sábado, 31 de diciembre de 2011

75 años de la muerte de Unamuno, el poeta de la inmortalidad

Santiago Mata, en La Gaceta, ha escrito un artículo homónimo sobre la muerte de Unamuno, tal día como hoy hace 75 años, en el que ha tenido a bien citarme, aunque no sea muy preciso.

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VIII



Una vez planteados los dos polos del camino –el origen del mismo, que es Dios buscador del hombre, y el destino, que es Dios divinizador de él– para ser retomados y, al hacerlo, retomarse a sí mismo, al lector-oyente, que se encuentra entre ambos, solamente le queda recorrer esa distancia. A quien comenzó la lectura de la Regla en la distancia, se le presenta la ocasión de ponerse entre esos dos puntos, esto es, es momento de re-situarse. Si se confirma en la foraneidad, podrá continuar la lectura, pero será solamente un turista de ella, por sesudo que sea el recorrido; aunque siempre puede ser sorprendido en algún recodo de sus páginas que lo lleve a retomarla desde su principio como verdadero oyente.

Mas, a quien se quiere peregrino de ese camino, sólo le resta una posibilidad para vivir en la patria del caminante: caminar. S. Benito también nos lo había dicho. Ahora, con una imagen evocadora de la salida de la servidumbre en Egipto (cf. Ex 12,11), invita al lector a ceñirse para emprender la marcha, para dar comienzo a este éxodo que, haciéndole dejar la esclavitud del pecado y todo afecto desordenado, lo lleve a la tierra prometida: «ver a Aquél que nos ha llamado a su Reino».

Es un camino de fe viva o, lo que es lo mismo, operativa en el amor. Los pasos que hacen avanzar son las buenas obras, pero no nacidas del capricho, sino la observancia de ellas. Si se hacen, no ha de ser por ocurrencia, sino porque la bondad me demanda realizarla, es guardar, cuidar lo que ante mi pone la voluntad divina en muchas maneras. Unas veces con inequívoca claridad, otras con la necesidad del discernimiento.

Pero todo con la guía del Evangelio. Ésta es la columna de nube que por el día guía, ésta es la columna de fuego que por la noche evita la desorientación (cf. Ex 13, 21-22). Y el Evangelio es el Señor que va por delante en el camino: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24).

Y la llegada a la patria como mérito. Llegar sólo es posible por la gracia, pero, tal es el don divino,  que lo que agraciadamente realicemos será mérito.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VII


Y S. Benito se pregunta: «¿Qué hay para nosotros, hermanos carísimos, más dulce que esta voz del Señor que nos invita?».  En su Proslogion, dice S. Anselmo que creemos que Dios es aquello mayor de lo cual nada podemos pensar. Y la llamada divina, las mociones del Santo Espíritu, tienen también un sabor inconfundible con cualquier otra cosa.

Lejos de situarse en un problema de esgrima racional, el maestro-padre nos pone aquí en un ámbito de discernimiento distinto, en el del sabor, en el de la sabiduría. El que quiere seguir a Cristo va a tener que ser un maestro en el arte del conocimiento de su voluntad, pues la invitación inicial que se le ha hecho no lo es sino a ir eligiendo en todo momento esa misma voluntad en lo concreto de la vida, en cada situación que demande de nosotros una respuesta.

Ciertamente no todas las decisiones van a ser del mismo cariz. Unas están inscritas en otras más importantes y las ramas más gruesas están unidas al común tronco, a la decisión fundamental, la de dejarlo todo y seguir a Cristo.

La certeza vital que deja la llamada, ese suave sabor, esa paz, queda como un subsuelo sobre el que vivimos. Sobre él, está la vida –la de padre o madre, la de monje, la de presbítero,...– como suelo en el que van teniendo lugar las pequeñas llamadas y opciones. Y el lenguaje divino que se nos da en la desolación y consolación espirituales tiene siempre ese trasfondo primigenio del sabor del primer y radical primer encuentro, con el que todo lo demás tiene que estar en armonía; lo disonante no será de Dios.

Comenzar a caminar es empezar a familiarizarse con ese lenguaje divino, el maestro espiritual habrá de enseñarnos a conocerlo: «He aquí al Señor, en su paternal ternura, mostrándonos el camino de la vida».

viernes, 23 de diciembre de 2011

lunes, 19 de diciembre de 2011

¡Feliz Navidad!



Rezo para que, a todos los contertulios del blog, la celebración del nacimiento del Señor os llene de gozo y para que Él os bendiga el próximo año.


[El Belén y la foto son gentileza de una lectora del blog]

domingo, 18 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - VI



En el Evangelio, el poder de la oración se encuentra fundamentado en la bondad de Dios (cf. Mt 7,7-11; Lc 11,9-13). Si nosotros, siendo pecadores, nos dejamos conmover por la petición de algo bueno que alguien necesita y que nosotros podemos dárselo, con cuanta más razón podemos esperar los dones de divina bondad que le pidamos al Padre.

La verdad de la bondad divina, de su misericordia, conocida en la fe nos hace presente su belleza que, en atracción de esperanza, nos mueve a pedirla. Cuanto más purificado se halla el corazón, más patente es la presencia de la belleza de la bondad divina en su verdad y, por ello, su atractiva moción se va haciendo más diáfana. De modo que la oración deja de ser, poco a poco, una simple reiteración de actos, con la interrupción propia entre uno y otro, para dar lugar a la oración sin intermisión; la vida se convierte en un solo acto de oración que no queda interrumpido ni por el sueño ni por la multitud de solicitudes de la vida cotidiana, pues todo queda asentado en carne viva de deseo ante el Padre: también las pequeñas oraciones.

Pero esa poderosa oración, que alcanza cuanto espera, si bien tiene su orto en la bondad divina, está condicionada a la obediencia. Es decir, a nuestra implicación en el diálogo amoroso que Dios gusta de entablar con nosotros.

El orante verdadero cree en Cristo, vive de Cristo y en su nombre, en Él, pide (cf. Jn 14,12-14). Y la fuerza de la súplica está en esa comunión de vida con el Señor, pues es Él quien ora por nosotros al Padre: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad» (Jn 14,15-17). El Emmanuel, el Dios con nosotros, nos alcanza la presencia divina en el Santo Espíritu.

Con razón el padre-maestro S. Benito pone en boca de Dios estas palabras: «Y cuando hayáis hecho esto, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos hacia vuestras peticiones, y antes de que me invoquéis, os diré: "Aquí estoy"».

La oración continua se hace oración de unión. Al configurarse con la voluntad divina, el verdadero discípulo solamente desea y quiere lo que Dios quiere. La oración, siempre voz de la debilidad humana, se ha hecho puramente expresión de la eterna voluntad del Padre, que está en el cielo.

[La foto es gentileza de una contertulia]

sábado, 17 de diciembre de 2011

Sólo mundo


Te prendía como hiedra
porque temía morir
creía que suelta nube
de las manos partirías
...yo también.

Pero sigues ahí quedo,
huero vaho de vacío,
...y real.

viernes, 16 de diciembre de 2011

domingo, 11 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - V


Querer lo deseado, querer la divinización, es responder con uno mismo. Y a ése le está diciendo Dios en la Escritura: «aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela» (Sal 34(33), 14-15). ¿Y qué quiere decir esto?

Ciertamente cumplir los mandamientos, vivir conforme a las tablas de la Tora divina, como había hecho aquel joven (cf. Mt 19,16-22) que se acercó a Jesús con interés por saber qué había de hacer para heredar la vida eterna, la «vida verdadera y perpetua». Al menos en relación a la segunda tabla, en relación a los mandamientos que se refieren a los hombres. Pero la tabla que se remite a Dios, en ese pasaje evangélico, queda identificada con el mismo Jesús. Por eso, el deseo de vida eterna, el apetito de divinidad, se resuelve en el seguimiento de Cristo, que es nuestra paz (cf. Ef 2,14): «Busca la paz y síguela». He ahí la guía para dar en el blanco existencial.

Quien quiere ser perfecto, ha de dejarlo todo y seguir a Jesús (cf. Mt 19,21; Mc 1,18.20; Lc 5,11), quien quiere seguir la paz no puede andar mirando atrás (cf. Lc 9,62); el seguimiento es de una total radicalidad: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8,34).

Quien busca la paz, se encuentra con Cristo, pero para seguirle, para seguir la paz encontrada es preciso negarse a sí mismo y cargar con la cruz. El que hace de su «yo», de él mismo, un amén descubre que está llamado a una vida cultual, sacrificial.

El verdadero discípulo recibe una llamada a unirse al sacrificio de Cristo, que es culto al Padre y salvación de los hombres. Pero la víctima tiene que ser pura, de ahí la llamada a negarse a sí mismo, a purificarse de todo pecado y afecto desordenado, a desasirse  no simplemente de cosas materiales, sino de la figura de uno mismo configurada sobre los falsos dioses, moldeada desde la soberbia. Y así poder cargar con el mal del mundo, con la cruz, y subir tras Él a ser, sobre el Calvario, víctima con la única verdadera Víctima del único Sacrificio redentor.


[Foto por gentileza de una contertulia]

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Con otro enfoque

Mañana martes 6, si Dios quiere, me harán una pequeña entrevista sobre mi libro El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno en el programa de Intereconomía TV Con otro enfoque. El programa creo que se emite de 19:00 a 20:30; me parece que a mí  me "torturarán" a partir de las 20:00.

El programa ya lo han colgado de su página web. La mini entrevista aparece a partir del minuto 12:30.
Para VER y para DESCARGAR.

martes, 6 de diciembre de 2011

En El primer día de COPE

El próximo domingo, 4 de diciembre, en el programa El primer día de COPE, entre las 8:30 y las 9:00, saldrá una mini entrevista que me han hecho sobre El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno.
Ya lo han colgado de la web, lo podéis oír pinchando AQUÍ.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Verificación de la llamada (RB Pról. 14-21) - IV




Y si al resonar la llamada en tu interior te haces un amén, entonces «Dios te dice». El maestro-padre no ha escrito en la Regla «Dios dice». No son unas palabra dirigidas «a los que la presente vieren y entendieren», sino a un , que, por medio de su afirmación a la palabra recibida, se ha hecho tal. Mientras estamos en la invitación, no somos del todo un tú ante Dios, pues sólo lo somos en cuanto estamos en la pasividad de estar siendo llamados. Esto parece quedar subrayado, en este prólogo de la Regla, unas líneas antes cuando la pregunta queda en una cierta impersonalidad: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?».

Pero, al responder «yo» ante Dios, ese yo se dilata, por quedar convertido en tú de conversación celestial, al entrar con determinación en el diálogo divino al que estaba invitado. Entonces, siendo para Dios , con sorpresa se descubre que Él quería también hacerse para mí un . Y, con mayor sobrecogimiento, cuando se considera que, para que ese mutuo tuteo no quedara eternamente frustrado, se ha hecho hombre el eterno Hijo del Padre y ha muerto en Cruz para resucitar como primicia.

Y todo siempre resulta afirmación de esa, si se me permite el bruto vocablo, tuidad. Entrar en el diálogo divino, no solamente no es derelicción de la propia libertad, sino su máxima posibilidad y acrecentamiento. Dios no hace sino darle mayor firmeza: «Si quieres tener vida verdadera y perpetua, aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela» (Sal 34(33), 14-15). Siempre si se quiere.

El lector-oyente no puede por menos que recordar tantos pasos evangélicos en los que, lejos de enfrentarse a la coacción, el interlocutor queda enfrentado por Jesús a la libertad; la responsabilidad, el tener que responder no desaparece nunca. En el ámbito de gracia, decidimos permanecer en él, continuar como Adán podría haberlo hecho en el Edén en que fue creado, o bien salir de él por la negación, en la forma que sea, de Dios.

[La fotografía es gentileza de una contertulia del blog]