domingo, 26 de febrero de 2012

Obediencia atemperada (RB Pról. 35-44) - I


Al terminar estas palabras, el Señor espera que cada día respondamos, a estas santas exhortaciones suyas, con obras [cf. Mt 7,28]. Por esto se nos otorgan como tregua los días de esta vida, para la enmienda de lo malo, como dice el Apóstol: «¿Es que no sabes que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia?» [Rm 2,4]. Pues el Señor con paternal solicitud dice: «No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva» [Ez 33,11]. 
Habiendo preguntado al Señor, hermanos, sobre el morador del tabernáculo, hemos escuchado el precepto para habitar ahí; con tal que cumplamos el deber del morador. Por tanto, hemos de preparar nuestros corazones  y nuestros cuerpos para militar en la santa obediencia de los preceptos. Y como no es posible para nuestra naturaleza, pidamos al Señor que se digne otorgarnos la ayuda de su gracia [cf. 1Re 3,7-9]. Y si, huyendo de las penas del infierno, queremos llegar a la vida eterna, mientras hay tiempo para ello, y somos en este cuerpo, y hay posibilidad de cumplir todo esto a la luz de esta vida [cf. Jn 12,35], hay que correr y obrar ahora lo que para siempre nos aprovechará [1Cor 9,24].
 Una vez que el Señor ha respondido a nuestra necesidad de saber qué hacer para poder entrar en su templo, ciertamente en celeste, pero también en el central camarín del santuario divino que somos nosotros ya en esta vida, queda en silencio.

La pregunta que le habíamos hecho, en nuestro recorrido de la Regla de S. Benito como oyentes, no nacía sin más de nosotros, sino que surgía en un diálogo que había nacido en la iniciativa divina. Ahora este vital coloquio continúa. Quien ha hablado calla para que su interlocutor prosiga, dé respuesta a lo recién escuchado. No es el silencio de quien concluye, sino del que espera prolongar el diálogo; ni qué decir tiene que en esta vida, pero para que lo sea por toda la eternidad.

La admiración del oyente-lector ante la enseñanza del divino maestro no es paralizadora, sino que abre espacio para la libre respuesta obediencial. Cotidianamente, en todo momento y lugar, el diálogo ha de continuar con hechos, pues solamente el que escucha sus palabras y las pone por obras es el que está sólidamente edificado sobre la Roca. ¿De qué sirve conocer las reglas del arte de la vida, si no vivimos conforme a ellas?

sábado, 25 de febrero de 2012

Una cuartilla

Sobre el papel la tinta,
de un pincel huella de su fugaz paso,
mecidos juncos negros,
viento de estrellas prietas,
en un lago blanco, palabras, letras.

domingo, 19 de febrero de 2012

La vía del guerrero (RB Pról. 22-34) - VII


Sobre esas tres premisas, con esas tres dimensiones del obrar, se está asentado sobre la roca firme, que es Cristo. Cuando se dice ahora «¡Señor, Señor!», se dice con verdad, porque no solamente se escucha la palabra, sino que se pone por obra plenamente. Ni la escucha está distorsionada por los afectos desordenados del corazón ni la acción, por poco que sea, busca otra finalidad que no sea alabar y servir a Dios.

Sobre esa Roca, el mundo es transparente; toda situación, toda realidad, todo encuentro se muestran en lo que Dios quiere que sean y quiera en ellos decir. Y, desde esa cimentación, la respuesta vital a esa palabra recibida es amorosa acción, es obrar divinamente.

Ahora, cuando no hay puesta ninguna esperanza de firmeza en lo que no sea Dios, cuando la humildad no opaca el poder de la gracia en nosotros, entonces nada tambalea al guerrero. Serán múltiples los ataques que reciba, pero por grandes que sean los torrentes de tentaciones, por fuertes que sean los vendavales de pensamientos, por enérgicos que sean los males que arremetan contra él, podrá vencerlos sin trabar combate, en humilde quietud sobre la Roca. Ahora lucha sin luchar, pues no necesita salir de su humildad, está donde debía haber estado siempre.

Ese permanecer en ese rocoso aquí y ahora es activísima acción, porque en la humildad su amor es puro. Pero aún no ha llegado al cielo. Su vida seguirá siendo lucha y habrá de tener siempre presente que Adán en el Edén comió del fruto prohibido.
Un día, el abad Macario volvía del pantano a su celda llevando palmas. Y salió a su encuentro el diablo con una guadaña. Intentó herirlo con la guadaña pero no pudo. Y entonces le dijo: "Macario, sufro mucho por tu causa, porque no te puedo vencer. Hago todo lo que tú haces: tú ayunas y yo no como, tú velas y yo no duermo nunca. Sólo hay una cosa en la que tú me superas". "¿Cuál es?", le preguntó el abad Macario. Y el demonio le respondió: "Tu humildad, que me impide el que pueda vencerte".

jueves, 16 de febrero de 2012

Sobre la historicidad del cuarto evangelio



[Comparto con vosotros esta pequeña comunicación que me tocó hacer ayer en un seminario sobre un punto del capítulo VIII de la primera parte del Jesús de Nazaret de JR/B-XVI]

El capítulo octavo, “Las grandes imágenes del evangelio de Juan” (I, 261-335), está compuesto de dos secciones claramente diferenciadas: “1. Introducción: la cuestión joánica” (I, 261-283) y “2. Las grandes imágenes del evangelio de Juan” (I, 283-335). Por el número de páginas que abarca es el más extenso de las dos partes en que se divide el conjunto de la obra. ¿Pero es el más importante? Desde luego es uno de los más significativos. Veámoslo con la premura que nos impone el formato del seminario.

La finalidad del Jesús de Nazaret de JR/B-XVI es clara: «he intentado presentar al Jesús de los Evangelios como el Jesús real, como el “Jesús histórico” en sentido propio y verdadero» (I, 18) y ello «con el fin de favorecer en el lector un crecimiento de su relación viva con Él» (I, 21). La finalidad pastoral se apoya en la verdad de Jesús y con ese «Jesús real» se puede mantener una relación viva. En el caso de Jesús, lo histórico en sentido propio y verdadero no queda, por tanto, en el pasado. Pero además el Jesús histórico tiene una presencia que no se identifica con la que le da el mero recuerdo. Quien fue está realmente presente y por ello se puede tener con Él una «relación viva». Todo esto nos fuerza a preguntarnos qué entiende JR/B-XVI por historia.

El libro, además de su objetivo, tiene, como diría Ortega, un subsuelo, un suelo y un adversario. En el subsuelo del libro, para lo que ahora nos interesa, encontramos como componente central la comprensión de fe y de razón. Para JR/B-XVI, la razón es intrínseca a la fe, sin aquélla ésta no se da (cf. I, 15). En cambio, la razón puede darse sin fe, si bien aquélla esté abierta de suyo a ésta; lo cual no quiere decir que no haya concepciones de la razón que la entiendan escindida e incluso como enemiga o negadora de la fe. Este carácter racional de la fe posibilita un legítimo encuentro del cristianismo con lo helénico; por ello, habló Benedicto XVI en Ratisbona de «la profunda concordancia entre lo que es griego en el mejor sentido y lo que es fe en Dios según la Biblia» o de que «el patrimonio griego, críticamente purificado, forma parte integrante de la fe cristiana». Ahora bien, ¿qué es lo «griego en el mejor sentido»? ¿Cuál es «el patrimonio griego, críticamente purificado»?

Sobre este subsuelo, el suelo lo encuentra este libro, ante todo, en la comprensión que el Magisterio tiene de la exégesis bíblica, especialmente en la Constitución Dei Verbum y en el documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia (cf. I, 11-12), en la que encontramos un reflejo del carácter racional de la fe. Por ello, de distintas maneras y reiteradamente a lo largo de la obra JR/B-XVI dirá: «El método histórico –precisamente por la naturaleza intrínseca de la teología y de la fe– es y sigue siendo una dimensión del trabajo exegético a la que no se puede renunciar. En efecto, para la fe bíblica es fundamental referirse a hechos históricos reales» (I, 11).

El método histórico, todos los métodos, no son lo único de este suelo, necesitan para tener fecundidad exegética de más, de lo que propiamente pertenece a la fe; en abierta disputa con Bultmann dice nuestro autor: «La unidad de estos tres elementos constitutivos de la Iglesia –el sacramento de la sucesión, la Escritura y la regla de fe (confesión)– es la verdadera garantía de que  “la Palabra” pueda “resonar de modo auténtico” y “se mantenga la tradición”» (II, 121).

La unidad de fe y razón en lo hermenéutico se manifiesta en Cristo como clave de lectura de toda la Escritura; lo que será determinante en lo histórico: «La hermenéutica cristológica, que ve en Cristo Jesús la clave de todo el conjunto y, a partir de Él, aprende a entender la Biblia como unidad, presupone una decisión de fe y no puede surgir del mero método histórico. Pero esta decisión de fe tiene su razón –una razón histórica [historische Vernunft]– y permite ver la unidad interna de la Escritura y entender de un modo nuevo los diversos tramos de su camino sin quitarles su originalidad histórica» (I, 15).

Esta clave hermenéutica cristológica la va a centrar JR/B-XVI en dos puntos. El primero, la identidad última de Jesús, que es presentada en la “Introducción. Una primera mirada al misterio de Jesús”: «En Jesús se cumple la promesa del nuevo profeta. En Él se ha hecho plenamente realidad lo que en Moisés era sólo imperfecto: Él vive ante el rostro de Dios no sólo como amigo, sino como Hijo; vive en la más íntima unidad con el Padre» (I, 28). Esto es retomado en nuestro capítulo (cf. I, 312-314) explícitamente: «El punto central del que hemos partido en este libro, y al que siempre volvemos, es que Moisés hablaba cara a cara con Dios. […] La clave decisiva para la imagen de Jesús en el Evangelio de Juan se encuentra en la afirmación conclusiva del Prólogo: “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Sólo quien es Dios, ve a Dios: Jesús» (I, 313). En el evangelio de Juan, que centra la atención de nuestro capítulo, a diferencia de los sinópticos en que la identidad parece oculta bajo la humanidad (cf. I, 261), «la divinidad de Jesús aparece sin tapujos» (I, 262). ¿Será esto un impedimento para la historicidad?

El segundo punto lo tenemos en la misión de Jesús, que es presentada en el primer capítulo dedicado al Bautismo del Señor y que queda expresada así en la segunda parte: «Jesús, ese “uno”, muere por el pueblo: se vislumbra así el misterio de la función vicaria [das Geheimnis der Stellvertretung], que es el contenido más profundo de la misión de Jesús» (II, 203). En nuestro capítulo, esto emergerá en algunas de las imágenes joánicas tratadas, en esas grandes metáforas en labios de Jesús (cf. I, 296-297, 317, 319, 322, 328). ¿Será la literatura, sus figuras y recursos, incompatibles con la historicidad?

¿Y quién es entonces el adversario del libro? Ciertamente, como acabamos de ver, no lo es el método histórico-crítico, porque la razón, la razón histórica como explicita JR/B-XVI, es algo intrínseco a la fe. Podríamos decir, permítaseme la paradoja, que el adversario es la helenización de la exégesis y que nuestro autor lo que lleva a cabo es un titánico esfuerzo de deshelenización.

En el susomentado discurso de Ratisbona, Benedicto XVI señala que la concepción moderna de la razón se basa «en una síntesis entre platonismo (cartesianismo) y empirismo, confirmada por el éxito de la técnica. Por una parte, se presupone la estructura matemática de la materia, por decirlo así, su racionalidad intrínseca, que hace posible comprenderla y utilizarla en su eficacia práctica: este presupuesto de fondo es, por decirlo así, el elemento platónico en el concepto moderno de la naturaleza. Por otra, se trata de la posibilidad de explotar la naturaleza para nuestros propósitos, y en este caso sólo la posibilidad de controlar la verdad o la falsedad a través de la experimentación puede llevar a la certeza decisiva». Dos consecuencias se derivan de esto; por un lado,  que todo lo que se quiera considerar ciencia, incluidas la historia, la exégesis y la teología, tendrán que conformarse al criterio de certeza que se deriva de esta convergencia de matemática y método empírico. Por otro, que todo aquello que no pueda comprenderse aquí, empezando por Dios, queda excluido como a-científico o pre-científico y recluido en lo subjetivo.

El problema no es el método histórico, sino la idea de razón desde la que se aplica y la concepción de historia que va a la par con ella. Desde ahí, escindido un supuesto “Jesús histórico” de un presunto “Cristo de la fe”, solamente caben dos opciones: o quedarse con lo que se alcanza con certeza “científica” prescindiendo de lo demás o bien sólo con lo subjetivo, es decir, o un fósil de Jesús reconstruido a base de hipótesis o una fantasiosa imaginación gnóstica descarnada de todo factum histórico. Pero en ambos casos, se deja de lado lo que es histórico por partir de un concepto erróneo de historia (cf. I, 272), cuyas raíces están en una idea de razón y habría que decir que también de lo que sea la realidad, metafísica por tanto; son dos caras de la misma moneda. Pero además, en el segundo supuesto es más claro, el concepto de fe también es falso: «Una fe que deja de lado lo histórico se convierte en realidad en “gnosticismo”» (I, 272).

JR/B-XVI no va a hacer frente, en nuestro capítulo, al concepto de historia, si bien se pueda vislumbrar a lo largo de toda la obra cómo implícitamente se apuntan algunos elementos con los que se podría pergeñar uno; su preocupación está en la historicidad del texto del cuarto evangelio, en afirmar que no es una construcción teológica sin nexo directo con lo acontecido (cf. I, 262, 267, 270 y 273). De modo que el pulso se mantiene, en estas páginas, sobre todo con Bultmann y toda tentación gnóstica. Y así, en la primera sección, se ocupará de dos cuestiones estrechamente ligadas: el autor del evangelio (I, 265-270) y la fiabilidad histórica de éste (I, 270-279).

Apoyándose en Die johanneische Frage. Ein Lösungsversuch (Tubinga 1993) de Martin Hengel, JR/B-XVI va a señalar los elementos que definen la historicidad del evangelio joánico y, por extensión, podríamos decir que también de los sinópticos. En primer lugar y antes de acudir a este autor, se señala un concepto erróneo de qué se entienda por carácter histórico de un texto: «Si por “histórico” se entiende que las palabras que se nos han trasmitido de Jesús deben tener, digámoslo así, el carácter de una grabación magnetofónica para poder ser reconocidas como “históricamente” auténticas, entonces las palabras del Evangelio de Juan no son “históricas”» (I, 272; cf. I, 274 y 279). Lo histórico de un texto es más que aquello a lo que se puede llegar con el concepto de ciencia indicado. Lo cual apunta a que la historia comprende una realidad más amplia que la abarcable de esta manera.

Y añade: «La verdadera pretensión del Evangelio es la de haber transmitido correctamente el contenido de las palabras, el testimonio personal de Jesús mismo con respecto a los grandes acontecimientos vividos en Jerusalén, de manera que el lector reciba los contenidos decisivos de este mensaje y encuentre en ellos la figura auténtica de Jesús» (I, 273). Frente a lo registrable en un aparato –«la cara externa de los sucesos» (I, 274)–, lo importante es el contenido; lo que apunta a lo propiamente humano en la historia (cf. I, 276-277).

Partiendo de los factores que Hengel considera importantes en la composición del cuarto evangelio, JR/B-XVI establece dos parámetros para la definición del tipo de historicidad del texto evangélico, dejando aparte la óptica teológica del autor sagrado. En primer lugar, la realidad histórica y la memoria personal; aquí es donde cobra peso lo examinado sobre el autor del evangelio: «Puedo suscribir la conclusión final que Peter Stuhlmacher ha sacado de los datos aquí expuestos. Para él, “los contenidos del Evangelio se remontan al discípulo a quien Jesús (de modo especial) amaba. Al presbítero hay que verlo como su transmisor y su portavoz» (I, 270). En segundo lugar, la tradición eclesial guiada por el Paráclito: «El Evangelio procede del recordar humano y presupone la comunidad de los que recuerdan, que en este caso concreto es la “escuela joánica” y, antes aún, la comunidad de los discípulos. Pero como el autor piensa y escribe con la memoria de la Iglesia, el “nosotros” al que pertenece está abierto, supera la dimensión personal y en lo más profundo es guiado por el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de la verdad» (I, 278-279). Aquí se dirige la atención hacia un tercer momento a tener en consideración en la historia de Jesús, el contenido no es solamente humano y es ahí donde se halla la clave de lectura del evangelio (cf. I, 280-281, donde el autor remite a Jn 1,16-18 y a Dt 18,15; 34,10), que es coincidente con la primera mirada que se hizo al misterio de Jesús en la introducción del libro.

Como la preocupación de JR/B-XVI es el carácter histórico del texto, lo decisivo en su reflexión es el puente de tres ojos que une la realidad histórica (geschichtliche Wirklichkeit) al texto:  (1) el recordar de testigo e Iglesia (2) en la tradición (3) guiada por el Espíritu (cf. I, 275-279). Lo acontecido evoca una palabra de la Escritura que permite descubrir el significado de lo sucedido y nuevos sucesos revierten sobre los pasados haciendo emerger de ellos su significación; todo ello bajo la guía del Paráclito. De modo que «el Evangelio es, como tal, “recuerdo” [„Erinnern”], y eso significa: se atiene a la realidad que ha sucedido y no es una composición épica sobre Jesús, una alteración de los sucesos históricos. Más bien nos muestra verdaderamente a Jesús, tal como era y, precisamente de este modo, nos muestra a Aquel que no sólo era, sino que es» (I, 279). Este carácter recordatorio se ve reforzado al subrayar nuestro autor que el cuarto evangelio está enraizado en el Antiguo Testamento (cf. I, 279-281) y que tiene carácter litúrgico (cf. I, 281-283).

Pero antes que en el evangelio escrito, esta dinámica en que sucesos y palabras se implican y explican mutuamente, aunque no lo explicite así JR/B-XVI, la encontramos anticipada en el mismo Jesús; la sección final del capítulo dedicada a las imágenes principales del evangelio de Juan nos lo ponen de manifiesto, sus dichos remiten a sus hechos y viceversa.

Y ya para terminar del todo con vuestra paciencia. En 1910, respecto al artículo de A. Loisy “Jésus ou le Christ”, escribió Unamuno: «Me parece, como en la mayor parte de los trabajos del eminente crítico, que quizás no haya sometido aún su concepción de la historia a una crítica lo suficientemente penetrante». Tal vez aquí esté una de nuestras tareas como teólogos, pensar qué es historia.

domingo, 12 de febrero de 2012

La vía del guerrero (RB Pról. 22-34) - VI


Es posible que la prueba más dura sea la lucha con el demonio meridiano, la acedía, pero el combate más complejo, más difícil de llevar a cabo sea con los logismoi de la vanagloria. Cuando el guerrero interior fatigado tras una lucha parece haber encontrado un momento de calma en la victoria, entonces se presenta sutil el demonio de la vanagloria.

Pero la dificultad no está simplemente en la sorpresa o en la debilidad tras la batalla vencida. Todos los logismoi, cada uno a su manera, actúan de igual manera, su ataque es contra las virtudes a ellos contrarias. La lujuria avanza contra la castidad, la avaricia embiste a la largueza, la soberbia alancea de frente a la humildad, etc. Por muy camuflado que sea el ataque, por mucho que no proponga abiertamente el mal patente, sino que se mimetice con un bien aparente, es ese pensamiento el que arrostra el combate. En cambio, el demonio de la vanagloria se sirve de nuestra escasa virtud: «Es más fácil vencer o precaverse de las otras pasiones que se oponen  a las virtudes contarías a ellas y atacan abiertamente, como en pleno día, que vencer ésta, que se desliza entre las virtudes y se entremezcla en el campo de combate y, luchando como en una noche oscura, engaña a los desprevenidos e incautos» (Juan Casiano).

Pero además, mientras que los otros pensamientos, por persistentes que sean, una vez perdida una batalla, se retiran en espera de nueva ocasión, en el caso de la vanagloria, como su alimento es nuestra victoria, si salimos airosos de uno de sus ataques, su derrota, que es nuestro triunfo, es usada por este demonio para atacarnos: «Es difícil escapar al pensamiento de la vanagloria; pues lo que haces para su destrucción eso mismo se presenta ante ti como nuevo motivo de vanagloria» (Evagrio Póntico).

Y cada nueva derrota es para este pensamiento ocasión para atacar de nuevo en celada: «Persigue con aspereza a sus vencedores, y cuanto más enérgicamente se lo destruye, con tanta mayor vehemencia tornará a la lucha, aprovechando el orgullo que provoca la misma victoria. Y tal es la astucia sutil del enemigo, que derrota con sus propias flechas al soldado de Cristo, a quien no puedo vencer con armas enemigas» (Juan Casiano).

De ahí que haya que aprender a no apropiarse de lo que en nuda humanidad no hubiéramos logrado, a saber que por nosotros mismos nada podemos y lo hecho agraciadamente no es algo que sobrepase nuestro deber: «Cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: "Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer"» (Lc 16,20). Todo, la fuerza con que luchamos y la victoria alcanzada, es don y gracia.

Y aquí, en esta lucha, es donde se acaba de aquilatar la perfecta humildad.






Entrevista en LD Libros


La entrevista que me hicieron en LD Libros la podéis escuchar AQUÍ a partir del minuto 29 aproximadamente.

jueves, 9 de febrero de 2012

La teología de un agonista coherente


Os invito a leer el artículo homónimo de Juan Antonio Cabrera Montero sobre mi libro El problema del sobrenatural en Miguel de Unamuno que ha publicado Libertad Digital.

Este sábado, por si os interesa, Mario Noya me entrevistará en su programa LD Libros de la emisora EsRadio. El programa se emite de 16:30 a 17:30.

domingo, 5 de febrero de 2012

La vía del guerrero (RB Pról. 22-34) - V



S. Benito sabe que el gran combate tiene lugar en el interior. Al inexperto en la vida espiritual le parece que la lucha está planteada por los objetos exteriores que lo tientan, pero no es así; tan ciego está que no se da cuenta de que, si son para él un problema, es porque interiormente las pasiones lo zarandean sin que se percate de ello.

Cuando empiezan a ser ego-distónicas, cuando empieza a tomar distancia de ellas y dejan de ser ego-sintónicas, entonces se puede iniciar una nueva etapa en el camino ascético. Es el momento para que el maestro espiritual le empiece a instruir en el combate directo con los logismoi. Se trata de un entrenamiento y, por ello, ante todo ha de ser práctico, pues el objetivo es aprender un arte, el de guerrear interiormente. Quien esté en esa situación y tenga quien le enseñe agradézcaselo intensamente  a Dios. Ni lo uno ni lo otro son frecuentes, menos que se encuentren.

Y esto, a diferencia de la instrucción que recibe cualquier soldado, no tiene lugar en la paz, sino que se aprende en medio de la guerra, en el frente de batalla. Aquí no hay retaguardia, el enemigo ataca de día y de noche, a tiempo y a destiempo, con frío o con calor,... Que nadie espere una tregua. Sólo hay paz en la hendidura de la roca, en el alcázar del Corazón de Cristo. Pero, aunque en el centro del tornado todo es quietud, no hay que olvidar que todo a su alrededor se agita.

Un logismós es un pensamiento, una imagen sonora, visual, olorosa,... o combinación de varias, que tiene lugar cuando la diánoia, lo discursivo del intelecto, ocupa el primer plano de la atención interior. Es ahí, en lo discursivo, no en el nous, no en lo intuitivo, donde se hacen presentes los logismoi. En el lugar de la dualidad, de la complejidad, de los pros y contras, de la dialéctica, de la fragmentación. Estos pensamientos tienen una componente afectiva que es la que arrastra nuestra atención y a nosotros tras ella, es gracias a lo pasional que nos pueden mover y nos agitan; o mejor dicho que nos incitan a movernos. Aunque por la inercia de tanto tiempo, todo tenga lugar con un gran automatismo.

Todo el aprendizaje girará en torno a la soledad, el silencio y la quietud: «Fuge, tace, quiesce». Al final, después de sufridos combates, tras una larga ascesis, cuando aún no hayan tenido tiempo de crecer, nada más nacer, podrá llevar los logismoi a la nada y estrellarlos contra la roca, que es Cristo. Y con ellos al maligno.
El gato acecha al ratón. La atención del hesycasta está puesta en el ratón de su espíritu. No te rías de esta comparación. Si lo haces es señal de que todavía no has entendido lo que es la paz interior (S. Juan Clímaco).

[La foto es gentileza de una lectora desde Alemania]

viernes, 3 de febrero de 2012

¿Y qué más?

Os invito a leer el artículo homónimo que, sobre un libro que trata del amor, la muerte y el tiempo, me han publicado hoy en Libertad Digital.