domingo, 29 de mayo de 2011

Permanecer. Juan 14,15-21

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15). Para poder guardar los mandamientos, hay que amar a Jesús. Sin eso, puede haber un titánico ejercicio de la voluntad de heroísmo admirable, pero no se habrán guardado sus mandamientos. Habrá habido solamente una apariencia.

¿Y qué mandamientos? En los evangelios encontramos una variedad de ellos en labios de Jesús, mas en el evangelio de San Juan aparece la voluntad divina quintaesenciada en uno: «Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12). El que los discípulos de Jesús se amen entre sí con su amor crucificado no es la constitución de un gueto ni de una secta cerrados sobre sí mismos. Si hay ese amor, el de Jesús, hay también amor al prójimo, al enemigo y a Dios, porque se ama con amor divino y éste amor es vivir amando, es llevar una vida que sea amor.

¿Y cómo llegar a ese amor? Es como subir al cielo, un imposible. Por muy alta que sea la torre que queramos edificar para llegar a él, no solamente quedará pequeña, es que lo que habremos alimentado será la soberbia. «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor» (Jn 15,9). El amor de Jesús se nos adelanta y, siendo amados por Él, en su amor somos puestos. No hay que conquistar su amor, sino permanecer en el amor en que somos puestos.

¿Cómo permanecer en él? «Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor» (Jn 15,10). Y esto, como veíamos al principio, consiste en amar, a Jesús, a los hermanos, al prójimo, al enemigo,... Permanecer en el amor es amar, es vivir vida de amor. Vivir vida trinitaria: «Lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn 15,10).

Y, al ser vida trinitaria, es vida en el Espíritu de amor, que nos capacita para amar y defiende del desamor: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,16). Siempre con nosotros para que podamos permanecer en el amor de Jesús.
El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él (Jn 14,21).

domingo, 22 de mayo de 2011

Strauss-Kahn y Cia.

Si bien la jornada electoral y la preocupante ocupación de plazas públicas, por cuanto pudieran ser el compás previo a la definitiva argentinización de España, puedan haber acallado en la opinión pública española el caso de D. Strauss-Kahn, voy a dedicarle una pequeña reflexión, pues no tiene poco de sintomático de una época.

Una determinada comprensión de la libertad ha llevado a entender que lo único reprensible en un político o en una persona con responsabilidades públicas sean los ilícitos penales y, en menor medida, los civiles y administrativos. Aunque no siempre es así; la corrupción, v. gr., tiene grados de tolerancia sociales, en bastantes casos, totalmente intolerables.

¿Pero quién nos gobierna, quién ejerce los cargos públicos? Sencillamente una persona. Lo cual quiere decir alguien no escindible de su configuración moral. Ni siquiera de una aspecto de ella, la llamada vida privada. ¿Es indiferente que un cargo público sea, por ejemplo, infiel a su mujer? A efectos penales indudablemente sí. Pero los ciudadanos no somos jueces de asuntos delictivos. Si alguien es infiel a su mujer o a su marido, al padre o a la madre de sus hijos, a la persona que ve y trata con más cercanía, ¿por qué voy a creer que va a ser fiel a las promesas que haya hecho a los votantes con quienes no trata casi nunca? Puede que sea un buen gestor, ¿pero es esto suficiente?

¿Se trata de buscar héroes morales? Ciertamente no, pero el umbral de tolerancia tal vez deberíamos configurarlo pensado en qué tipo de personas nos gustaría tratar, a quiénes abriríamos la puerta de casa y confiaríamos asuntos importantes de nuestra vida, qué le pediríamos a un compañero o jefe en una empresa difícil,... y, sobre todo, tener en cuenta que un cargo público siempre tiene un papel de ejemplo social.

Las personas públicas, por cuanto tienen relevancia social, indican e invitan a determinadas formas de ser, son un factor importante en la configuración de una sociedad. No son un elemento más en la mecánica de un Estado, sino que ejercen también el liderazgo social. Pero los responsables sociales son también reflejo de una sociedad, expresan lo que ésta vive. La sociedad hace a sus líderes y viceversa. Y los círculos viciosos sociales los rompen las decisiones de las personas que no se resignan a la inercia de lo peor y se determinan a ir con otros cambiando las cosas.

martes, 10 de mayo de 2011

The company men

The company men (2010) de John Wells es una película de factura correcta, que se deja ver bien, que cuenta con estupendos actores y que, en contraste con Los lunes al sol de Fernando León de Araona, deja en evidencia al cine español, pese a no ser precisamente un trabajo brillante.

Este film nos cuenta la historia de varias personas que son despedidas de la misma empresa. Afronta ciertamente el problema del paro en un contexto de crisis económica, pero no solamente, el funcionamiento de la economía está también en el objetivo de la cámara. Y no lo hace de forma pesimista, bajo unos parámetros deterministas en los que los desempleados fueran simples víctimas pasivas del malvado sistema frente al cual lo único que cupiera fuera su destrucción o la sumisión. La cinta da unas pinceladas que subrayan elementos a potenciar.

Centrémonos en algunas. La familia, en sentido amplio y nuclear, aparece como un factor fundamental en la constitución de la sociedad y en la configuración y solidez de los individuos. Y en la familia destaca lo estrictamente matrimonial. Los individuos, pese a la importancia que tienen en la película, no parece que sean la célula de la sociedad, sino que lo es la familia. Y es que las personas individuales sin ella están sumamente indefensas y fácilmente quedan perdidas y con grave peligro de dilución en la masa.

El libre mercado no es puesto en cuestión. Tampoco el que tenga que estar regulado por unas leyes. Pero esto no es suficiente. Se precisa que haya moral y aquí tienen un papel fundamental las personas concretas, pues son ellas las que toman decisiones, las que ejercen su libertad, las que toman opciones morales o inmorales; y estas definen cómo sean los empleados y los empresarios.

Pero las personas individuales además han de actuar conjuntadamente, no de manera individualista, aunque sus decisiones sean individuales. Y esto indica que, además de la moralidad de las decisiones, es necesaria la inteligencia en la configuración de proyectos, el valor, la generosidad, etc. ¿Será preciso volver a hablar de virtudes?

Desde luego, todo esto no puede ser regulado por el Estado ni puede ser fruto de campañas publicitarias gubernamentalmente orquestadas; no parece que la ingeniería social sea la solución. La gran cuestión es si en un mundo "puramente" secular, sin Dios, es decir, sin el bien absoluto que trasciende toda circunstancia y condición y que da sentido a la moral, liberándola de todo relativismo y no dejándola abandonada al mero voluntarismo humano, sea posible.

Acaso ésta sea la gran carencia de la película. Pero, en cualquier caso y pese a que hubiera sido de desear mayor calidad artística y dramática, el espectador sale con la convicción de que el hombre gusta de adherir el bien moral, aunque con frecuencia no lo haga, y de que siempre hay motivos para esperar. ¿Sería esto posible si estuviéramos condenados al encierro de la inmanencia?

domingo, 8 de mayo de 2011

Antífona de Comunión DP-III.1 / Lucas 24,35

Los discípulos reconocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya (Lc 24,35).
El misterio divino nunca es un descubrimiento nuestro, Dios es quien nos da a conocer su intimidad y su acción para con nosotros. Lo hace en Jesús, Él nos desvela la Trinidad. Y donde esto se nos da en mayor transparencia es en el misterio pascual. La Eucaristía es, por tanto, el lugar de los lugares en que Dios se nos muestra y donde en fe lo conocemos, lo reconocemos.

Dios es misterio en sí mismo. Y, porque lo es, nuestra capacidad creatural de conocer está ciega para la intimidad trinitaria. La autocomunicación de Dios lleva consigo la capacitación del hombre para que pueda conocerlo como tal misterio. La Pascua es también el manadero de la fe y la pila bautismal es nuestro primer encuentro de comunión con el misterio de la Cruz y Resurrección del Señor. Si son posibles los actos de la fe y el acto de fe es por la fe en cuanto potencia para esos actos.

Toda la historia salvífica lo es de revelación y, por ello, toda ella apunta a ese misterio. Desde él es comprensible, pero, a la par, no está desligado de todo lo que le precede; sin lo anterior es incomprensible, la revelación es una unidad. Esto se da de manera especialmente intensa en la vida de Jesús; todos sus misterios remiten al Pascual y éste a los demás.

En la Eucaristía, conocemos a Jesús entero y enteramente dado, dándosenos. El Sumo Sacerdote es quien oficia el sacrificio realizado de una vez para siempre, es Él quien nos parte el pan, Él quien hace presente el sacrificio de la Cruz y, al hacerlo, hace que cobre actualidad, presencia, para nosotros el misterio divino.

Ahí se nos hace presente para que lo reconozcamos en su misterio pascual, en la fracción del pan.

viernes, 6 de mayo de 2011

De nuevo teología política

Os invito a leer un artículo que me han publicado en LD sobre un libro en torno a la teología política anglosajona.