sábado, 30 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (3)

S. Benito no es el primero que haya prestado atención a las distintas clases de monjes, ya lo hicieron Casiano, S. Jerónimo, S. Agustín,... Ni tampoco podemos decir que sea exhaustivo o de un extraordinario rigor histórico. Ser original o buen catalogador no es algo que esté en el centro de su atención. Lo que le importa es ir perfilando el tipo de monje en el que se va a centrar el resto de la Regla.

El capítulo, tras una frase introductora, aparece claramente organizado en dos partes, los buenos monjes y los falsos, y una conclusión. El tono en uno y otro caso es distinto. En la primera tabla del díptico la sobriedad descriptiva está aderezada con un léxico en el que destaca la terminología guerrera, con la que el lector fácilmente encuentra vinculados a los cenobitas y ermitaños con el prólogo recién concluido. En la última bina, el autor se explaya algo más, aunque sin excesos retóricos, e implacablemente califica a los impostores que, por la ausencia de rasgos marciales, también quedan desvinculados de las páginas anteriores.

Sin embargo, la cercanía en el texto de unos y otros hace que los indeseables cumplan una función que va más allá de ser descartados no sólo por el autor, sino también por el lector. Todos sirven para ir dibujando los rasgos monásticos que, con el paso de los capítulos, se irán desarrollando, pero que, ante todo, habrán de alcanzar madurez en quien quiera seguir esta vía monástica y en la comunidad de que forme parte.

El autor de la Regla no sólo ha emparejado por autenticidad o no a los monjes, sino que también ha establecido un juego de antagonismo entre cenobitas y sarabaítas, entre eremitas y giróvagos. Y todos ellos al servicio del género monástico más brevemente, en primera apariencia, descrito: el monasterial, aquél que sirve bajo una regla y un abad. Todo lo que venga después en este librito no será sino una explanación de esta breve frase.

Pero antes, el lector va a encontrar, en este juego de parejas, una primera aproximación a qué sea un cenobita.

domingo, 24 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (2)


Ya avanzada la Regla, en el capítulo LVIII –si Dios quiere, ya habrá ocasión de leerlo con alguna atención–, se dice que, a quien llama al monasterio con el deseo de llegar a ser monje, se le deje bien claro desde el principio qué se va a encontrar y se le dé a leer en integridad este pequeño libro que andamos comentando. S. Benito está interesado en la verdad y en la verdad de vida, en la autenticidad, ha de estarse desde el primer momento.

Un compromiso no es una hoja en blanco, por mucho que sea imposible prever los detalles con que la vida nos vaya sorprendiendo. Pero no se trata de predecir y aceptar una biografía, sino de comprometerse con un modo de vida desde el que quedará configurada una personalidad. El monasterio no es una secta y, por ello, el gran maestro de monjes quiere que se sepan, desde un primer momento, todas las reglas del juego. Las situaciones que se presenten en el futuro serán muy variadas, impredecibles, pero habrá que jugarlas de una determinada manera. Siendo el sentido de la vida del monje uno, en cada momento ha de encontrar el sentido que le demande cada situación en orden a ese fin y habrá de hacerlo conforme a un modo de vida.

Otro tanto cabría decir de quien llama a las puertas de la Iglesia queriendo ser cristiano. Se trata de un modo de vida y, al que se acerca, aunque la iniciación cristiana o el reencuentro con la fe de un bautismo olvidado lleven tiempo, desde un primer momento ha de tener claro cómo viven los que con Jesús quieren vivir.

Ese postulante que ha llamado al monasterio y ha dicho «Amén» al concluir el prólogo con lo primero que se encuentra es con un capítulo en que se habla de que hay diversas clases de monjes... e incluso de pseudo-monjes.

La vida monástica no es algo exclusivo del cristianismo. Todos los hombres tienen apetito de divinidad y algunos, en lugar de saciarlo con cualquier sucedáneo o tratar de acallarlo, buscan por todos los medios, sobre todo los ascéticos, encontrar la verdad de su vida y realizarla. Tras el prólogo es claro lo propio del cristianismo y del monacato cristiano. Solamente hay una fuente de agua viva: Jesucristo; y la ascética no es un simple despliegue de ingenio y esfuerzo humanos, sino que éstos nada más son fructíferos agraciadamente.

La palabra monje –del griego monachos, que viene del numeral monos y el sufijo multiplicativo -cho–, con el transfondo bíblico de la palabra hebrea jahid, en su gran riqueza semántica, nos habla de dos momentos de significación: por un lado, elegido, separado, célibe; por otro, unidad de mente, conducta y fin, de alguien unificado.

Aunque no todos estén llamados al celibato, el cristiano, respecto al mundo, sin dejar de estar en él, pero siendo extranjero en su propia tierra, es un elegido, alguien separado, y también alguien re-conciliado, unido de nuevo a Dios y, en esta comunión, alguien que puede vivir, lejos de la dispersión y división de Babel, en unidad interna y con toda la creación. El cristiano es, por ello, en cierto modo un monje seglar, en el siglo.

Pero nuestro postulante, que quiere ser monje, se encuentra, como decíamos, con que hay distintos tipos de monjes.

sábado, 23 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (1bis)


[Nos quedaba por traducir el resto del capítulo primero de la Regla de S. Benito. Primero copio lo ya hecho, para tenerlo todo a mano, y luego lo que faltaba. Mas adelante comentaremos el capítulo someramente] 
Capítulo I. De los tipos de monjes 
Es manifiesto que hay cuatro tipos de monje. El primero es el de los cenobitas, es decir, monasterial, que milita bajo una regla y un abad. A continuación, el segundo tipo es el de los anacoretas, esto es, el de los ermitaños, de esos que no por el fervor novato de un modo de vida, sino que por la larga prueba del monasterio, ya han aprendido, con el solaz de muchos, a luchar contra el diablo, y bien estructurados desde las huestes fraternas para el singular combate del desierto, ya seguros sin el consuelo de otros, se bastan para luchar, con el auxilio de Dios, con su sola mano o brazo contra los vicios de la carne o de los pensamientos.

[A partir de aquí lo que no teníamos, es decir, los malos de la película y una conclusión]

 El tercer y repugnante tipo de monjes es el de los sarabaítas. Los cuales, sin haber sido probados por ninguna regla maestra de vida, como el oro en el crisol [cf. Sb 3,6; Prov 27,21; Sir 2,5; Sant 1,2-4], sino más bien blandos como el plomo, aún guardando fidelidad al mundo, manifiestan mentir a Dios por su tonsura [cf. Dt 23,22-24; Hch 5,3-4]. Los cuales, de dos en dos o de tres en tres o incluso singularmente, sin pastor, no encerrados en los apriscos del Señor, sino en los propios, tienen por ley el consentimiento de sus deseos, de modo que lo que piensan o eligen, lo dicen santo, y lo que no quieren, lo reputan ilícito.
El cuarto tipo es el de los monjes que se llaman giróvagos, quienes están toda su vida por diversas regiones, cada tres o cuatro días se hospedan en distintas celdas, siempre vagando y nunca estables, sirviendo a sus propios deseos y a los deleites de la gula; son en todo peores que los sarabaítas.
Sobre el miserable modo de vida de todos ellos es mejor callar que hablar. Omitiéndolos por tanto, vengamos a ordenar, con la ayuda de Dios, la fortísima clase de los cenobitas.

domingo, 17 de junio de 2012

I – Tipos de monjes (1)

[Tras el Prólogo, vamos a comenzar con el cuerpo de la Regla de San Benito. La traducción, pese a que soy un pésimo latinista, es mía. Como ando mal de tiempo, de momento hoy, sólo las dos primeras clases de monjes. Otro día terminaré de traducir el capítulo]

Capítulo I. De los tipos de monjes 
Es manifiesto que hay cuatro tipos de monje. El primero es el de los cenobitas, es decir, monasterial, que milita bajo una regla y un abad. A continuación, el segundo tipo es el de los anacoretas, esto es, el de los ermitaños, de esos que no por el fervor novato de un modo de vida, sino que por la larga prueba del monasterio, ya han aprendido, con el solaz de muchos, a luchar contra el diablo, y bien estructurados desde las huestes fraternas para el singular combate del desierto, ya seguros sin el consuelo de otros, se bastan para luchar, con el auxilio de Dios, con su sola mano o brazo contra los vicios de la carne o de los pensamientos.


[Terminamos la serie de rosas con una de la misma contertulia que nos dice que es una clase que está documentada en torno a 1700. Lo mismo que pasa con los monjes, hay muchos tipos de rosas. Éste es muy antiguo]

viernes, 15 de junio de 2012

Zubiri para la teoría política

Os sugiero el artículo que me han publicado en Libertad Digital.

[La misma contertulia nos sigue proporcionando rosas]

domingo, 10 de junio de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - IX

El prólogo concluye con una palabra: «Amén».

¿Concluye? Un prólogo es un comienzo, es para una palabra a la cual prepara. Pero también puede ser lo que nos mueva a rehusar dar el salto al futuro que nos está señalando. S. Benito, al finalizar sus densas e iniciantes palabras, es consciente de esto y lo acentúa, pues no está interesado en la lectura curiosa o erudita que de su Regla se pueda hacer, sino de la vital, aquélla en la que se pone la propia existencia.

Vivir es un arte en el cual el resultado no es algo distinto al artesano, sino éste mismo. Vivir es modelarnos a nosotros mismos, darnos una figura. Y el maestro-padre lo sabe. En estas primeras páginas de su obra, con gran compasión, sabiendo de la pobreza de los hombres, nos ha brindado su experiencia y compromiso. El que con su fidelidad ha llegado a ser un maestro en el servicio divino quiere que el lector-oyente no frustre su vida, la que ya ha recibido en el bautismo, y pueda llegar a la plenitud en Cristo. Pero no puede suplantarlo en la decisión; la vida no es un abstracto, siempre es la de cada uno.

El punto que precede a la última palabra es más que pausa gramatical, es pausa existencial. Momento para el silencio, para que repose lo oído y rumiado, para dejar que haciendo eco en el interior, el relieve "sonoro" e íntimo así creado, dé perceptibilidad, en cada uno, a la llamada divina para él en concreto.

Sólo entonces cabe converger con tantos y con S. Benito en ese «Amén». Se trata de un momento coral. La adhesión es un "sí" a Dios, que llama, y un "así sea", pues mira al futuro, a una vida por vivir en una manera. El maestro-padre vierte en ella su compromiso como tal y el discípulo el suyo, cada uno, desde su perspectiva, se unen en una palabra. Mas, al mirar unidos en la debilidad de vida, que nunca la humana es fundamento de sí misma, al futuro, el «Amén» es ante todo oración, es un "así Dios lo quiera".

Desde este momento, la lectura, no para el curioso, será ya un incipiente ir viviendo y la Regla será regla de vida.

[Aun yendo con premura sobre cada cuestión y quedando mucho en el tintero, nos hemos dilatado en el tiempo acaso en exceso. Ahora habrá que ver el cuerpo de la Regla de S. Benito.
La foto es del mismo jardín que la anterior]

domingo, 3 de junio de 2012

Una escuela del servicio divino (RB Pról. 45-50) - VIII

¿Y qué es en concreto correr por el camino de los mandatos divinos? Al final del Prólogo de la Regla aparece por primera vez una palabra expresamente monástica («monasterio») y precisamente en un contexto en el que en primer plano encontramos el misterio pascual. Y es que la monástica no es sino una vida en la que con una intensidad especial se vive el bautismo. Esa es la espiritualidad propia del monje.

De ahí que la Regla de S. Benito pueda ser una fuente de inspiración también para aquellos que quieran vivir a pleno pulmón su identidad cristiana en el siglo. En realidad, no se trata de una especialización, no es cuestión de algo distinto, de una casta privilegiada, de un horizonte para unos poquitos. Más bien habría que ver esto a la inversa. El punto de medición no tendría que ser la mediocridad, la inercia, la desgana,… Por más que estadísticamente esto sea lo predominante, lo normal no ha de ser confundido con lo habitual, con lo corriente, con lo usual. Lo normal, lo conforme a norma evangélica, lo que debería dar la medida, tendría que ser quien quisiera vivir, en medio de todas sus debilidades de pecador, su condición bautismal, su haber sido hecho partícipe del misterio pascual, sin condiciones, límites o restricciones. Esta debería ser la referencia cuando pensáramos en qué es propiamente un seglar.

Por ello, es posible una lectura seglar de la Regla de S. Benito. Porque en ella, con la concentración de la alquitara de los consejos evangélicos y la separación del mundo, encontramos la ordenación de un vivir que quiere serlo pascual. Un orden de vivencia y con-vivencia que estará llamado a nuevas configuraciones, pues todo camino de per-fección humana, es siempre un camino de lo por-facer en la historia, en la concreta situación en la que a cada uno le toque vivir.

El bautismo es siempre un quehacer; no sólo porque tenga que ser lo que soy, sino porque tengo que in-ventar su concreción en mi aquí y ahora. No solamente hay muchos modelos de santidad porque las dotes humanas de los santos sean diferente, sino porque tuvieron que parir una figura de ser cristiano en la situación concreta en la que fueron llamados y para lo que lo fueron. La identidad pascual, siendo una para todos, sin embargo, no es un abstracto. El Hijo de Dios se encarnó no para abstraernos de nuestra circun-stancia.

Correr por el camino de los mandatos divinos es posible manteniéndose fieles a la Palabra en el monasterio, nos dice el autor de la Regla. Para quien no sea monje, no hay otro monasterio que su modo de vida en su circunstancia. Así «participaremos de la pasión de Cristo por la paciencia, para que también merezcamos compartir su reino». Y es que la circunstancia, por ser postlapsaria, es cruz para quien sigue a Cristo y es gloriosa, por cuanto, en esperanza fuimos redimidos. Es, por tanto, pascual.

[La rosa es cortesía del jardín de una contertulia-fotógrafa]