domingo, 27 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VII


Toda la Regla está escrita desde la tradición monástica, pero eso sí, enriquecida por la propia experiencia de S. Benito. Se recibe lo que nos entregan cuando de verdad se ha hecho propio. Y, en esa apropiación, hay variación en lo recibido, pues a ello se le añade, al menos, el haber sido vivido por alguien en una nueva situación. Hay personas que además, por la radicalidad de su experiencia, por los dones recibidos y la fidelidad a los mismos, aportan un notable progreso a la tradición.

Estas páginas son, por tanto, un testigo de la tradición monástica, pero, a la vez, testimonio de su autor. Mas, siendo esto así en todos sus rincones, sin embargo, hay momentos, no muchos, en los que su autor parece correr ligeramente el velo que cela su intimidad. Uno de ellos es éste.

El monje, en madurez de vida humana y espiritual, ante las dificultades que al bisoño se le presentan, pone delante de él la esperanza en carne de propia experiencia. El maestro-padre es alguien que ha progresado en un modo de vida, la monástica, y ha madurado en la fe; gracias a lo cual, por el camino, que antes costaba caminar, ahora se corre ligero con el corazón dilatado y saboreando la dulzura de un amor inexpresable con palabras, pues es el de Dios. Los mandatos del Señor, cuando uno se ha identificado con su amor, no es que sean simplemente llevaderos, es que uno se ha hecho uno con ellos. El amor hace posible el amor.

El corazón, tal y como lo entiende la Biblia, es ese centro del hombre en el que encuentran su armonía las propias facultades, todo lo que es uno mismo. Pero esto se da en cuanto el hombre está en comunión con Dios. El corazón limpio es el que está en sinfonía con su Creador, que lo llama. Y ése es quien puede ver a Dios.

Y puede verlo porque es visto, porque se deja mirar. Esta desnudez es su pequeña ofrenda, hecha posible por el paciente amor con que Dios ha ido venciendo ese temor y desconfianza que lo mantenían cerrado sobre sí mismo y mirándose a sí. Ya no se esconde asustado, al sentir la cercanía divina, tras los matorrales, sino que se abre totalmente a ser visto por ese Dios que musita su nombre. Su contemplación no es la mirada a algo externo, sino la presencia del mirar de Dios en él.

Es actualidad en él del amor divino. Por eso puede correr por el camino de sus mandatos, porque el amor ha dilatado su corazón.

domingo, 20 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VI


Con paternal solicitud, S. Benito nos dice que no huyamos del camino de la salvación vencidos por el miedo. ¿Y miedo a qué? El hombre tiene miedo a la muerte. Ciertamente a la fisiológica, pero la vida para el hombre es más que biología. Hasta el punto de que da la vida por lo que considera su Vida. El miedo a morir es, ante todo, el miedo a perder la Vida, lo que creemos que da plenitud y sentido a la vida y sin lo cual, ésta no merece la pena ser vivida.

La vida de fe es muerte, porque, por la VIDA, debemos perder la Vida y, si llega el caso, también la vida. Por eso a los inicios resulta angosto el camino, porque estamos aún aferrados afectivamente a lo que creíamos daba sentido a la vida. Y desprenderse de aquello a lo que uno está a-pegado es siempre doloroso. Sólo la esperanza en la VIDA nos da valor para soportar el dolor de perder la Vida.

Ese miedo al dolor nos mueve a huir y, como otra cara de la moneda, la esperanza en un gozo nos impulsa a buscar su posesión. Y con este juego el diablo nos tiene esclavizados (cf. Hb 2,14-15), moviéndonos de un lado a otro, sin que salgamos de esa prisión. El camino del guerrero es una vía de quietud, de permanecer, muchas veces a costo de grandes sufrimientos, indiferente ante el viento que agita nuestro interior y lo invita a huir o a coger.

Pero esa quietud en el centro de uno mismo, como el fiel de la balanza, sin ser movido por el temor al dolor de la pérdida ni por el apego al gozo de lo que no es Dios, lo es para poder emprender un camino ortogonal a ese plano, para ir más allá de esa barrera dentro de la cual Satanás nos quiere mantener encerrados.

Por ello, el maestro-padre nos hablará de esperanza, de la atracción de una fuerza mayor gracias a la cual podemos salir de ese campo gravitatorio. Para caminar, hay que poner la mirada más allá de nosotros.


[La foto es cortesía de una contertulia]

domingo, 13 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - V


Lo áspero, lo pesado, lo duro,... no es un fin en sí mismo. Por ello, al disponerse a instituir esa escuela del servicio divino, S. Benito quiere alejar fantasmas. En todo aprendizaje, hay esfuerzo, superación de dificultades, hasta momentos de sentimiento de frustración, sensación de que no se avanza –acaso la acedía sea una de las pruebas más duras en la etapa práctica del camino espiritual–, pero lo duro que se pueda encontrar en él no es el fin, todo eso está en función de la meta última.

Pero, aunque lo áspero no sea un fin, esto no es motivo para evitarlo cuando lo requiere, como medio, el fin al que se encamina la vida ascética. El fin del hombre es la alabanza y el servicio divinos, la purificación del corazón de todo afecto desordenado es algo que viene requerido por nuestro pasado pecador, pero, por sí mismo, es algo pasajero; nadie tiene vocación de purificar el corazón, sino de vivir con el corazón purificado para el fin para el cual ha sido creado.

De paso, S. Benito nos deja una interesante regla de discernimiento. Hay que saber distinguir los fines de los medios y, al elegir entre estos, hay que hacerlo de manera ponderada, sopesando razones, buscando el más adecuado para el fin perseguido, no por inercia o con precipitación.

Y todo ello será «con vista a la enmienda de los vicios o la conservación de la caridad». Es decir, no se trata solamente de la purificación individual, sino también de cuidar una sana vida fraterna, que solamente puede estar regida por el mandato del amor mutuo entre los hermanos tal y como el Señor nos amó. Y es que la maduración de la vida espiritual no puede ir desligada de la vida comunitaria. El cristiano siempre lo es con otros cristianos en la comunión de la Iglesia, no importa que esté en los rudimentos de la vida de fe o en las más altas cotas del amor.

El fin es hermoso, pero el camino a los comienzos, nos dice el maestro-padre, resulta angosto. Con afecto paternal, nos advierte de los peligros del miedo y, sobre todo, nos estimulará, como veremos, compartiendo veladamente su experiencia personal.


[La foto es cortesía de una contertulia]

viernes, 11 de mayo de 2012

Teología y política en el s. IV

Os invito a leer el artículo que me han publicado en Libertad Digital sobre un libro que trata de la teología política en la época del arrianismo.

domingo, 6 de mayo de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - IV


La palabra schola, traducida por escuela, fácilmente puede llevarnos a confusión. Ciertamente es escuela, pero también es un cuerpo de servidores y más concretamente de tropa de legionarios, por tanto, cuartel, y también lugar de entrenamiento. Cuerpo de servidores que son guerreros, donde se adiestran y mantienen en forma para la lucha. Desde luego no es un edificio ni es aprendizaje teórico, sino más bien práctico; al que no se acude individualmente cada día, sino del que se forma parte; cualificado por el servicio al soberano. Entrenamiento que, para unos, será aprendizaje de lo elemental y, para otros, mantenerse en condiciones y perfeccionar las artes y habilidades ya adquiridas.

Pero, en nuestro caso, es una escuela cualificada no por cualquier servicio, sino por el servicio divino, para servidores y soldados de Cristo, que es el verdadero rey. Quizás se trate de un genitivo de identidad; si fuera así,  podríamos traducirlo como «escuela que es el servicio divino». En ese caso, fácilmente se comprende que a servir se aprende sirviendo, que servir al Señor es aprender a servirlo y que se va sirviendo cada vez mejor según se va sirviendo.

Pero se tiene que aprender, no se trata de una floración espontánea. Por eso hay que instituir esa escuela, ese camino de aprendizaje, ese modo de vida en el que se va aprendiendo según se va sirviendo y se va sirviendo conforme se va aprendiendo, en el servicio, a hacerlo. De alguna manera es un método, es decir, un meta-odós, un camino-hacia, o mejor, un camino que es un caminar; no es la calzada, sino el marchar mismo, en una determinada manera, hacia aquello con lo que concluye este hermoso prólogo: «para que también merezcamos compartir su reino».

Y un caminar de quienes se ponen al servicio del rey, que necesitan serlo y, por ello, tienen que vivir como tales. Esta expresión de S. Benito, «escuela del servicio divino», que evoca en el lector la palabra griega leitourgía (liturgia), servicio público, y la pasión de Cristo (cf. Mc 10,45), que aparece en esta parte final –«participaremos de la pasión de Cristo»–, no pueden por menos de hacernos pensar que se trata de un modo de vida cúltico, oblativo, sacrificial.

S. Benito se dispone a instituir un modo de hacer verdad, de realizar en cada uno, la llamada evangélica: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). El verdadero guerrero es un liturgo.

[La foto es cortesía de un contertulio del blog]