar a ser, nunca necesitado de ser sostenido en la existencia, nunca temeroso de perderla.

Cantar de palabras nuevas, porque el que salmodia canta las palabras divinas, aquellas con que en lengua humana se dice el eterno Verbo. Canto nuevo en la tierra, pues lo que le da novedad no es causado en este suelo; en medio de la historia, es cantado el misterio.

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