domingo, 25 de septiembre de 2011

Camino de humildad (RB Pról. 4-7) – I

Ante todo, cuando te dispongas a realizar cualquier obra buena, pide con muy insistente oración que Él la lleve a término, para que quien ya se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, en ninguna ocasión se tenga que entristecer por nuestras malas obras [cf. Sab 4,8; 5,5]. Por tanto, hay que estar prontos a obedecerle con sus bienes en nosotros, para que no sólo no llegue alguna vez como padre airado a desheredar a sus hijos, sino que ni siquiera como señor temible, irritado por nuestros males, entregue, como siervos malvados, a la pena eterna, a quienes no quisieron seguirlo a la gloria [cf. Mt 18,32; 25,26].

Tras la invitación a escuchar su enseñanza para que sea realizable su determinación de dejar sus voluntades y ponerse al servicio del verdadero Rey, el maestro-padre da al lector-oyente, a ese hijo que va a ser gestado en su magisterio, su primera indicación.

Quien comienza el camino de renuncia y servicio no parte de la nada. Él ya ha oído la primera llamada y se dispone a proseguir el seguimiento que ya ha comenzado en la primera conversión. El bautizado, todo quien está en gracia, cuenta con una ingente riqueza que ha recibido de Dios y que lo dota para poder llevar a cabo la empresa a la que ha sido llamado. Desde el primero, todos los pasos son posibles por gracia, Jesucristo tiene siempre la iniciativa.

Pero no es lo mismo estar dotado que ser capaz de algo. Aquello con lo que contamos por naturaleza para que no se quede en virtualidad agostada, en un ex-futuro, en algo que pudo ser pero que se quedó en posibilidad con  el paso del tiempo muerta, necesita ponerse a tono, estar en forma de realización. Y a esto la vida de fe no hace excepción. De ahí la necesidad del maestro espiritual que, a través de la ascesis/entrenamiento pertinente, nos ponga en forma.

Y lo primero de todo para estar dispuestos, aparejados, prontos, para obedecer, gracias a los bienes que en nosotros Dios ha puesto, es la humildad... ¿o la oración?

Las virtudes y dones sobrenaturales son míos, pero siempre lo son como don, no como don-ya-dado, sino como don-en-donación. De los hombres recibimos cosas y dejan de ser del donante y no necesitan de él para ser lo que son; pero el amor de una amistad, que es don del amigo, es un manadero que no podemos controlar, ese amor solamente es nuestro cuando estamos ante él no como quien ya ha recibido, sino como quien está permanentemente en recepción, como quien no puede forzar, exigir o expropiar, sino como quien es enriquecido por el libre hontanar de amor del amigo.

Orar es estar abierto ante el manadero divino. Es el humus fecundo donde empieza a crecer la semilla recién sembrada, aunque haya que quitar cantos y espinos. Pero esa actitud orante, esa humildad, es  ya comenzar a limpiar la tierra de las propias voluntades, para poder obedecer la voluntad una. La humildad nos capacita, la oración lo es de un menesteroso mendigo de la gracia de Dios siempre necesitado.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

El árbol de la vida


El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) de Terrence Malick es una gran película. ¿Pero por qué? En ella, no solamente hay aspectos muy buenos, sino que cada uno en particular lo es y el conjunto no es simplemente la yuxtaposición de esas bondades, sino que da como resultado una excelencia no simplemente aditiva.

Quien busque belleza en el cine en esta película la puede encontrar. Los recursos cinematográficos son abundantísimos, fijémonos solamente en algunos. El movimiento de cámara se encuentra entre la cámara subjetiva y el plano secuencia en un equilibrio muy difícil de sostener. La luz de los exteriores se mantiene continuamente en el momento mágico. Los encuadres están estudiadísimos y, pese a los escorzos y la escasez de frontalidad y centralidad, no da la sensación de  escepticismo o relativismo, sino que trasmite una distancia no de indiferencia, sino de respeto, una invitación silenciosa al espectador. El trabajo de montaje es admirable por su inmensidad, rayana en lo homérico, y la calidad del resultado; me gustaría destacar los fundidos en negro, que no hacen perder en ningún momento el tempo de la cinta. Y más, mucho más.

El guión es sumamente meritorio y la narración, en la que nos encontramos probablemente con las mayores prolepsis y analepsis de la historia del cine, es un suave oleaje, una ligera brisa ondulando la hierba de la pradera. Hay momentos en que da la impresión de estar ante un director que hubiera empezado su carrera en el cine mudo. Y es que no son necesarias muchas palabras para contar, para expresar: los gestos, las miradas –sin buenas interpretaciones sería imposible–, los objetos en que se fija el plano, la disposición de un escenario, la puesta en escena, etc. son suficientes. Pero hay mucho que se dice no por interpretación –los distintos tipos de imágenes insuficientes que nos creamos de Dios, el incremento de la abstracción y la distancia a la realidad en nuestra posmodernidad,...–, sino con otros muchos recursos, como la construcción de unos personajes o el trasplante de un árbol a un entorno de metal y cristal.

Todo esto está por tanto en función de una palabra; Malick tiene algo que decir y lo dice. La gran pregunta del sentido de la vida, la pregunta por Dios es la película y la película es una gran oración. Y con qué elegancia y profundidad lo plantea al espectador. Hay películas muy explícitamente religiosas que da repugnancia verlas, porque en ellas no hay drama y, por tanto, no hay ni hombre ni re-ligación. Aquí sí, hay drama y no tragedia, porque en el sufrimiento, la culpa y la muerte se explícita la pregunta por el sentido de la vida, pero sin fatalidad, ni la muerte ni la culpa ni el sufrimiento tienen la última palabra.

Un hombre maduro entra en crisis existencial y se plantea la pregunta siempre presente, aunque muchas veces la tengamos silente o amordazada. El recuerdo de su pasado pone ante el espectador toda la realidad y cómo en ella está siempre quien tanto nos atrae, quien nos quiere seducir. En la pregunta,  hay una respuesta, sutil testimonio que se abre en esperanza de eternidad y que, en ningún momento, se impone al espectador. No se trata de catequesis, parece más importante mantener viva la pregunta en nuestro mundo. Y una pregunta es siempre la presencia de una respuesta que se insinúa, que se quiere dejar buscar, que nos acaricia para que la miremos.

En El árbol de la vida, la verdadera religiosidad está en juego. Por ello, la película es una bella y morosa glosa al libro de Job. Una glosa en la que belleza, bondad y verdad se reclaman; pero sobre todo está la atracción de la belleza, acaso porque nada se conoce y quiere si antes no se desea.

Es tanto lo que se puede encontrar en esta obra que es más para reposarlo que para escribirlo. Estoy ya esperando a que salga en DVD.

martes, 20 de septiembre de 2011

Rousseau y los tolerantes culturetas

En Les rêveries du promeneur solitaire (Los ensueños de un paseante solitario), refiriéndose a aquellos filósofos de la Ilustración que frecuentó en París, dice Rousseau:
Ardientes misioneros del ateísmo y muy apremiantes dogmáticos, sólo se enfurecían cuando alguien se atrevía a pensar de manera distinta en cualquier punto.
Al leerlo, no he podido por menos de pensar en tanto cultureta hodierno que blasona de tolerante; desde el siglo XVIII hay talantes que no han cambiado y es que unos son nietos de los otros. Aunque si comparamos en maneras, estilo, pluma, etc., a los del clan 15-M, por ejemplo, con aquellos ilustrados, podemos ver que determinadas posturas traen a la larga consecuencias, que éstos lo mejor que tenían era, en buena medida, una inercia de ese cristianismo que tanto quisieron denostar.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – III

El lector-oyente se encuentra en un diálogo nuevo, no solamente porque haya palabras nuevas, sino porque se halla fundado en la explicitud de la Palabra. En él hay ciertamente palabras, pero éstas no están sin más en un ámbito de sentido meramente humano; la inmanencia del lenguaje humano ha sido fecundada en el ámbito del misterio divino.

El primer paso no ha sido ponerse él a la escucha, sino que la llamada de Jesucristo, su palabra, lo ha puesto ahí. En un mismo momento, análogo al primero de la creación en que ser real y estar ante Dios se dan a la par, semejante al primer instante de la vida en que empezar a vivir es estar ya viviendo, se da la primera palabra y su escucha.

Y estar en la escucha es estar frente a lo escuchado, es el camino de la obediencia, del ob-audire: camino de retorno, de obrar por lo escuchado. El pecado es la lejanía, en tierras extrañas, a la casa del Padre, es salirse del ámbito del diálogo en el misterio divino. Y la llamada es posibilitarnos el camino de regreso re-situándonos en ese ámbito.

Esa situación empieza por ser pregunta a responder, llamada a secundar. El hombre es responsable porque es susceptible de ser preguntado, de modo que no puede no responder. La respuesta es libre, pero no puede dejar de responder. Y, por ello, está en la obediencia, porque tiene que responder, porque está como respondente frente a lo escuchado y cómo lo haga será por lo escuchado. Su respuesta será siempre u obediencia o desobediencia.

Y el maestro-padre, en un primer momento, lo invita a acoger su enseñanza en vaso vacío que ha de colmarse con su respuesta, la semilla ha de caer en el hondón de uno mismo para poder ser fecunda en la respuesta.

La obediencia en manos del guerrero es arma fuerte y luminosa, apta para la verdad y la bondad. Pero solamente en manos del guerrero, en la de quien ha decidido renunciar a sus voluntades, a purificar su corazón, para que toda su vida esté puramente ordenada al servicio del verdadero Rey, Cristo. Se trata de obedecerle a Él. El maestro-padre es solamente un servidor suyo para instrucción de quien ha decidido dejarlo todo y seguirLo.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La ley y Dios

Me han publicado hoy en Libertad Digital un artículo sobre un interesante libro. Si os interesa, podéis leerlo aquí.

jueves, 15 de septiembre de 2011

También en Twitter

Por si os es de utilidad, desde hace unos días, podéis seguir las entradas del blog por Twitter. El nombre es @GlosasM.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – II

El lector de la Regla es llamado hijo. Estamos en un proceso de gestación que va a tener lugar mediante la palabra, el ámbito propio del hombre. Pero es la del que ya ha nacido a una vida nueva; como cualquier niño necesita de una gestación extra-uterina.

Ha nacido ya a una vida nueva, es alguien que ha respondido a una palabra anterior, la del seguimiento de Cristo. Mas ni sabe cómo concretarla ni puede, esa vida tiene que ser desarrollada en brazos de la tradición, en el arrullo de al Iglesia; el maestro-padre no lo es si no está en esa comunión de vida. Y la madurez no se alcanza nunca por cuenta propia, aunque nadie pueda suplantarnos en el protagonismo del seguimiento. No sólo se camina con otros, sino también en brazos, de la mano, al lado,... y finalmente también llevando a otros. El maestro-padre, san Benito, lo es por gracia vivida, por fidelidad hecha sabiduría de madurez vital.

En el ámbito vivo de la palabra primera, en el que se está por la inicial respuesta de conversión, resuena ahora una nueva palabra, la del maestro-padre: "Escucha". Tal y como comienza el mandamiento principal (cf. Mc 12,29-31): no hay magisterio que no sea resonancia del llamamiento divino a su amor. Por ello, la escucha envuelve a toda la persona. Desde el centro de uno mismo, poniendo en atención a todo el ser en todas sus profundidades, es como hay que escuchar: inclinando el oído del corazón, poniendo la fruición de nuestra existencia en la enseñanza que se va a recibir.

Va a ser una lucha de afectos, un combate de vitales adhesiones. Quien escucha se ha determinado a renunciar a sus voluntades. Y es que su voluntad está herida de división por las secuelas del pecado. Solamente hay voluntad una cuando nuestra fruición ha sido depuesta totalmente en el único Dios. El mundo del pecado es un mundo de fragmentación, los ídolos siempre conforman panteón. Por mucho que haya uno que domine y en torno al cual se jerarquicen los demás, siempre está presente la marca de la ruptura.

Esto deja huella en nosotros, todo aquello en que hemos afectado nuestra persona nos regala con una profunda inercia existencial. Quien ha decidido renunciar a sus voluntades, a dejarlo todo para seguir a Cristo, tiene que purificar su corazón de todo afecto desordenado. Pobreza y obediencia van de la mano.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Retorno obediencial (RB Pról. 1-3) – I

Escucha, hijo los preceptos de un maestro e inclina el oído de tu corazón, acoge con gusto la exhortación de un padre solícito y cólmala eficazmente [cf. Prov 1,8; 4,20; 6,20; Sal 45,11; Eclo 51,16], para que, por el trabajo de la obediencia, retornes a Aquél de quien te habías apartado por la dejadez de la desobediencia [cf. Lc 15,11-31]. A ti pues, quien quiera que seas, que renuncias a tus propias voluntades a fin de militar para Cristo el Señor, verdadero Rey, y tomas la fortísima y preclara arma de la obediencia, se dirige ahora mi palabra [cf. 2Tim 2,3-4].
 En este comienzo del Prólogo, san Benito nos presenta condensadamente todo el drama que se va a desarrollar posteriormente y que no es otro que la misma vida del cristiano. Tres actores, que irán cobrando distinto peso a lo largo del texto, aunque no serán los únicos, salen a escena inmediatamente. La palabra la toma quien se define a sí mismo como maestro que da preceptos y como padre cumplidor de sus deberes como tal que dirige una palabra de exhortación. El lector fácilmente lo identificará con el autor de la Regla.

Pero no es él el más importante, su discurso inmediatamente dirige la atención a Alguien, a Cristo, que es presentado como Señor y verdadero Rey. Ese Señor –palabra en cuyo trasfondo bíblico encontramos la divinidad, el Aquél de estas líneas que abarca a las otras dos divinas personas y, ante todo, al Padre de la parábola llamada de El hijo pródigo– es calificado ahora, en este ambiente de obediencia, como verdadero Rey. Hay, por tanto, otros falsos. Personajes del drama que también tendrán su importancia, pero que ahora solamente encontramos implícitamente insinuados.

Sin embargo, la atención que el maestro-padre pone en Cristo, ya estaba en Él. El hijo es caracterizado como alguien que tiene la determinación de ponerse al servicio del Rey. Es a él a quien se dirige el discurso y, por tanto, es éste el lector ideal de la Regla. Lector que pueden ser muchos, que lo han sido a lo largo de la historia, y que tras el Prólogo, en la medida en que acepten esa palabra que ahora se les dirige, convergerán en un nosotros con unas características que se irán perfilando.

Ciertamente podemos acercarnos a esta fuente de vida cristiana de muchas maneras. El que busca gusto espiritual, el curioso ávido de lecturas, el estudioso,.... pueden tomar el libro en sus manos y pasar sus páginas línea tras línea, pero aquí se trata de escuchar.

[En la medida de lo posible, aunque no sea un gran latinista, procuraré presentar mi propia traducción. Entre corchetes, procuraré poner solamente pasajes bíblicos, aunque sería también muy interesante dar referencias patrísticas, pero creo que esto haría demasiado pesado el comentario en un blog]

Ramona Estévez

El caso de Ramona Estévez es similar al de Eluana Englaro y al de Terri Schiavo. Llamativamente, pese a ser el presente más cercano, por ser española, sin embargo, su repercusión en los medios de comunicación ha sido notablemente menor. Esta pérdida de interés creo que se dio también en el caso de Eluana respecto al de Terri. Nos estamos acostumbrando, nos están acostumbrando. Y es que parece que lo que interesa es lo chocante, no lo de suyo importante. Creo que una de las mejores cosas que podemos hacer es educar nuestra atención, para no ser esclavos –en este caso bajo la trampa de lo chocante– del cebo que nos quieran poner.
Lo que pueda decir sobre este caso lo dije en un artículo sobre Eluana en el que encontráis una remisión a uno sobre Terri.